Blog

Por Luciano Lutereau
1.
A principios del siglo XX, Freud planteaba que dos conflictos centrales de la masculinidad son:
1) el deseo posesivo, que lleva al síntoma de los celos narcisistas;
2) la puesta a prueba de la potencia, que lleva a la vergüenza y la fantasía de no poder.
Para Freud ambos síntomas tienen raíz edípica y se vinculan: en los celos se juega la competencia con otro varón como modo de erotización que objetaliza a la mujer.
Lo propio de un análisis, para el maestro vienés, sería trascender estos síntomas, subjetivación específica de una sociedad patriarcal, alterar la constitución psíquica misógina que implica el Edipo y descubrir otra forma de amar.
2.
Freud tenía la idea de que las mujeres -por su particular (no) salida del Edipo- tenían un superyó más débil.
En realidad, no es que sea más débil, sino que no esta constituido a través de identificaciones normativas (leyes a las que sólo se puede obedecer transgrediéndolas, como hacen los varones) sino por imperativos que, a veces, pueden ser paralizantes.
Por ejemplo, el parricidio que da lugar a la Ley (para hacer callar al Padre) es propiamente masculino, mientras que las mujeres quedan más atadas a la voz del Padre.
De ahí se desprenden tres fenómenos que la teoría tradicionalmente aísla para las mujeres:
1. El miedo a la pérdida de amor (que es temor a que el otro deje de hablarles);
2. La hiperexigencia (en la medida en que, si no transgreden, trabajan para esa voz interna que todo el tiempo les dice que puede haber un detalle que está mal en lo que están haciendo);
3. Si el varón es nominador por excelencia (legislar es, en última instancia, hacerlo sobre los nombres), la mujer no tiene nombre propio.
En los análisis de muchas mujeres se advierte cuánto trabajo les toma soltarse de esta subjetivación (patriarcal).
* Portada: «Retrato de dos niños» (1891, detalle) de George Gerhard
Etiquetas: Edipo, George Gerhard, Luciano Lutereau, Psicoanálisis, Sigmund Freud