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Por Luciano Sáliche
—Papi, ¿es real?
—¿El qué?
—El calamar gigante.
En la pantalla plana sobre el mueble, un architeuthis dux. Ocho tentáculos que brotan de una cabeza ovalada, en punta, con dos aletas pequeñas, y se extienden durante casi seis metros. Técnicamente hay seis extremidades con ventosas que no son tentáculos, sino brazos —aclara una voz con zetas y yes bien españolas—; los tentáculos son las dos extensas tiras prensiles que le dan el gran diámetro: diez metros los machos, trece las hembras. Este dato es interesante: sus ojos, los más grandes del reino animal, pueden llegar a tener 25 centímetros: una pelota de básquet.
¿Qué dedujo el curioso algoritmo de YouTube para proyectarle a un nene de cinco las explicaciones morfológicas del calamar gigante? En la mesa aún se amontonan botellas a medio tomar, pan dulces y garrapiñadas, y un número nutrido de copas estrafalarias esperando a que alguien las guarde y así poder volver a dormir en un armario vidriado durante un año entero. Afuera, la lluvia: regular, imperturbable. El verdor de los árboles se recorta en el cielo grisáceo y le aporta algo de belleza a la escena apocalíptica: tras los festejos, encierro. Si todo se inunda, ¿formamos parte del mar?
Así, la abúlica tarde del primero de enero, que cayó un domingo —¿ironías de la futurología que el 2023 empiece un domingo?—, se fragmenta. Ya no son dibujos animados con superhéroes atléticos ni dinosaurios de juguete dialogando sin mover la boca, ahora se trata de algo nuevo: un video sobre una especie animal con gigantismo abisal que en los últimos siglos se catalogó como monstruo marino y ahora, con tecnología, con racionalidad, con paciencia, no se logra estudiar con precisión. ¿Por qué? Porque viven en el fondo del mar donde el ser humano aún no ha llegado.
Un documental. Proyecto Kraken: en busca del calamar gigante. Un grupo de investigadores españoles decidió filmar por primera vez un architeuthis dux. Confiados de que en el Mar Cantábrico había algunos ejemplares —en 2001 apareció un calamar gigante en las costas asturianas— perfilaron un barco sobre un gran valle submarino conocido como la Fosa de Carrandi y bajaron tres cámaras a 800, 700 y 500 metros, y se dedicaron a esperar. Se turnaban, impacientes: mientras unos dormían en el camarote, otros fumaban tabaco frente a los monitores esperando ver tentáculos.
El más grande es el calamar colosal: mesonychoteuthis hamiltoni. Se descubrió en 1925, encontraron dos tentáculos en el estómago de un cachalote. En 1981 un barco soviético pescó en la Antártida una hembra inmadura de cuatro metros. En 2003, un macho de seis: cuando lo capturaron estaba devorando una merluza negra de dos metros. En 2007, cazaron una hembra en Nueva Zelanda que pesaba 495 kilos. Hoy se exhibe en el museo Te Papa Tongarewa. Es solo lo que se vio. Muchos investigadores sostienen que allá abajo podría haber calamares de tamaños inverosímiles.
—Poné ese.
—¿Cuál?
—El que rompe el barco.
Ahora en la pantalla hay un dibujo de animaciones torpes, muy similar a la ilustración de 1801 de Pierre Dénys de Montfort. Al igual que el dibujo, se parece más a un pulpo que a un calamar. El naturalista francés se basó en los testimonios de los marineros que juraban haber sobrevivido a su ataque en las costas de Angola. En la mitología escandinava se llama kraken. Hay muchas historias sobre este monstruo. En el siglo I, Cayo Plinio Segundo publicó una enciclopedia titulada Historia natural —treinta y siete libros organizados en diez volúmenes— donde lo menciona.
Uno puede imaginar a Montfort escuchando a los marineros contando la historia con devoción. En los ojos de esos hombres de piel curtida por el sol y la soledad habría una mezcla de pánico y fascinación. Montfort se obsesionó tanto que estudió, dibujo, escribió, se volvió un respetado malacólogo y postuló que los diez barcos británicos desaparecidos en 1872 fueron atacados por un calamar gigante. Cuando aparecieron algunos sobrevivientes y dijeron que había sido un huracán, Monfort se quedó sin nada. Murió en la miseria, solo, en París, en el año 1820.
El dibujo del calamar gigante partiendo un barco a la mitad con sus tentáculos provocó algún tipo de seducción en el poeta y dramaturgo inglés Alfred Tennyson. Esa seducción se volvió poema. Lo publicó en 1930, a sus 21 años, con el título de “El Kraken”. En la descripción, el monstruo vive “lejos, muy abajo en el mar abismal”. Está dormido soñando “su sueño antiguo”. “Allí ha yacido durante siglos, y yacerá / golpeando enormes gusanos de mar en su sueño, / hasta que el último fuego caliente el abismo”. Cuando eso ocurra, “en un rugido se levantará”.
Hay otra referencia, más atrás en el tiempo, del obispo danés Erik Ludvigse Pontoppidan. En 1752 publicó Historia natural de Noruega donde habla de “una bestia de una milla y media de longitud, que si agarrara al buque de guerra más grande, lo arrastraría hasta el fondo”. Como Tennyson, le da un carácter definitivo al ataque. Algo así como un apocalipsis final. Es una época particular: poesía, religión y ciencia bailan de la mano. Y todo siempre sucede por algo. “El kraken vive apostado en el fondo marino y sólo sube a la superficie cuando es calentado por el fuego del infierno”.
Todo está en internet, pero no hay definiciones precisas ni buenas imágenes de estas criaturas. La ciencia no ha podido llegar hasta allá abajo. Todo lo que se sabe es porque los calamares subieron. Dicen que en el fondo del océano —en el interior del planeta— hay tantos misterios en el espacio exterior. Lo incierto es también un ángulo para afrontar la realidad. ¿De qué tamaño serán esos monstruos que aún permanecen ocultos, dormidos, soñando su sueño antiguo? ¿Cuándo calentará el abismo el último fuego del infierno? ¿Cuándo será ese día?
—Papi, tengo miedo.
—¿Vamos a dormir?
—Sí.
Etiquetas: Alfred Tennyson, Calamar colosal, Calamar gigiante, Cayo Plinio Segundo, Erik Ludvigse Pontoppidan, Kraken, Pierre Dénys de Montfort, YouTube