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22-09-2022 Notas

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Por Cristian Rodríguez

A propósito de la reciente aparición de su libro Psicoanálisis del fanatismo en Argentina (Ed. Mandrágorazur), Gérard Haddad, formado en el Seminario de Jaques Lacan y analizante en su ya célebre consultorio de Rue de Lille 5 en Paris, desarrolla una serie de temas alrededor de su obra y del estado del psicoanálisis actual.

Si la religión es una forma de retorno al padre, ¿cree que el padre está caído definitivamente? Es decir, en términos del mito freudiano: ¿cree que se ha pasado del asesinato del padre a la aniquilación del padre? Por otra parte, esto congenia con otra cuestión, que retoma una lógica que se ha impuesto en el siglo XX sobre otras formas de oposición al poder dominante global, del capitalismo en sus diversas formas y presentaciones, donde esa aniquilación apunta a la “desaparición” de toda huella y de todo vestigio humano. En cambio, en el mito de la horda, la fraternidad, lo fraterno, nace del asesinato, y el retorno de la pacificación efectúa la hermandad, pero eso hace presente a otro tipo de padre, simbólico, pacificador. ¿La aniquilación, por el contrario, es el retorno multiplicador del padre Real, el padre gozador que no solo priva a los otros miembros de la horda, representando lo anti-comunitario, sino que encontró la forma contemporánea– a través de la ciencia – de no ser otra más que él, un poder destructivo y excluyente, por completo indiferente a lo otro, hasta el punto de ya no tener en cuenta la existencia: ni la de los otros, ni la del planeta en sí, es decir, de su morada?

Antes de responder a su pregunta, que es bastante compleja, me gustaría introducirla con un recordatorio. El libro Psicoanálisis del fanatismo que, gracias a usted y gracias por ello, acaba de ser traducido a la Argentina fue para mí, sin haberlo buscado, un libro “matriz”. En el sentido de que a partir de esta matriz se inició un largo recorrido teórico, sin un objetivo previamente definido, pero bajo la construcción de mi inconsciente, que me llevó a cuestionar cierto número de conceptos aceptados. Esta evolución me ha hecho aún más “periférico”, como me llamaste. Algunos dirían herético, aunque yo me coloco en una filiación freudo-lacaniana, lo que implica actualizaciones teóricas para orientarnos en el presente.

Ya no me es posible afirmar que la religión es un retorno al padre. Seguir haciendo de Edipo el alfa y omega de nuestro pensamiento es un callejón sin salida. Para mí ahora el complejo de Edipo, por tanto, la rivalidad con el padre es sólo una forma, muy importante, muy particular, pero una forma del Complejo de Caín. Por lo tanto, debemos razonar en una dialéctica entre los dos complejos de Caín y Edipo.

La religión, como ha demostrado René Girard, es ante todo una institución cuya función es moderar la rivalidad y el conflicto entre hermanos. No es diferente en las instituciones analíticas.

Es obvio que en esta dialéctica el polo paterno ha debilitado y desequilibrado toda la estructura. Este desequilibrio encuentra su forma actual en el neoliberalismo, cuyo nombre es engañoso. No hay nada liberal en el neoliberalismo. Es erróneo creer que está al servicio del mercado, lo que sería un enfrentamiento justo entre productores. El neoliberalismo es la dominación de una casta burocrática, que se hace pasar por una élite, y que domina al pueblo mediante “la fabricación del consenso” a través de los medios de los que tiene el monopolio. Los estragos de esto los hemos visto en la catastrófica gestión de la pandemia del Covid en beneficio de los grandes monopolios farmacéuticos americanos (EEUU).

