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Por Guillermo Fernández | Portada: Augustus Leopold Egg
1.
No es tan difícil pensar que los humanos se asemejan demasiado hasta en las conductas discordantes. Encontrar en el otro una similitud puede llevar de a poco al espanto. Hubo autores, como la chilena Damiela Eltit que en El cuarto mundo (1988) se animaron a pensar una vida intrauterina de “símiles” que luchan por salir, por sobrevivir, por pelear un alimento que deja de ser común.
Mucho tiempo antes, Julio Cortázar también planteó un relato fantástico de dos mujeres que transcurrían sus vidas en distintos lugares. Lo desarrolló en Lejana, cuento de su libro Bestiario (1951) en el que pone en juego la alucinación por un semejante. Esa trama atrajo al director polaco Krzysztof Kieslowski para llevar al cine La doble vida de Verónica (1991). Un film en el que lo paralelo sucede para advertir sobre la cercanía de lo imposible y de encuentros sorpresivos y, por qué no, imaginados.
Pueden seguir muchos ejemplos. Como la del artista nacional Ricardo Garabito en la serie Dos hombres de pie y con zapatillas rojas (1995) que cruza la apariencia y la realidad.
Conviene, sin embargo, interpelar con algunas preguntas.
¿Cuál es la necesidad de crear una vida paralela? ¿Resulta imprescindible construir un ser que se repite y que espía con el afán de encontrar el momento de arrebatarnos un poco de espacio?
El horror no se mide únicamente por la visión de monstruos que devoran en el sueño. Mirar hacia la calle desde la ventana de un colectivo y encontrar a un otro que “reitera” un contorno aterra tanto como una cara deformada por los golpes clamando venganza.
¿Ser “iguales” palmo a palmo equivale quizá a rendir cuentas por un pasado o un presente perturbador?
Dos directores, entre varios, pueden responder esta pregunta.
Uno es el canadiense David Cronenberg que en su película Pacto de amor (1988). fue más allá de la novela citada de Eltit: la identidad de los gemelos se lleva al extremo del sacrificio. La piedad se convierte, entonces, en una acción macabra.
El otro es el francés Francois Ozon, quien en El amante doble (2017) juega en espejo con dos hombres que comparten la misma mujer. Al igual que Cronenberg, “lo mismo” desencadena lo trágico.
La supervivencia no soporta exhalar el mismo aire: aquello que se quita nunca es gratuito conforma una batalla en la que gana el más competente o quien tiene más voluntad de entrega.
2.
Hay un resto de incompletud en el paso por la vida. Algo que no se desea confesar y que pareciera que la presentación, siempre inoportuna, de un igual estorba. Molesta que “eso” con la misma forma sepa más del otro cuerpo que se lleva a la rastra.
Además de las búsquedas estéticas mencionadas, se puede pensar que en la vida hay una “lugar común”, insólito, que también incomoda. Sucede cuando se vuelve a la vieja casa de la infancia y se revuelven las fotos color sepia de reuniones familiares. En ese momento se descubre “un primo” soplando la única velita de festejo, con la misma ropa que alguien había dejado de usar y que después de tiempo regala. Da un pantalón o una camisa, para estar siempre al alcance de la cámara, en un simulacro en el que “aparece” sentado en una “ausencia/presencia” que fastidia.
Se puede llegar a creer, sin caer en la irracionalidad cruel, en que el hecho de vivir se acomoda o acopla a la cuestión de buscar a un partenaire repetido, en cualquier catálogo de acontecimientos.
Es intentar abrazarse a una compañía para evitar el hastío que produce la soledad de uno mismo. Constituye, sin duda, la peor de las crueldades a la que el hombre puede llegar a someterse.
* Portada: “Compañeras de viaje” (1862) de Augustus Leopold Egg
Etiquetas: Augustus Leopold Egg, Damiela Eltit, David Cronenberg, Doble, Francois Ozon, Guillermo Fernandez, Julio Cortázar, Krzysztof Kieslowski, Ricardo Garabito