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Por Manuel Quaranta | Portada: Félix Vallotton
Mangia con gioa il tuo pane
bevi di buon animo tutto il tuo vino
perché questo ti resta da fare
in ogni momento de la tua vita
vestiti a festa,
ne manchi olio profumato sul tuo capo
godi tutta la vita che dio ti concede sotto il sole
per tutti i giorni della tua assurda esistenza
tutti i giorni della tua fugace esistenza
perché questa è la tua parte
mentre te affatichi sotto il sole
e tutto ciò che alle tue mani capita di fare
fallo sempre con decisione
perché no ci saranno più ne mani ne attività
ne risultati, ne conoscenza, ne sapienza
nell’aldilà, nella fossa,
dove tu stai andando.
Fragmento del Eclesiastés (o Qohélet), 9, leído por Massimo Recalcati
A Aníbal Buede, otro cómplice
Soy una persona psicológicamente inapta para escribir. Yo diría, soy inepto para ejecutar casi cualquier tarea. Nunca tuve ningún talento, ninguna habilidad, nada que despertara admiración en el resto de los seres humanos. Nunca nadie me dijo: “Manuel, vos te tenés que dedicar a esto”, al contrario, mis amigos o familiares siempre intentaron disuadirme de mis tibios emprendimientos. Lo más probable era que obraran movidos por el amor o la razón, y por mi propio bien, pero a mí me generaban sentimientos negativos, que iban horadando la confianza en mis capacidades. Por eso, hasta bastante entrada la madurez no hice nada salvo imaginarme haciendo cosas fuera de mi alcance. Este fenómeno se denomina neurosis obsesiva y consiste (la imagen la dibuja Jacques Lacan en el Seminario 6) en preparar las valijas para un viaje que nunca se va a realizar. Obviamente, los preparativos son parte del viaje, incluso podría ser el viaje mismo, pero lo que convierte en neurótico al neurótico es el arte de soñar con su excepcionalidad, sin ponerla jamás a prueba; ese mecanismo le causa grandes dolores (y sobre todo grandes goces), de allí las quejas vanidosas y los subsiguientes pedidos de auxilio (“no le encuentro la vuelta”). Dicho de forma casera, la neurosis es el anhelo de cambiar de estado, y el estado ideal, la panacea neurótica sería, creo, no verse en el brete de tener que desear.
Pintado el panorama, comparto mi descubrimiento. Antes aclaro, no sólo la procrastinación (pasajero eternamente demorado) es típica de la conducta neurótica, también aparecen los miedos, el cálculo, las justificaciones y el bendito altruismo. Va de suyo, el descubrimiento no fue cosecha exclusiva. Debería llamar cómplices a Alan Pauls y a Pablo Katchadjian. Pauls, por un curso que dictó online sobre cómo provocar una ficción a partir del género diario, Katchadjian, gracias a dos novelas, ¿Qué hacer?, y la última, Una oportunidad.
Este texto compila variaciones de sus planteos e hipótesis. No es copia ni plagio, no se confunda el lector, sino una reconversión unilateral de las proposiciones, proposiciones que yo estaba ansioso de recibir, más aún, ya las había puesto en práctica antes de conocer las de ellos, las había descubierto con anterioridad, pero sin saber nombrarlas.
Comparto una pequeña genealogía. Desde el 2015 soy adicto al diario íntimo. Nunca había podido adecuarme al formato, lo había intentado mil veces, con resultados paupérrimos. En diciembre del 2015, triunfo de Cambiemos mediante, me comprometí a escribir uno sostenido en un factor externo, el período de gobernanza de Mauricio Macri. El compromiso provenía de una fuerza externa, independiente de mí, entonces no podía boicotearlo ni autoboicotearme con la indiferencia, la resignación o el decaimiento. ¡Y lo logré! Después, fue sencillo, Diario de Islandia (publicado en Casagrande editora), 88 días solo, Diario de verano, Diario del archivo (en vías de publicación), y actualmente, Diario de Buenos Aires. Hablo de sencillez porque me di cuenta de que al establecer reglas claras e inflexibles era capaz de concretar cualquier proyecto. Las reglas, creadas por mí, me obligaban a trabajar, a condición de olvidarme de haber sido el creador.