Su trabajo El pecado original del psicoanálisis resulta crucial en el desarrollo de una serie de conceptos esbozados por Lacan en la última década de su enseñanza, fundamentalmente en sus Seminarios, a partir de R.S.I. –Real, simbólico, imaginario- hasta Disolución. Aquí no sólo están retomadas las fuentes judías del psicoanálisis, eso que llega hasta las formulaciones originales de Sigmund Freud, sino los fundamentos mismos del psicoanálisis como práctica clínica y en su transmisión. ¿El pecado original del psicoanálisis se transforma así en un articulador teórico, permitiendo una intertextualidad teórica, hasta aquí perdida, en el desarrollo de la práctica psicoanalítica? 

En este libro usted retoma la pregunta por el profundo cisma institucional del psicoanálisis a partir de la muerte de Lacan, por cierta tendencia a consistir en posiciones de cierre dialéctico, reeditando las dificultades del psicoanálisis a partir de la muerte de Freud, con la consecuente intervención lacaniana a partir de 1950, de un retorno a Freud, como modo de atravesar el síntoma adaptativo en la que la practica psicoanalítica había recaído. Pero la cuestión de “el pecado original”, ¿esboza tanto esta ruptura inercial institucional como las dificultades estructurales de una práctica que se sostiene en el discurso por las leyes de funcionamiento del inconsciente? ¿El pecado original remite entonces, respecto de la comunidad psicoanalítica, tanto a la producción de cuerpo teórico nuevo, como al reconocimiento de sus ejes fundamentales de funcionamiento teórico?   

Si tuviera que resumir mi trabajo teórico, que realicé con mi personalidad y mis tendencias, diría que siempre se trata de cuestionar el consenso, lo que parece obvio para las masas. Esto se debe a mi cultura judía pero también lacaniana. El trabajo teórico no consiste en ronronear cosas aceptadas sino en buscar puntos ciegos, errores. El espíritu científico nunca debe abandonarnos.

La expresión pecado original del psicoanálisis fue utilizada por Lacan después de su excomunión. Freud, dijo, y los psicoanalistas después de él, no analizaron su relación con el judaísmo. En mi libro que lleva este nombre, no publicado en Argentina, con la ayuda de mi esposa Antonietta, he recogido todo lo que Lacan formuló sobre el judaísmo.

Este cuestionamiento de Lacan ha sido olvidado por quienes se dicen sus herederos y han cerrado este campo abierto por él. Como resultado, el lacanismo tomó una forma religiosa, con exclusiones y odios. Pero sobre todo con una detención de su desarrollo. Es este desarrollo el que asumo, más bien solitario.

Mis libros desde “psicoanálisis del fanatismo” constituyen este nuevo cuerpo teórico. Parece de interés.

Su libro Psicoanálisis del fanatismo resulta de importancia tanto en sus aportes teórico – clínicos para la práctica psicoanalítica, como en sus múltiples atravesamientos respecto de la cultura del capitalismo. “El fanatismo, es eso que vive sin dubitación encarnando la verdad de Dios”, por lo tanto, una verdad sin velo. Por otra parte, desarrolla una línea muy original alrededor del complejo fraternal, en los fundamentos de lo que podríamos denominar la lógica o estructura de clan, tensión imaginaria que indefectiblemente lleva no sólo al asesinato fraterno, sino por extensión al parricidio criminal, es decir a la destrucción de las estructuras elementales del parentesco, y a las representaciones y funciones simbólicas que sostienen la cultura. En consecuencia, ¿se producen a partir de aquí dos vertientes, no sólo clínicas sino políticas: el retorno a lo mismo, la posición excluyente de la introversión libidinal como variante del fanatismo, y la teoría del complot, es decir la posición paranoica que sólo da lugar al extermino del otro.

Me sorprende mucho que este fenómeno del fanatismo, patología gravísima de los grupos y que ha causado los más graves desastres a la humanidad, no haya sido tratado durante mucho tiempo por los psicoanalistas. Su escritura levantó una enorme represión que me llevó, paso a paso, a resaltar el complejo de Caín del cual el complejo de Edipo es una forma particular, pero de especial importancia. Este redescubrimiento, previsto por psicoanalistas de la primera generación, como Otto Rank o Leopold Szondi, es muy importante para la clínica, en particular la de los celos, pero también políticamente. Los conflictos fraternos son una de las claves para entender el mundo. Basta pensar en el conflicto entre rusos y ucranianos, pueblos hermanos si los hubo, o en el mundo musulmán, entre sunitas y chiitas, etc. La destrucción del otro, que en última instancia no es más que un doble, conduce a la autodestrucción. Otto Rank, en su ensayo “El doble”, entendió y definió perfectamente el fenómeno.

