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Por Leonardo Berneri
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Nuestros últimos héroes aparecen en una foto junto a Mauricio Macri en la gala que los acaba de consagrar. Enseguida, las redes se llenan de indignación y decepciones. Aparecen, rápidas e infaltables, las comparaciones con el Diego, las acusaciones, los insultos. Por suerte, parece ser, hay uno de los jugadores que es medio compañero. No estaba en la premiación, no hay foto.
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El neovictorianismo en el que vivimos apunta su linterna y coloca bajo su luz, en examen, a cualquiera que, osado o por cualquier razón fortuita, se atreva a desviarse del silencio o del anonimato y haga, por ejemplo, una canción, escriba acaso un libro o un tweet, gane quizás un mundial. Contra el paredón de la moral, firmes y quietos, se le solicita su carnet de buena conducta y se lo somete al interrogatorio: ¿merece el aplauso que recibió?, ¿deberá devolvernos el festejo?, ¿quiso engañarnos simulando que hacía el bien?
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En los últimos meses se escuchó repetidamente hablar del “camino del héroe”. Un metarrelato cuya estructura supondría una serie de hitos o rasgos ineludibles: el comienzo desde abajo, los sufrimientos, la cercanía casi irrevocable de la derrota, la tenacidad, la falta de facilidades, los adversarios, que concluyen todos en la gran victoria. Cuando Argentina perdió contra Arabia Saudita nos consolábamos diciéndonos que solo era uno de los momentos difíciles que todo héroe debe atravesar para llegar al triunfo final. No es de Joseph Campbell que aprendimos la fórmula, sino de Hollywood, que no se cansa de repetirla en cada película (y siempre funciona).
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La selección, pero también la vida de cada jugador se prestaría para ocupar los cajones que brinda este metarrelato. Series de Netflix, películas, documentales: los vemos llegar, los esperamos, queremos perdernos en ellos y escuchar de nuevo nuestra canción de gesta definitiva. Los protagonistas mismos, en este caso, no están ajenos al poder de seducción del relato y acaban hablando, en discursos de eventos deportivos, acerca de madres lavanderas y padres que se desloman en sus trabajos. Ellos se emocionan y nosotros con ellos.
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La cultura de Silicon Valley ha hecho del esfuerzo individual, de la autosuperación y del valerse por sí mismo sinónimos de la gloria. Triste reescritura del do it yourself que supo enarbolar la contracultura punk, esta autosuficiencia anhelada supone un mundo de empresarios emprendedores que logren ser los mejores en lo que sea que hagan. Shakira, sagaz exégeta de lo contemporáneo, puede enunciar, entonces, como un éxito el hecho de “facturar” y Nathy Peluso cantar, como un desafío, “I’m a business woman in a business world: cuidado que soy picante”. No hay más épica que esta en el presente.
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Macri y sus correligionarios se han adscrito como fieles del dios cuyo templo se yergue en Silicon Valley y profesan su doctrina con fervor.
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Las lógicas de los relatos a los que suscribimos lejos están de ser inocentes y nos enfrentan a nuestra propia contradicción cuando nos descubrimos decepcionados porque sorprendemos a nuestros héroes en una foto –por lo demás, protocolar y fría– que nos descoloca. ¿Haremos de nuestros héroes corderos sacrificiales para el altar de nuestra moral progresista y bienintencionada?, ¿serán la próxima víctima de la indignación y la paranoia?, ¿o los dejaremos, acaso, piadosos, y si quieren, todavía, jugar al fútbol?
Etiquetas: Leonardo Berneri, Lionel Messi, Mauricio Macri, Selección Argentina