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Por Luciano Sáliche
En los bustos, en las fotos, en las pinturas, Marx no dice nada. Alguien podría arriesgar que es un hombre que ostenta algo de seguridad, no mucho más. Salvo dos dibujos de 1940, cuando era muy joven, siempre está de barba —a mediana edad, oscura; de grande, ya plagada de canas—, el pelo siempre hacia atrás, siempre erguido. Hay ceños más relajados que otros, miradas más determinantes que otras, pero no hay mucho más que se pueda precisar. Como si se hubiese encargado de evitar cualquier exceso pictórico que intervenga en sus trabajos escritos para centrarse en lo que parecen ser hoy sus retratos: ornamentos discretos para las solapas de sus libros.
Incluso en los momentos finales de su vida —hoy se cumplen 140 años de su muerte— suprimió cualquier pomposidad personal. Tras el fallecimiento de su esposa, Jenny von Westphalen, en 1881, había enfermado: gripe persistente, bronquitis y pleuresía. Habrán sido muy duros esos dos años finales, sobre todo porque en enero de 1883 murió su hija mayor, la que llevaba el nombre de la madre. Su salud era débil; el desenlace, inevitable. Y aunque tenía solo 64 años, en el siglo XIX era una edad avanzada. En el sillón de su casa, ya muy mal, le preguntaron si tenía unas últimas palabras. “Las últimas palabras son para los tontos que no han dicho en vida lo suficiente”.
Alrededor del cajón, en el cementerio de Highgate, en Londres, diez personas lo despidieron. Estuvieron presentes su hija Eleonora, sus yernos, algunos militantes socialistas. Uno pronunció un discurso en francés, otro en alemán. También leyeron dos telegramas recientes, de los partidos obreros de Francia y España. Friedrich Engels, su gran amigo, con quien escribió, entre varias obras, el Manifiesto comunista de 1848 —hacía apenas quince años—, leyó un breve escrito. “El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días”, comienza aquel texto conocido como Discurso ante la tumba de Marx.
Con la rabia que producen los arrebatos de la muerte y el optimismo de los que sienten y piensan en clave revolucionaria, Engels aseguró que acababa de partir el hombre que “descubrió la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa”, el hombre que consideraba a la ciencia “una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria”, el hombre que “era, ante todo, un revolucionario”. “Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo”, dijo y armó una lista que va de absolutistas a republicanos, de conservadores a ultrademócratas. “Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telarañas”.
En vida, Marx se encargó de decir lo que quiso. Trabajó, militó, pensó y fue muy prolijo a la hora de delimitar su pensamiento para no quedar atado —aunque posteriormente haya sido imposible— a interpretaciones maniqueas. De hecho, a fines de la década del setenta del siglo XIX, ya derrocada la Comuna de París, hubo militantes franceses que se autodenominaron marxistas, pero él, en vez de arrogarse la referencia, dijo: “no soy marxista”. Evitando títulos y cultos, quitándose las telarañas, nunca pretendió otra etiqueta que la de comunista, porque para él, como escribió en 1844, “el comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del próximo futuro”.
En el funeral, Engels no hizo alusión alguna a su nombre de pila —siempre fue: Marx— ni resaltó aspectos conmovedores de la intimidad cotidiana ni alumbró el oscuro día con alguna anécdota reluciente que lo humanice todavía más. No quiso ensalzar nada de lo que Marx había sido y había dejado. “Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”, concluyó su lectura. Mientras doblaba la hoja y la guardaba en el bolsillo interior del saco, comenzaron los aplausos de ese grupo reducido, algunas lágrimas, los puños al cielo, las primeras gotas de una mañana fría y opaca que había enterrado definitivamente el cuerpo de Marx, no su obra, no sus ideas, jamás su legado.
* Portada: Fotografía de Karl Marx (1861)
Etiquetas: Comunismo, Friedrich Engels, Funeral, Karl Marx, Marxismo