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23-03-2023 Notas

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Por Tomás Grieco 

Freud ubica la aparición del síntoma neurótico a partir del encuentro con un conflicto vital, es decir, a partir del desarrollo de una vida. Esta concepción puede ser hallada en todos los historiales freudianos en lo que Freud ubica como el ocasionamiento de la enfermedad, y es válida incluso para la psicosis: el punto de partida del desarrollo sintomático en Schreber es ese conflicto que a veces le toca en suerte vivir a un hombre bajo la pregunta por la paternidad. 

Por lo demás, esta perspectiva es la que hace de la repetición en psicoanálisis algo distinto de la mera repetición del pasado: en la repetición no se trata de que se repita la infancia en la vida adulta; lo infantil es más bien la vía privilegiada de expresión —y de encubrimiento— de un conflicto actual y presente. Tomemos como ejemplo a Elizabeth Von R., al que Freud ubica como su primer análisis completo de un caso de histeria. La aparición de los síntomas conversivos en Elizabeth son explicados a partir del surgimiento de una representación inconciliable con la conciencia moral. Se trata del momento preciso en el que, en medio del dolor por la muerte de su hermana amada, surge un pensamiento otro que da cuenta del triunfo sobre el objeto: Elizabeth se alegra al pensar que ahora su cuñado está disponible para ella. Así, Freud va delimitando el camino en la formación de síntomas: conflicto entre representación y conciencia moral; represión de la representación inconciliable con la conciencia; retorno de lo reprimido de manera desfigurada a través del síntoma conversivo. 

¿Cuál es una de las formas privilegiadas del conflicto? Se trata del conflicto de ambivalencia, el instante trágico en que se aprehende el hecho de que se odia lo que se ama. No es otra cosa lo que integra la posición depresiva en la obra de Klein: el objeto bueno y el objeto malo antes disociados no son sino el mismo, y el destino del objeto bueno amado no fue otro, por lo tanto, que el de haber sido atacado y destruido. Se trata de una inscripción primera de la pérdida, así como del surgimiento de la capacidad para el sentimiento de culpa y de las mociones reparatorias (motor de incontables análisis).

Este mismo núcleo, reversionado a partir de la fantasía parricida, es el que se encuentra presente en la tragedia de Edipo: Edipo no sabía que el rival (odiado) al que dio muerte no era otro que su padre (amado). Y en ese no se sabía acaso pueda delimitarse la estructura de la tragedia a partir del psicoanálisis. Que la contingencia de un cruce de vías cualquiera sea un destino inevitable es, en definitiva, lo que nuestra práctica parece enseñarnos día tras día (salvo, claro, que el camino hacia ese destino sea truncado mediante el radical recurso a la muerte).

El objeto en Klein es esencialmente objeto de duelo, en tanto la pérdida es el destino propio de los objetos tempranos. En definitiva, la posición depresiva kleiniana no es mucho más que una manera de nombrar el dolor que esta pérdida impone. 

Pero en tanto articula de ese modo particular la interdependencia entre sujeto y objeto, la posición depresiva es también una teoría del conocimiento, teoría por medio de la cual se alcanza un saber (saber que sin embargo posee un carácter distinto al de ese saber no sabido propio de la operación del mecanismo de la represión). Bion se propone formalizar esta estructura en lo que denomina Vínculo C. En tanto que función, el vínculo C (Conocimiento) se define por la operatoria de los factores A (Amor) y O (Odio), donde la fórmula de la función es C=A+O. Esto quiere decir que el amor por sí mismo no es suficiente para producir conocimiento, para ello se requiere de la integración del amor con el odio (y no de la mera aglomeración de ambos factores). La pérdida que implica la integración del amor y del odio es lo que lleva a Bion a plantear que el dolor es inherente al conocer, pero también a otro autor como Green a sostener que el odio es la vía privilegiada por la cual se llega al conocimiento del sujeto (en los aspectos genitivo objetivo y genitivo subjetivo del término). 

Otra manera de nombrar esto es a través del concepto de escotomización, concepto caro al psicoanálisis y que los autores de la escuela inglesa han sabido desarrollar tan bien, y que es lo que por ejemplo ha llevado a un autor como Winnicott a hablar de una defensa maníaca como intento de huida de la realidad interior hacia la realidad exterior. 