En la página 29 del Diario de Buenos Aires (comenzó el 3 de marzo de 2022, tiene 269 páginas) figura la primera aproximación:
…Ya instalado en casa veo la entrevista a Tabarovsky sobre la maquina Levrero: el ejercicio de su escritura es una forma de tolerar, sobrellevar la neurosis. ¿Damián habla de mí? ¿De este diario? Podría sentarme durante horas a escribir pavadas, sin el apuro de la obligación o sin la obligación del apuro. ¿Para quién es este diario? ¿O para qué? Le falta filo, le falta extranjería, le falta una vuelta de tuerca si pretendo convertirlo en mi obra magna. Damián se refiere a John Houston, un caso inédito, sus mejores obras son la primera y la última película, dirige la última y se muere. Qué lindo morir así. Con las botas puestas. Llega el ocaso de la jornada. Digna. Siete puntos. Dios, cómo le escapo al bulto de algunos textos. Invento cualquier excusa con total de no ponerme a escribir. Como esto mismo que estoy haciendo ahora. Escribiendo para no escribir.
Advertí la jugada cuando en el curso virtual Pauls citó a Žižek, quien confiesa también su ineptitud para la escritura y cuenta la siguiente estrategia (escribió cerca de 60 libros): anota las ideas de forma más o menos cuidada, luego las edita. Žižek no escribe. Nunca se sienta a escribir. Nunca dice, bueno, preparo unos mates y me pongo a escribir. Eso sería letal para sus aspiraciones.
Mi estrategia, en este punto, es similar a la del filósofo esloveno: anoto y ordeno ocurrencias en una determinada tipografía (Calibri 11), tras superar esa fase, no exenta de tensión, cambio a la tipografía definitiva (Arial 12) y de pronto la tensión baja, siento que el texto está listo, aunque no lo esté, aunque le falten horas de corrección.
¿Y el secreto? Autoengañarse. Autoengañarse es fácil y difícil al mismo tiempo. Uno se autoengaña día a día, pero en general lo ignora. Aquí, el autoengaño funciona como sistema. Es el sistema que encontré para hacer lo que me gusta sin la sombra amenazante de mi neurosis. Esta última conceptualización brilla en Una oportunidad, cuya lectura recomiendo luego de leer este artículo. El método sirve para conjurar otros obstáculos. A quienes se les dificulte la lectura, nunca se sienten a leer, nunca se preparen de antemano, hagan como quien no quiere la cosa, y lean, sin leer.
Para alimentar el autoengaño toda carnada vale, especialmente los compromisos externos asumidos por gente poco curiosa, como yo, que me quedaría la jornada completa tirado en la cama mirando tele, gozando impúdicamente de mis rumiaciones, no por deseo, sino más bien por las dificultades para devenir un ser deseante. Con Polvo, comprometí un texto cada quince días, uno por mes con Infobae, cada dos semanas con Otra Parte, y así me veo obligado por las circunstancias a un mínimo de cuatro ensayos mensuales. Respecto del diario, no sólo me obliga a escribir, me impele además a salir al mundo en busca del material necesario para las entradas. El procedimiento genera un círculo virtuoso en reemplazo del círculo vicioso de la abulia y el malestar.
Tal vez, la angustia de escribir respondía al miedo a hacer las cosas mal, a ser un fraude, a no estar a la altura. Sigo padeciendo temores, pero el diario me da energías para negociar con ellos. El diario no pide calidad, no pide talento, solo exige constancia, compromiso y un marco verdadero.
La neurosis, que otrora me impedía el desarrollo profesional, ahora me alienta a no fallarle a las exigencias del mundo. Sólo un obsesivo es capaz de comprometerse con semejante promesa. Porque la promesa lo excede y apunta a sacar provecho de las infinitas energías neuróticas. Como si dijera, yo no escribo, escribe mi neurosis, y como escribe mi neurosis la producción de textos está garantizada.
Cuidado, la neurosis no es tonta, en cualquier momento puede advertir el artilugio y derrumbar el edificio, por eso el autoengaño debe renovarse o al menos dosificarse, la posología dependerá de las necesidades de cada uno.
Mi propuesta es básica, en lugar de dilapidar la vida intentando matar la propia tara, amarla, aferrarse a ella como la piedra más preciada, hacernos cargo, usarla a nuestro favor.
Con los años, aprendí que la curación era infinita. Nunca vamos a vivir la vida plena que sueñan las fantasías, pero sí podemos construir extraordinarios períodos de plenitud, siempre bajo la simulación o la disimulación, procurando que la neurosis no tome conciencia de nuestra felicidad.
Este es mi modo de jugar el juego neurótico. Un juego, un paso de comedia, un teatro; la clave radica en inventarse rituales para abandonar (sin saberlo) el triste rol de extras, siempre afuera de la fiesta, siempre esperando al costado del camino el permiso del otro para poder entrar.
El Reino, como enseña Jesús, es Ahora.
Etiquetas: Alan Pauls, Damián Tabarovsky, Félix Vallotton, Jacques Lacan, Manuel Quaranta, Pablo Katchadjian