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Por Cristian Rodríguez
En la novela inaugural de Truman Capote, Otras voces otros ámbitos, plagada de iniciaciones, transfiguraciones y extrañamientos de la identidad de su protagonista, Joel Knoz con trece años de edad, se abre a la maravilla de los descubrimientos personales y a la indagación de su incipiente sexualidad.
Esta primera novela de Capote traza también una nueva orientación en la narrativa contemporánea de posguerra, una novedad incipiente sobre el tratamiento de la problemática de género y sobre las cuestiones formales en la escritura, que devendrían, años después, en su novela verídica A sangre fría.
Del mismo modo, el psicoanálisis tiene sus orígenes en hitos clínicos y teóricos ligados al alumbramiento, y del mismo modo es un punto de inflexión en la historia del occidente contemporáneo respecto del discurso científico.
El romanticismo alemán y su ensueño de atravesamiento, desde la oscuridad de la noche espiritual hacia las luminosas albas del alma, habían impactado en la cultura alemana del siglo XIX de un modo excelso y duradero. Pensemos en El joven Werther de Goethe y ese otro viaje de iniciación, escritor insignia de la literatura alemana, muy admirado por Freud, ese mismo neurólogo inventor del método psicoanalítico. Con ese método eficaz que propone hacer consciente lo inconsciente, hacer visible lo invisible, echar luz sobre la otra escena -tal como el mismo Freud definió a lo inconsciente.
Ese encuentro del psicoanálisis con el romanticismo -y no sólo con la ciencia de su época, con los experimentos del mesmerismo, la hipnosis, la psiquiatría y las histerias de Charcot- es también el de un advenimiento de la verdad, de la realidad transfigurada y también transfinita. Formulando ya en el plano de una técnica terapéutica la noción de la “otra escena”, un cierto fenómeno que hoy podemos nombrar como del orden del campo del acontecimiento singular.
No es esta ya una experiencia ligada al esoterismo, sino que guarda relación con la indagación que hace Freud en los albores del psicoanálisis, en el contexto de su época y del estado de la ciencia. En ambos casos, el efecto de la lengua en el sujeto es en sí mismo una erótica. Y esta erótica con la lengua se descubre no sólo autoerótica sino portadora de una potencia, la de la “cura por la palabra.”
Esta cura concierne al concepto “letra” propuesto por Lacan. Si la letra tiene en cada caso una dimensión oracular, ¿qué relación guarda con la letra real y con aquello que Lacan nombró como “función paterna”, nombre del padre? Si una letra real es aquella que define la posición de un sujeto en los discursos -tal como Lacan los delimitó respecto del discurso de la histérica, el psicoanalítico, el universitario y el científico-, ¿cuánto de ese oráculo está ya expresado en las vivencias infantiles? De este devenir desde la orfandad hasta el reconocimiento de una posición como hablante, trata también la novela de Capote. La letra real define la posición del sujeto de lo inconsciente, que es lo que ocurre con Truman Capote en esas “otras voces, otros ámbitos” inaugural, una auténtica operatoria en lo real de la lengua que definiría su posición en la vida, desde su elección sexual hasta su posición como escritor, y la orientación, temas y estilo de su obra literaria y su obra vital así significada.
Incluso en un caligrama infantil, en un juego de alternancia, en un pictograma, en un ideograma, en el gesto de un trazo, puede haber este tipo de letra transdimensional. Son los gestos casi imperceptibles que se transmiten sutilmente, entre pares y entre generaciones.
En este sentido, en la dimensión que propone un gesto, un trazo significante, ¿el título de una novela -cuando la define su autor- funciona como cifra inconsciente y delimita así la clave para acceder, no sólo hasta los albores del psiquismo infantil, sino como una posible línea de intención en una vida? ¿En el título existe ya un programa secreto, un programa cifrado, un programa inconsciente sobre lo porvenir?, la escritura como función de la letra para el sujeto.
Por otra parte, ¿existe una dimensión topológica, una transposición que podríamos hacer corresponder a los pasajes de esas voces a otros ámbitos? No en vano Lacan se refirió a la pulsión invocante -ligada a la voz- como posición primordial de la inermidad del sujeto ante el superyó, y también como operatoria que permite al sujeto inscribrise en la lengua. De esto está hecho el trabajo de un escritor, transformar su relación con esta instancia primordial, inescrutable -la de la pulsión invocante- en un propio nombre.
Un escritor lleva adelante su propio lance con la poética, también intenta una revelación y una revolución. En el estado actual del discurso capitalista, precisamente cuando el estatuto de sujeto intenta ser reducido hacia una posición inerme y previsible, como objeto de consumo en la serie de la fetichización, lo que allí se repliega es la subjetividad, se “enrosca sobre sí misma” en las posiciones narcisistas, pero no afecta al sujeto de lo inconsciente estrictamente.
El sujeto, en el plano de estas nuevas religiones mundiales, vislumbra sus resquicios por lo que le falta -como sujeto de lo inconsciente-, por lo por nacer y por los efectos de lo no sabido, por su insistencia, repica por las campanadas de la dimensión de lo humano y no por la iglesia, es el movimiento en dispersión por aquello que nos interpela cada día por vivir.
Esta pasión de escribir no se condiciona por su soporte material, ni por ningún estado de naturaleza. Del mismo modo que la letra tampoco depende del trazo como soporte natural de su existencia. Es una operación única y magnífica, nos trasporta también a otras -nuestras, capturadas retroactivamente- voces y otros ámbitos, un don que nos es ofrendado, y resulta incierto e inestable. Para que viva, tenemos que agitarlo y hacerlo vibrar.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanálisis Contemporáneo-, Goethe, Jacques Lacan, Psicoanálisis, Sigmund Freud, Truman Capote