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Por Luciano Lutereau
1.
Es una idea de sentido común que los niños juegan mucho. No lo digo por los niños que no juegan, que son cada vez más; lo digo por los que juegan y digo que no juegan tanto como pensamos.
Lo demuestra el hecho de que cuando no juegan se aburren. Esto quiere decir que juegan poco, porque no saben jugar más que a lo que ellos quieren. Si no, no saben qué hacer. Ni hablar de cómo les cuesta jugar a lo que otro quiere.
Entonces, pienso que una de las ventajas de la adultez es que podés jugar con cosas con las que un niño no puede jugar. Por ejemplo, podemos jugar con el trabajo. O con la ropa que ordenamos mientras escuchamos música.
Son ejemplos simples, pero que permiten ver qué equivocada es esa idea romántica del niño que juega, en oposición al adulto que cumple; si el desarrollo del adulto fue saludable, será una persona que no se aburrirá nunca, mientras que un niño vive acosado por la limitación de su capacidad creativa.
Hoy se critica lo que se llama ”adulto-centrismo”, como si fuera una alejamiento respecto de la verdad de la infancia; en lugar discutir qué quiere decir ser adulto, se idealiza la niñez sin recordar que un niño es incapaz de vivir una vida en sentido estricto.
2.
En su curso “Conceptos fundamentales de la metafísica”, Heidegger hace un análisis maravilloso del aburrimiento.
Esto es ser un filósofo: dedicarse a los fenómenos imprevistos. Un curso sobre metafísica y Heidegger dedica más de 100 páginas al aburrimiento.
Para técnico de la razón, le queda el lugar a la inteligencia artificial. El filósofo, en cambio, desdobla la racionalidad y no la deja sucumbir a lo inteligible.
Heidegger distingue entre que algo aburra, aburrirse por algo y el aburrimiento profundo. Ahí ya empieza el análisis fenomenológico, con su carácter revelador, pero que no es sobre lo que me quiero detener.
Sí me interesa que el análisis fenomenológico tiene que revelar el sentido, no hacerlo comprensible o inofensivo. En esto se parece al psicoanálisis.
Aunque el psicoanálisis de un fenómeno como el aburrimiento, tendría que empezar con una fantasía inconsciente.
Sin restituir el papel de la fantasía inconsciente como forma de acceso al sentido, no hay psicoanálisis.
Por ejemplo, la experiencia consciente de aburrimiento podría tener como correlato inconsciente la fantasía de pudrirse internamente.
A veces hay personas que, en lugar de decir que están aburridos, dicen que están “podridos”.
Independientemente de la relación con el mundo externo -en que se basa el análisis fenomenológico- está la relación con el mundo interno, el de las potencias creativas y la capacidad de supervivencia de los procesos psíquicos.
Es una constatación clínica que las personas creativas no suelen aburrirse o, mejor dicho, el aburrimiento no les pesa, sino que lo pueden usar con fines lúdicos.
También ocurre que quienes tienen una relación no inhibida con su capacidad de vivir psíquicamente, tienen menos problemas para los tiempos pausados, de espera o detención, en que otras personas suelen decir que se aburren o que se cansan.
En fin, la cuestión es cómo el análisis fenomenológico y el psicoanalítico son diferentes y eventualmente complementarios.
* «Los hijos del pintor en el salón japonés» (1874) de Mariano Fortuny
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