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Por Pablo Milani
Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Publicó los libros de cuentos Los signos transparentes (2003), Todas las persianas bajas, menos una (2007) y El pasado sabe esperar (2018). Sus relatos también integran antologías y publicaciones de Argentina y el exterior. Actualmente colabora como periodista con Infobae Cultura y está a cargo del área de prensa del Goethe-Institut Buenos Aires. Acaba de publicar un nuevo libro de cuentos, Sueños como cuchillos (Milena Caserola). La entrevista se concretó en un bar del Barrio Rawson, donde vivió Julio Cortázar. Fue una conversación extensa en pleno Mundial de fútbol, donde dialogamos sobre la gestación de su nuevo libro, su ascendencia alemana, su modo de escribir y sobre su deseo de trabajar en un perfil del mencionado Cortázar, entre otras cosas.
¿Cómo nació este libro?
En general, hay un cuento que viene a ser como el estandarte y punto de partida del libro. De ahí, se abre el camino para arrancar. Porque ese cuento marca el rumbo, es el verdadero germen. En el caso del libro anterior, fue el cuento que le dio el título al libro, El pasado sabe esperar, y en este, «Reptiles», que también es el primer cuento. De alguna manera se vuelve el cuento guía del libro, tiene ciertas líneas que se prolongan o replican en los siguientes.
Y concebí Sueños como cuchillos en dos partes, cada una con ocho cuentos. La primera parte agrupa relatos con protagonistas mujeres que están en búsquedas personales de cambiar su entorno, soltarse de una situación opresiva o toman una decisión disruptiva. La segunda parte se vincula más con las miradas de personajes de la infancia, mayormente niñas o adolescentes.
Ahora que lo mencionás, en tus cuentos hay una descripción muy minuciosa sobre cosas de tu pasado que inevitablemente pasa por la historia de nuestro país, como por ejemplo el cuento sobre la recuperación de las Islas Malvinas visto con los ojos de una nena de sexto grado de la primaria. Me interesa saber cómo interactúa en vos el lenguaje de la época a la hora de escribir.
No fue algo que haya buscado de manera deliberada. Ese cuento, “Ahora están todos contentos”, tiene muchísimo que ver con nuestra historia. Era imposible contarlo sin el contexto histórico, con lo que nos estaba pasando como país. Por lo general me da temor apegarme a una literatura testimonial de época; ese trasfondo suele aparecer en mis cuentos de manera más desdibujada. Hasta ahora, nunca había situado un cuento en una circunstancia histórica tan determinante. En el caso de este cuento, hice una investigación sobre cómo eran las tapas de los diarios, el lenguaje de época durante la guerra de Malvinas. Algo también recordaba, pero tenía que ver más con la mirada de la infancia. Me interesaba jugar con ese mundo de contradicciones, entre el discurso triunfalista que se le transmite a una nena y las críticas que escucha en su casa. También me gustó trabajar el tema del silencio. ¿Qué pasa cuando hay algo que no se puede contar? Quizás eso me pareció lo más desafiante del cuento.
Más allá de ese cuento en particular, ¿en qué punto te determina la época a la hora de escribir? Y no estoy diciendo que tengas que escribir sobre eso, sino que inevitablemente eso nos toca de alguna u otra forma…
Te determina, y no. Porque supongo que uno es, en definitiva, el resultado de las circunstancias de lo que va viviendo. Algunos cuentos del libro, como «Reptiles», «La condena de Peter Krag», «Primas», podrían suceder en cualquier momento histórico, porque se desenvuelven en un ambiente muy intimista. Pero en la medida que los personajes empiezan a salir a la calle, creo que eso cambia y se intensifica el contacto posible con una época.
Justamente, tus cuentos tienen como espacio preferentemente a Buenos Aires, en el sentido que nombras calles, barrios, algo muy urbano. ¿Qué te pasa con la ciudad y su fisonomía a la hora de escribir? Porque mientras la ciudad va mutando, uno también lo hace y se transforma.
Sí, siento que no podría escribir demasiado en y sobre otro lugar. En este libro el único cuento que no transcurre en Buenos Aires es “La entrevista a McCartney”, que se desarrolla en Miami. Generalmente mis personajes se desenvuelven mayormente por esta ciudad y, a veces, la van descubriendo. Fugazmente comparten mi mirada. A la vez, me gusta construirlos en escenarios que conozco. También me parece que Buenos Aires tiene mucha riqueza para ofrecer, en el sentido que es una ciudad de múltiples caras. Y también está la contradicción, que me parece interesante, entre lo urbano y lo suburbano. Justamente hay varios cuentos que transcurren entre autopistas. Definitivamente me interesa cómo la misma ciudad ejerce influencia sobre los personajes. Qué sucede cuando pasan de un barrio a otro. Es como si Buenos Aires fuera mi laboratorio de experimentación. Siento que mis personajes naturalmente corresponden a esta ciudad, como yo.
En una entrevista vos dijiste que te resulta muy difícil escribir en otro espacio que no sea el de tu casa. Contame cuál es tu rutina y cuál es esa música que escuchás a la hora de escribir.
