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08-09-2022 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: Floris Claesz van Dijck

1.

Comer es un placer sexual, pero distinto a otros placeres sexuales. 

Es más básico y primitivo, no porque aparezca más temprano en la vida, sino porque es al que más rápidamente se regresa.

Alcanza con privarse de otros placeres sexuales en la vida para empezar a pensar en comida.

Alcanza con enamorarse para perder el apetito.

Alcanza con que una pareja se consolide para que empiecen a preguntarse qué van a cenar.

Ahora bien, lo que hace diferente al placer de comer de otros placeres sexuales es que se puede realizar en simultáneo: se puede comer mientras se trabaja, se puede comer mientras se mira tele, se puede comer mientras se cocina. 

Ni siquiera es preciso terminar de cocinar para comer. Y a veces quien cocina termina de hacerlo y ya no tiene hambre.

Los otros placeres sexuales, en cambio, imponen un corte. Es preciso dejar de hacer algo para entregarse a esa satisfacción.

Comer es un placer de continuidad, sobre el que inmediatamente recaen las frustraciones en otros ámbitos.

A alguien que tiene el comer erotizado de esta forma reactiva, es inútil querer dosificarle la relación con la comida. Las prohibiciones (y permisos) solo incentivan una mayor erotización.

La pregunta es por qué alguien reencontró el placer de esta manera regresiva.

Hay anorexias que no son el resultado de una relación directa con la comida, sino el efecto de un ideal productivista que no permite una vida con cortes para hacer algo más que producir.

Donde el cuerpo queda atado a ser una máquina productiva, el comer se erotiza regresivamente y la anorexia es una resistencia a quedar tragado por uno mismo.

De este modo se invierte el argumento de sentido común que plantea que los anoréxicos son sujetos exigentes, controladores, perfeccionistas, etc., cuando la anorexia es más bien la consecuencia terminal de un modo de vida que, previamente, expulsó los placeres del cuerpo y, por lo tanto, erotizó el comer y la única forma de conservar ese deseo en estado puro: no comiendo.

Por esto mismo es preciso distinguir entre la anorexia como síntoma, como defensa y como modo de deseo.

2.

Debe haber pocas cosas más complicadas que estar unido con alguien o algo a partir del rechazo.

Porque esta es la paradoja del rechazo: no rechaza, más bien une. 

Y cuánto mayor es el rechazo, más fuerte es la unión, como lo demuestra el anoréxico que, no es que no come, sino que rechaza comer y así su relación con la comida queda sellada.

La anorexia, cuando no es el recubrimiento de una psicosis ni el envoltorio de un síntoma histérico, es una posición específica que, en su variedad, se une por la vía del “no”.

No se trata de una vía negativa, sino de un fuerte “no” positivo. No es el “no” de la objeción, que introduce una distancia crítica en una relación; sino la afirmación de una “no relación”, que es un tipo de relación que solo destaca la falla.

Bartleby se comporta como un anoréxico cuando dice “Preferiría no hacerlo”.

De este modo, la anorexia solo secundariamente y en algunos casos es una cuestión de imagen del cuerpo o un “trastorno de la alimentación”.

Es más una forma de usar la negación, en su forma más primitiva, a veces para frenar el avance de una psicosis (o para darle un curso irónico), otras para revelar la incapacidad sintomática.

Anoréxico es el colega que se la pasa puteando a Lacan y entrás en su muro y solo ves fotos de Lacan –como si estuviera obsesionado. Pero no es obsesión, la anorexia es también una ambivalencia mal constituida –la de quien está enganchado con alguien o algo por lo que no puede tomar. 

3.

La anorexia es más que un trastorno alimenticio, es una posición subjetiva, es un modo de estar sujetado a unas ganas paradójicas: las de no comer, que son también las de no incorporar.

La anorexia delimita un afuera estricto, respecto del cual nada ingresa. A través de decirle que no a un objeto, se le dice que no al Otro. El niño no come y la madre dice “no me come”, así se produce una transferencia de angustia.

La anorexia deja el afecto del lado del Otro, cuando no lo impotentiza. Nunca ante un anoréxico se trata de “ver cómo hacer para que coma…”, esa defensa no se trabaja ni con sugestión, ni con forzamiento, ni con convencimiento.

La anorexia nos pone en un lugar angustiado o impotente, ese es el lugar que preciso habitar y saber (a veces hacerle reconocer, a su debido momento) que es parte de su demanda.

Cuando nos toca ser el Otro de la anorexia, es fundamental entender que es “no” está ahí por algo y para algo. 

Incluso ese “no” es de lo mejor repartido en la vida psíquica y se reconoce en otros síntomas que a primera vista no son anoréxicos, como ese dolor en la garganta por unas palabras que quedaron atragantadas o una descomposición por una situación mal digerida. 

Las palabras también son alimento que puede ser rechazado. 

 

* «Bodegón de desayuno» (1613) de Floris Claesz van Dijck

 

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