Blog

12-01-2023 Notas

Facebook Twitter

Por Luciano Lutereau

1.

Hay personas que llegan al análisis para resolver un conflicto a partir de la relación con el analista. Son los neuróticos y el conflicto lo resuelven no porque el analista les diga qué hacer, sino porque lo viven en el vínculo analítico.

Sin embargo, hay otra clase de personas que no parten de un conflicto, no llegan a la consulta con ese grado de estructuración psíquica y más bien necesitan el vínculo con el analista para producir una reestructuración; por lo tanto, en la medida en que el análisis se consolida, se desestructuran y a veces se desorganizan.

Esta desorganización puede darse en fenómenos normales, como el duelo, tanto como en episodios confusionales de psicosis no del todo floridas -que no necesariamente atraviesan un brote.

Esta idea no es original, es la intuición de que partió el uso que Winnicott hizo de la noción de regresión; también se la encuentra en la idea de Pichon-Rivière de que ciertos vínculos son necesarios para que alguien enferme -no porque ese vínculo sea “enfermante”, sino porque es el soporte en que una enfermedad puede manifestarse; porque enfermar es un acto de salud.

Ahora bien, estas ideas son importante para los momentos en que los pacientes atraviesan agravamientos; muchas veces, lejos de la ineficacia, el empeoramiento es indicador de un proceso novedoso por venir.

En estos momentos es preciso resistir y estar, sin garantía de nada, pero con confianza en el trabajo que se realiza y una orientación supervisada; no pocas veces aquí, un practicante asustadizo deriva, precipita una internación, etc.

Porque lo complejo de estas situaciones es que no se atraviesan sin transferencia negativa; la forma más básica de esta última es la invalidación de los actos del analista y la reducción del dispositivo a su improductividad. A veces el paciente tiene que hacer la dolorosa experiencia de que el analista no podrá salvarlo, pero que sí estará a su lado si decide vivir.

También estará a su lado si decide darle curso a la transferencia negativa e interrumpir el tratamiento; habrá vuelto a la vida de forma incompleta, sin haberse curado, pero al menos tendrá ese recurso tan útil en esta clase de casos que es constituir un objeto malo al que desplazar su inercia vital.

Quizá con el tiempo, luego de haberse desprendido de esa parte odiosa de sí, proyectada en el analista, esa misma persona pueda constituir un conflicto psíquico.

Al analista le tocará pagar el pato, sí, pero nadie se dedica seriamente a esta práctica si quiere tener pacientes agradecidos.

2.

Hay una situación de los primeros meses de vida humana que define un trabajo psíquico que puede durar años.

Si el momento en que tiene hambre se prolonga, el bebé no va a tomar el pecho por más que se lo ofrezcan, apoyándolo en sus labios; al mismo tiempo, va a reaccionar a su tensión interna sin importar que esa reacción sea inadecuada -porque produce más tensión, en lugar de descarga.

Esta conducta observable por cualquiera que tenga un trato más o menos cotidiano con un bebé o niños pequeños, es la que llevó a postular diversas ideas en psicoanálisis: una defensa primaria, un pecho malo, un odio originario, pulsión de muerte, etc.

Independientemente de los términos, el fenómeno es unívoco: en el comienzo hay desadaptación y, progresivamente, el humano debe dejar de defenderse de sí mismo -atacarse a sí mismo, a través de otro- para fundar un lazo.

Este lazo implica ver al otro, algo que tampoco ocurre desde el principio, cuando el bebé guía su percepción principalmente por el contacto. Cuando digo “ver” no me refiero a una cuestión visual, sino a la inscripción de una distancia que le permite al otro existir exteriormente.

El contacto basal tiene dos problemas: supone la indiferenciación (tocar es ser tocado) y es incorporativo -como lo muestra la succión, pero también la acción prensil, como la del bebé que apoya la mano en el pecho y presiona.

En el contacto, entonces, no hay otro y es un obstáculo para la distinción yo/ no-yo. En este nivel el funcionamiento psíquico es plenamente proyectivo: el bebé no puede distinguir entre sus acciones agresivas e impulsos destructivos internos.

Este funcionamiento psíquico, que sería esperable que se deje hacia los 6 meses, puede durar mucho más tiempo o ser la estructura regresiva con que varios adultos viven día a día.

Me refiero a personas que no pueden relacionarse con otros sin suponer mala intención cuando se frustran; que dicen que otros les hacen lo que ellos mismos hacen; que cuando se enojan nada los calma y hasta pueden lastimar a sí mismos; que no pueden recibir nada del otro sin dañarlo o sentir que lo arruinan; etc.

Hasta hace un tiempo este era un tipo de personalidad específica (esquizoide). Hoy es la persona común y corriente.

 

* Portada: Detalle de «Adoración de los Pastores» (1476-1478) de Hugo van der Goes 

 

Etiquetas: , , , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.