La verdad que no tengo una rutina establecida. En general espero a tener una idea que se instala de manera persistente. Me encantaría tener una rutina y decir: “Me levanto a las 7 AM y enciendo la computadora para escribir”, pero no es mi caso. Y también por otras obligaciones no llego a hacerlo. Entonces organizo más la escritura a partir de esta idea fuerza, que puede ser tanto un personaje como una situación. Es algo que me da vueltas en la cabeza y, hasta que no logro cerrarlo, no me deja tranquila. A veces, cuando me doy cuenta de que esa idea fuerza no está madura, espero y la dejo decantar. Hay cuentos que salen de una sentada y hay otros que requieren muchos regresos, pulidas. Me ha pasado de reescribir el mismo cuento desde otro punto de vista con otro personaje. Soy de corregir mucho.
Respecto de la música, elijo la que me da una cadencia, un ritmo. Porque escuchar música mientras escribo me da serenidad, tanto si voy demasiado rápido como si me trabo. Uno de mis discos de cabecera es Mis tangos preferidos de Juanjo Domínguez. Lo pongo bajito y ahí empiezo a escribir.
Y a la hora de ejercer el periodismo, ¿utilizás la misma forma?
No, es distinto. Es una escritura más urgente. Ahí hay una meta concreta. Porque cuando me siento a escribir un cuento, tiene que haber algo más lúdico, de libre creación. Que te genera esa incertidumbre de no saber adónde vas. Pero cuando trabajo en una nota, suele haber un plazo para entregarla. Además, el hecho se presenta consumado y el desafío es cómo narrarlo. Pero cuando vos tenés que inventar ese mundo ficcional con sus propios personajes y conflictos es un desafío mayor. También porque el cuento es, como suele decirse, un mecanismo de relojería. Ahí no podés hacer muchas digresiones como en la novela. En el cuento tenés que manejarte con mucho cuidado para que realmente quede cerrado en sí mismo.
¿Cómo es cuando pudiste escribir esa idea, pero la tuviste que interrumpir por días o a veces meses?
Trato de aguantar la idea para el momento en que realmente pueda sentarme a escribir y desarrollarla. Ahí sí me tengo que dar el tiempo. Como te decía antes, en el texto periodístico, aunque se presenten dificultades para escribir, el universo viene ya armado. Pero cuando la historia está completamente a tu cargo, te dice inventame, es una responsabilidad mayor. Después, cuando sale bien, el disfrute es más grande, porque es el reflejo de un mundo totalmente propio. Para mí una de las cosas más lindas a la hora de publicar un libro es cuando lectores y lectoras me empiezan a comentar, me hablan de los personajes o de situaciones de los cuentos. Porque me los imaginé un día en soledad y de repente, a partir del libro, pude compartirlos con mucha gente, que pasa a familiarizarse con esos mundos míos, personales y ficcionales.

Foto: Paola Liguori
Hasta antes de compartirlo no sabés verdaderamente lo que va a pasar con un cuento. Qué parte vas a tocar en el otro, ¿no?
Claro, eso te sorprende. A veces hay cuentos que pienso que tal vez no van a llegar mucho, y llegan. O personajes con los que el lector o lectora se encariña o identifica. La dificultad y también la ventaja que tiene el cuento es que, en su brevedad, crea un mundo propio. A veces se dice que la lectura del cuento es más rápida o más fácil. Es relativo, porque cuando vos terminás de leer un cuento ya te espera el siguiente. Como una vez me dijo Luisa Valenzuela durante una entrevista, el libro de cuentos le exige mucho más al lector o lectora, y es verdad. Porque a vos quizás te gustó mucho un cuento corto, pero enseguida te tenés que familiarizar con el universo del siguiente, y no sabés si ese te va a atrapar tanto como el anterior. En la novela, en ese sentido, vas más cómodo. Si te gustó, sabés que tenés un viaje de cientos de páginas. Pero el cuento puede ofrecer un disfrute enorme en una lectura más breve.
¿Con cuáles libros, autores o autoras te sentís más próximos a la hora de escribir? ¿De qué te nutrís a medida que un libro lo vas construyendo?
Hay innumerables cuentistas que admiro mucho. Julio Cortázar es uno de ellos, Abelardo Castillo o Jorge Luis Borges. Después hay un escritor mexicano que se llama Fabio Morábito, que trabaja la lengua con un grado de minuciosidad impresionante. Y me gustan los cuentos de Luisa Valenzuela, Liliana Heker, Samanta Schweblin. En relación a tu pregunta, no es que mientras escribo vaya buscando lecturas que me puedan orientar. Las lecturas, tal vez, ya me marcaron de antes.
¿Cómo te llevás con la traducción, de qué manera ejerce influencia esa parte en la literatura?