El fanatismo no debe reducirse a su forma religiosa. He descrito otros tres, incluido el nacionalismo que ha causado desastres aún mayores.

No olvidemos que también hay elementos fanáticos en ciertas corrientes psicoanalíticas.

El fraticidio, tal como usted lo postuló en El Complejo de Caín, es complejo fraticida que escribe la letra real junto con lo propio del complejo de Edipo: la amenaza de castración. ¿Permite postular una dimensión del concepto “complejo” como pluralidad de experiencias y niveles metodológicos y metapsicológicos que conciernen no solo a la función paterna, sino a la “pareja parental”, definida por Freud como “oscuro destino de los progenitores”? ¿Promueve una retroacción de la Ley del Padre y de la prohibición, como ocurre con las tablas de la ley recibidas por Moisés? ¿Es un punto de pasaje y clivaje en la cultura, desde la posición totémica, devenida del asesinato primordial y la estructura de clan, hacia lo que Freud postuló como “desarrollo de la espiritualidad”?

El fratricidio, la rivalidad fraterna entre hermanos y hermanas, desplazada, metamorfoseada, es la raíz de toda violencia, incluidas las guerras. Freud vio esto claramente en su carta de 1936 a Thomas Mann sobre las guerras napoleónicas. Desafortunadamente, no le dio a esta fuerte intuición el desarrollo que se merece. En esta evitación veo la raíz de todas las disputas entre psicoanalistas. Estos, en sus análisis didácticos, analizan su Edipo pero se niegan a considerar su complejo de Caín. Terminado su análisis, van a la guerra.

El complejo de Caín está en el origen del complejo de Edipo que tendrá un destino específico y producirá la Ley cuya función es templar la lucha interminable de Caín. Estoy en el proceso de desarrollar estas ideas en un nuevo texto del que no puedo hablar en este momento.

De hecho, hay una retroacción de la Ley Trascendente que prohíbe el asesinato del hermano. ¿Por qué hacer de ella una ley del padre, que sin duda es el responsable de transmitirla? ¿Creéis que las madres no llevan dentro de sí esta Ley? ¿Podemos imaginar, si no en la mafia, una sociedad donde se permita el asesinato? Lacan aborda esta cuestión en su seminario sobre Ética.

Si debatimos lo que Lacan propuso del psicoanálisis como ciencia conjetural, ¿puede sostenerse respecto de aquello que de la transmisión resiste el paso -por obra de quien habla allí- del que tomado en el lenguaje -el ser hablante- tomando sus propias palabras, no transmite sino redescubre? Si el límite es el unerkannt –que también puede traducirse por “incógnita” o “de incógnito”-, lo que tropieza hasta el ombligo del sueño, en esa transmisión, y allí en la potencia de una actualización inevitable, ¿es lo que encontramos como chance de decir, ciencia, ciencia del hombre, ciencia conjetural?

Al final de su vida, al término de un congreso de la Escuela Freudiana de París, Lacan coincidió con Karl Popper que había hecho de la refutabilidad el criterio de cientificidad. Para él pues, después de tantos años de esfuerzo, llegó a la conclusión de que el psicoanálisis no era una ciencia sin definir qué era ésta.

Tengo la ambición, con la introducción del complejo de Caín, de satisfacer el criterio de Popper y al mismo tiempo devolver a nuestra disciplina la ambición de ser una ciencia.

