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29-11-2022 Notas

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Por Leticia Martin | Portada: Alexander Kesselaar

«Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablarse […]
Para convertirme en eco de alguna manera debo imponerle silencio.
A esa palabra incesante agrego la decisión, la autoridad de mi propio silencio.
Vuelvo sensible, por mi mediación silenciosa, la afirmación ininterrumpida,
el murmullo gigantesco sobre el cual, abriéndose, el lenguaje se hace imagen,
se hace imaginario, profundidad hablante, indistinta, plenitud que es vacío».
Maurice Blanchot

 

I.

El señor Godot no se equivoca, o sí, porque todos nos equivocamos, y todas, claro, pero digamos entonces que el señor Godot se equivoca poco, que acierta al sumar a Edgardo Scott una y otra vez: como ensayista o como traductor, como lo que sea que le surja de excusa para incorporarlo a su catálogo.

 

II.

Imagino a Edgardo Scott como a un escultor que talla la piedra que se le ponga delante, sea esta piedra la pandemia que vendrá, el pasado recibido en lecturas y libros, una idea, o un objetivo. Todo parece plausible de ser escrito o ensayado para él. En este libro, Contacto, Un collage de los gestos perdidos, los invitados pueden ser: un cuadro de Molina Campos, un estribillo de María Elena Walsh, una anécdota en un escenario, un modismo, el look de un cantante, una pelea de box, una cita de autor, un poema, un término determinado, un gol, una vieja publicidad, todo. Todo, pero no cualquier cosa.

 

III.

El centro que recorre esta sucesión de ensayos —el contacto— anuda todo lo volcado en este libro, al decir de Maurice Blanchot en El espacio literario. Es un centro no fijo —parafraseo— que se desplaza por ser verdadero, que avanza haciéndose cada vez más central a la vez que se esconde y se vuelve incierto en esa búsqueda. En cada apartado de este libro, y de modo puntual, Scott se acerca a alguno de los sentidos, extremidades o puntos de intersección entre un cuerpo y otro. Lo hace con ideas, tejiendo materiales, discursos sociales, fragmentos que a primera vista parecieran ser irreconciliables. Su acervo es abultado y abrumador. De cada referencia Scott recupera un gesto que la era digital se ha permitido perder (o borrar adrede). A veces, su devaneo ensayístico parte de un tema y los autores citados se van encadenando unos con otros, más acá y más allá en el tiempo.

 

IV.

Me propongo hacer la lista completa de referencias e influjos que confluyen en estos ensayos, pero la tarea es infinita e imposible. Escribo esto al calor de la lectura de «La saliva», con la urgencia de anotar estas palabras que quizá olvide si no me detengo a tomar notas. Hay una especie de novedad de estilo que le roba Scott a la ficción para traerla al ensayo. En un arrebatado intento catalogador podríamos llamarle a este estilo: “fluir de la conciencia ensayística”. Podríamos, también, leer este rasgo como un defecto profesional derivado del psicoanálisis y la traducción, disciplinas que a la vez practica y en las que el ejercicio de traer a la escena otra cosa, son moneda corriente. 

 

V.

“Je t’embrasse”, escribe Scott en francés. Yo anoto en el margen del libro con lápiz negro: “este libro me acompañó durante los largos meses de una espera”. Me dejo acompañar por un libro de los artefactos y semblantes perdidos de lo que fueron mi infancia y mi juventud. Una vidriera de miniaturas muy bien seleccionadas.

 

VI.

El elogio, entonces. Scott lee y asocia con una facilidad fatal. Y pareciera en la plasticidad de esas metáforas que, de casualidad, le cuadra una cosa con otra para decir lo siguiente, o volver a la idea inicial como sin querer, por pura madurez a la que una idea llega de tan escrita o ejemplificada, como si por ese puro devenir de la escritura ensayística, la idea retornara al punto del inicio y entonces cayera por su propio peso. Pero no. No se trata de una casualidad ni de la simpleza de lo natural. Hay un “dejarse ir” para hilar y un notable trabajo posterior de selección y limpieza, que no puede negársele. Porque los lectores vamos anticipando la transformación de esa idea en una nueva, la vemos venir y la esperamos hasta que por fin llega, como la sangre a la herida o la saliva a la punta de la bombilla en una pandemia que azota al mundo pero más a este país donde el mate y los flujos financieros han logrado reemplazar todo lo demás. 

 

VII.

Dejo acá lo que me pareció una idea en serio (seria) y su posterior asociación libre: “Los fluidos que hoy importan son los flujos de capitales, los flujos bancarios, las transferencias, adónde va la plata o, ahora, de qué estarán hechas todas las criptomonedas globales. Y, sin embargo, yo recuerdo la almohadilla humedecida y gastada donde el cajero del banco apoyaba las yemas de sus dedos para contar el efectivo sin equivocarse. La almohadilla humedecida venía a reemplazar higiénicamente a la saliva”.

 

VIII.

Quizá estos ensayos no hayan sido más que la escritura racional de una historia de amor. Como el propio Scott lo dice: “el amor tiene todo que ver con el contacto”.

 

IX.

Hacia el final del libro hay un llamamiento silencioso a la experiencia. Tanto hablar de gestos perdidos y nostalgias rockeras abandonadas parece no caer en saco roto. Entonces Scott escribe: “No podemos no estar en contacto con el mal. No podemos no enfrentarlo. No podemos no estar cerca de él y tampoco podemos no ejercerlo. No hay manera de que el mal desaparezca de este mundo, pero si eso fuera posible —imagina— no sería sin correr riesgos”. Sin dar el paso, animarse; sin hacer, no hay experiencia posible. Raspará el cuerpo, pero habrá sido. Fracasaremos en los intentos, pero habremos tomado el riesgo. Y también en el primer ensayo del libro: “Un beso robado puede ser una revolución”. El llamo a que pasemos al acto es irrefutable. ¿Estaremos preparados para, como insistía Piglia y retoma Scott: “tener un tipo de experiencia más allá de la experiencia promedio”? ¿Podremos siquiera dejar las pantallas un rato y dar el paso a la experiencia —reformulo con menos ambiciones yo? Esas parecen ser las preguntas centrales que uno podría hacerse al promediar el recorrido que propone el libro.

 

X.

Me impresiona la capacidad de enhebrar con maestría que despliega Scott y no me deja afuera. Por el contrario: me exige. Me hace trabajar. Me abre también a otras asociaciones que imagino al leer. Pero también hay que decir: leer a Scott es perderse algunos ejemplos y datos, o tener que ir a buscar otros antes de volver al libro, durante, o después de terminar. Leerlo es tomarse un trabajo. Hacer un esfuerzo. Y eso está bien a veces. Cierro con esta cita suya: «un artista es sobre todo la mirada».

Contacto
Edgardo Scott

Ediciones Godot
2021
127 págs.

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