Hace más de 25 años que me dedico a traducir noticias del alemán y del inglés. El alemán es mi lengua materna, porque mis padres eran alemanes; el inglés lo estudié. Traducir te hace reflexionar acerca del manejo de las estructuras y particularidades de cada idioma. Lo que hago en concreto es traducir, pero también adaptar al español. Es algo muy específico, traducción periodística. Cuando traducís una noticia, tenés que adaptarla para que llegue de la manera más adecuada al lector. Tal vez lo más apasionante que me pasó fue que me abrió la posibilidad de traducir conflictos internacionales en vivo. Y, más allá de la traducción, también me tocó cubrir como periodista distintos eventos que disfruté mucho. Fui a la Feria de Guadalajara y a unos cuantos congresos de la lengua. Cubrí el de Rosario, con la inolvidable charla de Fontanarrosa, y donde también estuvo Saramago para homenajear a Sábato. Después fui al Congreso de la Lengua de Cartagena, en el que el gran homenajeado fue Gabo; al de Panamá, que tuvo a Vargas Llosa como su gran estrella y al que pude entrevistar.
¿Tus padres escaparon de la guerra?
Toda mi familia era judía y sí, se escaparon de Alemania durante el nazismo. Mi mamá viajó con sus padres primero a Potosí, Bolivia, y mi papá emigró con su familia a Tandil. Imaginate llegar desde Alemania, sin saber el idioma, y vivir en una ciudad con una identidad tan distinta como Potosí. Ahí mi abuelo fue empleado administrativo en una mina. Mi otro abuelo trabajó en un molino de Tandil. Y después las dos familias se vinieron a Buenos Aires, donde la comunidad judía era muy importante y además conservaba muchos espacios donde reunirse y compartir.
Me gustaría saber cómo te trató la pandemia. Viste que ahora nuestra vida se divide entre los que fue antes o después de la pandemia. ¿Qué te paso a vos en ese período? ¿En qué te ayudó? ¿Qué descubriste de vos? ¿Qué te pasó como miembro de una sociedad, siendo comunicadora social, en un mundo que estaba detenido pero que al mismo tiempo había que seguir viviendo?
Sentí que la palabra era un refugio de ese otro mundo distópico que se estaba viviendo. En la posibilidad de crear otros mundos había un lugar donde sí podíamos circular libremente, sin barbijos, sin el riesgo de contagiarnos. Fue la única vez que me anoté en una edición del Mundial de Escritura. De ahí surgieron algunos cuentos que después seguí trabajando. Sentí que las palabras me habían dado cobijo de alguna manera. Por otro lado, también tuvo un costado muy angustiante. Era inevitable preguntarse cuál era el sentido de inventar historias cuando el mundo estaba en serio riesgo, porque la pandemia se lo comía todo. Ese refugio en un principio estaba buenísimo, pero después ya no fue suficiente. Aislarse para escribir está bueno cuando uno lo elige, porque uno decide cuándo salir y cuándo volver, pero en este caso no existía esa opción. En líneas generales creo que, tal vez, me dio más intensidad a la hora de escribir.
Leila Guerriero en la última edición del FILBA dijo que le gustaría hacer un perfil sobre el DT Marcelo Bielsa. Te pregunto a vos. ¿Sobre quién te gustaría escribir o a quién te gustaría entrevistar?
Tengo una idea que en algún momento me gustaría trabajar: construir un perfil con testimonios sobre Cortázar. Ya hice muchas entrevistas que tuvieron vinculación con Cortázar. Entrevisté a Edith Aron, la mujer que lo inspiró para La Maga, al hijo de Ugné Karvelis, que tuvo como padrastro a Cortázar y a su traductor al inglés, Gregory Rabassa. Después, para Infobae, hice una nota sobre los amigos de Cortázar, y hablé con el “Tata” Cedrón, Sergio Ramírez y Manuel Antín, así como con su biógrafo Mario Goloboff. Todos ellos me fueron contando su versión del Cortázar que ellos conocieron. Y me gustaría encontrar otros testimonios más que, en definitiva, den su mirada sobre un escritor que me hubiese encantado entrevistar. Al no poder hacerlo, se abre esa posibilidad de construir un perfil a partir de las miradas de las personas que sí lo conocieron desde distintos ámbitos.
Para cerrar, me gustaría volver sobre tu libro Sueños como cuchillos. Contame acerca del título, me interesa saber cómo se gestó el arte de tapa.
La tapa es obra de mi sobrina Lucía Martínez Mayer, ilustradora de 22 años que ganó dos premios del Fondo Nacional de las Artes. Ella me propuso ilustrar el motivo de la escalera. Y me encantó, porque la escalera tiene esa magia del pasaje. Cuando estás arriba, no ves abajo, y a la inversa. Además le agregó detalles sutiles como el de las plumas, que tienen que ver con el primer cuento, “Reptiles”.
Con respecto al título del libro, me gustó la idea de Sueños como cuchillos porque pensé en esos sueños sin realizar, que no pudieron ser, que se van clavando como cuchillos, e impulsan a los personajes a cuestionar el mundo.
Y también porque, como decía Cortázar, el cuento no puede ganar por puntos como la novela, sino que tiene que ganar por nocaut, lo que asocié al cuchillo, como una cuchillada final y también metafórica.
Etiquetas: Gabriela Mayer, literatura argentina, Pablo Milani