El enfoque científico es precisamente la incógnita que nos sorprende. Desde mi propuesta del complejo de Caín, lo cuestiono o más bien lo amplío. El trabajo de Otto Rank al que Lacan rindió homenaje en su último seminario me parece esclarecedor en este punto. Podemos lamentar que este genial psicoanalista, a quien Freud comenzó considerando como su hijo adoptivo, fuera expulsado de la IPA en 1930.

 Esto nos trae la cuestión del objeto. Usted menciona la palabra “OVNI” en el posfacio del “periférico”. ¿Cree que ese significante refleja algo del comportamiento del objeto que el psicoanálisis aisló después de Marx, pero en otro contexto y para otro tipo de operatoria? El objeto de Marx es verdaderamente “de este mundo”, es un objeto “mundano”. En cambio, el objeto del psicoanálisis está en un “fuera de campo” de la realidad, y, sin embargo, la sostiene. ¿Podría ser denominado “OVNI”, es decir, un objeto que “no es de este mundo” aunque la realidad del mundo se le refiere y se sostiene en sus apariciones o en su presencia “invisible”, aunque palpable?

Lancé esta expresión OVNI, objeto no identificado, siguiendo lo que usted me describe como un “periférico”. En la familia de los psicoanalistas soy un OVNI, como agrónomo que se ha convertido en médico, que ha cuestionado el hecho religioso y que cuestiona la exclusividad del complejo de Edipo, soy un OVNI y por tanto un hereje que hay que excluir.

Tiene razón, el objeto que encuentra el psicoanálisis es difícil, si no imposible, de integrar en el discurso dominante. Es sorprendente que ningún psicoanalista francés haya mostrado el más mínimo interés por mi último trabajo hasta la fecha. Afortunadamente cuento con el apoyo del IGH -Institute Gérard Haddad de París- y de ciertos psicoanalistas argentinos.

Volviendo sobre la cuestión del objeto del psicoanálisis, el libro Comer el libro trata al objeto del modo en que lo nutricio alimenta la vida humana: lo simbólico. “El libro” funciona al modo de “la contingencia de las letras”. Ese es un nivel del objeto en juego: en cada ser humano se “recrea” el asesinato primordial, eso funda un nuevo objeto hecho de letra, es decir, de ausencia, pero también hecho de contingencia. Salimos de lo cíclico y reproductivo de la vida animal, para introducirnos en la libertad de la contingencia, del desvío y el azar. Nosotros damos un paso más y hablamos de OVNI, tal como usted metaforizó nuestro libro sobre el periférico: un libro inesperado, que retorna desde una zona periférica de la realidad “central” del psicoanálisis, y periférica porque surge de ese centro vacío en el que se agitan las partículas, los elementos de letra que señalan esa ausencia fundamental en el que la vida o a partir del que la vida es posible para el ser humano. Es un objeto “no identificado”, no está “a priori” en un lugar determinado, no es el objeto de la medicina, que ya “sabe” que es lo que nos va a “nutrir” y qué no, y lo sabe al modo de la ciencia: a priori. Es un objeto que “cruza el cielo”, al mismo nivel en que Freud ubica el “cielo abierto” schreberiano: inesperado, sorprendente, “aparecido” de este lado del mundo, pero que claramente proviene “del otro lado”, del más allá. Tal vez tenga algo que ver con ese “Más allá” freudiano, no lo podemos colocar dentro de la realidad, pero la sostiene. De alguna manera, toda esa realidad se arma, se estructura en torno a ese “irreal”, el de un objeto que no es de este mundo y se “aparece” cual OVNI, cual milagro angustioso que a la vez atemoriza y llena de esperanza. De ahí a la religión habría apenas un paso. ¿Qué piensa respecto de esto que señalamos? ¿Cree que cuando habló de OVNI hizo una lectura a este nivel, el del objeto en juego en el interés compartido por el psicoanálisis?

