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01-12-2022 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: Rubens

1.

Qué difícil de conmover es esa maniobra básica de la histeria que consiste en reprocharle al otro que no haga lo que ella haría -reproche basado en un supuesto altruismo y bondad victimizada- sin tener la menor intención de reconocer que ese tipo de superioridad moral se afirma en su capacidad de identificación como recurso para auto-limitarse; es decir, que lo que llama empatía es, en verdad, una de las formas egoístas del goce de privarse.

Qué difícil de conmover la inclinación de la histeria a hacerse la buena -cuando este es uno de los rostros de su maldad.

2.

Entre los aspectos típicos de la histeria está poner a prueba al otro. Sin embargo, hay modos distintos de hacerlo. Incluso dentro de un mismo modo hay diferentes variantes. Por ejemplo, a veces la histeria dice algo para ver qué responde el otro. “Si te parece, puedo ir sola si estás muy complicado”, le propone a su pareja. Entonces la pareja, si todavía no conoce la trampa, responde: “Bueno, dale” y hasta siente alivio y algo de admiración por quien lo considera. No se imagina que, acto seguido, puede ser que se encuentre con una escena de llanto y, ante su pregunta, la respuesta sea “Nada”.

Este es un modo de poner a prueba de la histeria, cuyo resultado es la identificación con el desamor, con ese desprecio que consiente para obtener el goce de la victimización. No obstante, hay una segunda variante de este modo. Después de haber hecho la propuesta, retrucar: “Me dejás sola, sos una basura” y, por esta vía, le hace decir al otro algo que este nunca dijo y por lo que termina castigándolo.

Esta segunda versión es la que llevó a diferentes autores posfreudianos, entre ellos Lucien Israel, a hablar de un subtipo perverso en la histeria. Estos autores plantean una modificación en los modos de presentación de la histeria a lo largo del siglo XX. Subrayan la preeminencia de la histeria perversa por sobre su modelo de origen, el victimizado.

3.

Un último punto sobre la histeria, su relación con el narcisismo -sobre todo el del otro, cuando se regodea por las frustraciones que su pareja padece.

Así es que a veces encuentra consuelo para su miedo al abandono; otras veces esas frustraciones son la vía para que ella se ofrezca con necesidad (“yo siempre estoy, ¿viste?”); pero sobre todo son importantes como venganzas indirectas contra ese enemigo mortal que la histeria siempre presente en el otro: su egoísmo.

La afirmación del ego ajeno es lo que más recela la histeria, silenciosamente; aunque uno de sus reproches fundamentales sea “Sos egoísta”. A veces alcanza la insistencia respecto del egoísmo del otro para que ya no queden dudas para el diagnóstico de este tipo clínico.

Pero, ¿qué espina le clava en la carne eso que en el otro llama “egoísmo”? Su relación con los objetos, mientras que la histeria padece su dependencia del deseo. Y si su pareja es un obsesivo con una defensa lograda respecto del deseo del otro, interesado en sus colecciones y en el valor narcisista de sus objetos, más encontrará la histeria motivo para el resentimiento.

No se trata del deseo del otro, ni de las privaciones a que ese egoísmo la somete; todo esto es secundario al lado de aquello que más le hierve la sangre a la histeria: que el ego pueda ser la envoltura de un objeto y que a algunos eso les alcance para lamerse solos.

 

* Portada: Detalle de «Dos sátiros» (1618 -1619) de Rubens. 

 

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