Mi libro Comer el libro, que fue primero mi memoria como psiquiatra, nació de una pregunta sobre la identificación primaria, anterior a Edipo (S. Freud Psicoanálisis de grupos y análisis del yo Cap. 7 Identificación). En su seminario sobre identificación -aún inédito- Lacan declaró que no se ocuparía de esta cuestión. Acepté este desafío. Lacan había leído mis memorias (1979) y me dio las más calurosas felicitaciones. ¿Cuál es el objeto que une a un grupo dado? La respuesta se impuso y no ha perdido su valor: el Libro, el libro fundacional. ¿Habría musulmanes sin el Corán, cristianos sin los Evangelios, judíos sin la Torá, etc.?

Pero entonces no me había dado cuenta de que estaba dando un paso importante alejándome de la vulgata freudiana. Esta brecha ha ido creciendo con el tiempo y “Psicoanálisis del fanatismo” es un momento esencial de esta brecha y de este recorrido teórico fuera de los caminos trillados de las capillas psicoanalíticas. La función del Libro es la del Padre simbólico, en cuanto enseña la ley del grupo. Puede convertirse en alienación. Esto es lo que vemos en el fanatismo.

Te encuentro muy optimista sobre la libertad. Lo simbólico es esencial a nuestra vida psíquica, es su oxígeno. Pero como el lenguaje de Esopo, puede ser lo mejor o lo peor.

¿Dónde reside la vida?

No podemos desligar al psicoanálisis de tal pregunta. En cada sujeto esa pregunta es la que llega – de fondo – al consultorio. Las teorías físicas de vanguardia dan cuenta de posibles otras dimensiones de la realidad, en las que acontecen cosas muy distintas en las leyes de la naturaleza o de la realidad. Sin embargo, el ser humano está atravesado por esas múltiples dimensiones al estar hecho de la misma materia que la física aborda. Todas esas dimensiones participan de lo que denominamos “vida” y damos testimonio de ella.

En su famoso libro El día que Lacan me adoptó, usted propone un cierre de su experiencia psicoanalítica como paciente de Lacan, que le viene de un sueño. Este sueño tiene la peculiaridad de producirse una vez muerto Lacan: ¿Cómo piensa usted esta relación no sólo al lugar del muerto que ocupa el analista en la transferencia, sino, efectivamente, respecto de la muerte real? En este sueño Lacan interviene, y al modo de un veredicto rubrica su recorrido como analizante respecto de lo que usted nombró, como efecto de ese mismo análisis, sus conversiones. Lacan señala allí, en el sueño: “usted es mi hijo.” ¿Cómo piensa la relación del sueño como vía regia a lo inconsciente por un lado, y en este caso en particular, como posible fin de análisis? ¿De qué modo esta fórmula: “usted es mi hijo”, guarda relación con el autoanálisis experimentado por Freud en los albores del psicoanálisis, por una parte, y con la reconsideración de un padre inconsciente, del que el analista es apenas semblante?

El sueño, todos lo sabemos, es el cumplimiento de un deseo. ¿Tiene a veces la función de un oráculo, de la emergencia de un real? Las secuelas nos lo dicen.

Este sueño surgió después de una cena a la que había invitado al supuesto heredero y a su hermano. Durante esta cena vislumbré lo que sería del legado de mi maestro: ¡un desastre! Fue en este contexto que tuve este sueño. Más adelante contaré, en una o dos ocasiones, al tomar decisiones que iban a orientar mi vida, sueños en los que se me aparecía Lacan. Estos sueños me ayudarán a corregir mi decisión. Esto es misterioso. Como si mi analista funcionara, más allá de su muerte, como el colofón de la verdad.

Volviendo al sueño que cierra mi libro, contiene algo así como un estímulo, un compromiso de asumir el desafío de continuar por el camino creativo abierto por Lacan y que estaba en vías de cerrarse. Creo haber mantenido, con los medios que me pertenecen, este compromiso de mantener viva, creativamente, la disciplina que está en el corazón de mi vida. Es en esta capacidad que puedo reclamar ser el «hijo adoptivo» de Lacan.

La periferia es un concepto que en su libro sobre su análisis con Lacan está presente sin ser mencionado. Esa palabra es una lectura que proviene de allí. Los avatares de la relación analítica con Lacan giran en torno a esa palabra que, creemos, se convierte al final en una clave. Por lo tanto, coloca a la periferia como un espacio-tiempo desembarazado del objeto, porque la realidad es la periferia de un objeto indómito, que se hace agua entre los dedos, que no es “de este mundo”, en el sentido de que no consiste en ningún objetivable sobre el que ejercer el poder de la ciencia u otras disciplinas. Es más, los intentos de dominio por lo general han terminado en catástrofes, tal como lo fueron Auschwitz e Hiroshima. El psicoanálisis mismo puede constituir un objeto de dominio, un corpus sobre el que construir un “territorio en disputa”, un “campo concentracionario”. ¿Cómo visualiza el concepto de “periférico” en el libro, y que cree que puede constituir tal concepto para el progreso del psicoanálisis como ciencia?

La búsqueda de la verdad es un movimiento constante que no se puede detener ni petrificar. Sin embargo, cualquier institución, creada sobre la base del acervo, pretende detener este movimiento, gestionar este acervo, “el capital”. Durante la vida de Lacan, él fue la garantía de que el movimiento continuaría. Esta garantía desapareció a su muerte. Recuerdo el sarcasmo, incluso los insultos, en la EFP -Escuela Freudiana de París- que suscitó mi acercamiento. Pero tuve el apoyo de Lacan.

La expresión «periférico» es un descubrimiento que te pertenece y que me pareció relevante. Cualquier búsqueda de la verdad sólo puede ser periférica a las instituciones existentes, por prestigiosas que sean. La asociación que se formó a mi alrededor también es periférica a todo el movimiento lacaniano.

Pensé que el concepto de «periférico» debería conservarse como criterio, al igual que el criterio de refutación de Karl Popper. Frente a cualquier proposición teórica cabe preguntarse por su grado de “periferialidad”, que tampoco es garantía de verdad. Ser periférico es oponerse a los sistemas de pensamiento dominantes, a los discursos del máster o de la universidad.

A partir de la lectura de su obra propusimos en el libro Gerard Haddad, un periférico del psicoanálisis. Después de Auschwitz y a partir de Lacan, un modo de nombrar su posición en el psicoanálisis, como un nuevo lazo respecto de las aportaciones teóricas y clínicas en la práctica psicoanalítica. Esta condición, periférica, tiene la fuerza de un concepto y delimita una serie de campos clínicos y epistemológicos, en esa misma relación dialéctica señalada por Freud respecto del método psicoanalítico. A partir de aquí, ¿Qué entiende usted, en el contexto del psicoanálisis actual, por periférico? ¿Lo periférico, concierne entonces a la posición del analista en la transferencia, y delimita así la relación de la escucha con los procesos inconscientes puestos allí en juego por los analizantes, como eso que establece una ética del deseo de analizar?

Esta pregunta amplía la anterior. El psicoanálisis en esencia es periférico en relación con todo discurso ambiental. Constituye un vacío que permite cuestionar las razones del sufrimiento del sujeto en análisis. El propio psicoanalista, objeto como decía Lacan, en lugar del objeto perdido, es el garante de este desfase que permite retomar la historia del sujeto.

Pero ahora surge una nueva pregunta: ¿cómo ser periférico en relación con las instituciones psicoanalíticas existentes? Lacan había elegido la Disolución. Pero el cierre se reconstituyó de inmediato, más rígido e intolerante aún.

Por un lado, la institución es esencial para asegurar la transmisión, por otro lado, transforma el psicoanálisis en una nueva forma de religión. ¿Cómo resolver esta contradicción, consecuencia del hecho de que el psicoanálisis no es una ciencia? La esperanza es que siempre habrá inconformistas que subviertan este estado de cosas. Pero no está garantizado. Creo que estamos atravesando un período oscuro donde la esperanza es tenida.


Gérard Haddad
Psicoanálisis del fanatismo
Ed. Mandrágorazur
2022
126 págs.

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