Con el paso del tiempo, el desarrollo histórico del psicoanálisis nos fue enseñando que la capacidad para vivir el conflicto de ambivalencia es algo dado… para la neurosis. Hay otro tipo de pacientes para quienes esta aptitud resulta más bien un punto de llegada. Y, justamente, lo que es puesto en cuestión en estos casos es la capacidad para vivir misma. Porque, ¿de qué otra cosa se trata una vida sino justamente de vivir conflictos? 

Una de las grandes preocupaciones de Winnicott era justamente por ese tipo de pacientes en quienes no se estaba desarrollando una vida. Porque los hubo, y los hay cada vez más. Cual Hamlets contemporáneos, son muchas las voces que hoy repiten en coro: vivo para decir esto hay que hacer”. Son aquellos que responden a la demanda de una manera no obsesiva, sin mediaciones, sacrificando en ese cumplimiento los distintos aspectos de su vida personal. Digo no obsesiva porque el síntoma en la neurosis en tanto que tipo clínico es la respuesta frente a la división subjetiva propia del encuentro con el deseo. Tampoco son posiciones evitativas, algo que quedaría más bien del lado de una respuesta fóbica. Para estos casos, de lo que se trata es de una posición anulatoria del deseo mismo. Posición que, tal y como señala Winnicott, se reduce en su totalidad a la simple respuesta a estímulos provenientes del exterior, con un gran empobrecimiento de la vida psíquica como principal consecuencia. ¿Cuántos son quienes en la actualidad viven para trabajar, siendo incluso muy exitosos en ello, pero que no poseen la capacidad para interrumpir el trabajo y poder disfrutar de un tiempo libre de exigencias externas? ¿Cuántos los que no poseen la capacidad para vivir un vínculo, con la ambivalencia que todo vínculo inevitablemente implica? Se trata de casos con predominio de mecanismos de defensa primarios que operan en la disociación desintegrativa de todo conflicto posible (disociación de amor y odio, de moral y deseo, etc.). Es quizás por esto que Winnicott veía con gran preocupación la posibilidad de que un análisis resultase interminable. Su idea era la de que el psicoanálisis no puede reemplazar a la vida misma: en algún momento ha de haber un punto final que empuje al paciente a levantarse del diván, cruzar la puerta del consultorio y salir a vivir su vida como pueda. En este sentido, el psicoanálisis no puede ni debe ser un modo de vida. 

Sin embargo, el desarrollo de toda vida tiene un carácter paradójico: la vida en cuanto tal es una segunda vida que comienza en el momento mismo en que, vía la inscripción de esa pérdida primera de objeto, la vida misma se pierde. Como en Confucio: todos tenemos dos vidas, y la segunda comienza cuando nos damos cuenta de que sólo teníamos una. En este sentido, puede que la tragedia sea actualmente la manera de vivir por excelencia, en los casos en que podemos tener la esperanza de afirmar que hay una vida en juego. Y es por esto que hay análisis para los cuales lo único que cuenta, al menos en una primera instancia, es la posibilidad de establecer algún tipo de relación posible con lo que se pierde. Y de lo que permanece en lo que se pierde, en esa operatoria única del sujeto que implica la simbolización de una ausencia: que el objeto perdido deje de ser un objeto malo presente para pasar a ser símbolo sin cosa, un símbolo que trae consigo una tristeza que alivia y que algún día podrá devenir deseo. Para estos casos, Winnicott subrayaba la importancia de que la ambivalencia pudiese ser experimentada – acaso por primera vez – dentro del dispositivo analítico y, más específicamente, en torno a la figura del analista en su función de objeto. Incluso, llegó a decir que es a partir del despliegue del odio en transferencia que puede llegar a producirse una operación psíquica análoga a la represión primaria… a condición de que el analista decida sobrevivir a la cita. 

Por último, cabe agregar que hay una excepción a la regla. El psicoanálisis no puede ser un modo de vida… salvo para el psicoanalista mismo. Por supuesto, esto no significa que quienes se dediquen al psicoanálisis deban vivir para trabajar, todo lo contrario. Pero una técnica que sirva para analizar debe poder servir también para vivir. En definitiva, de lo que se trata es de llegar al punto de inicio para que haya un nuevo comienzo.

 

* Portada: «La recompensa del adivino» (1913) de Giorgio de Chirico 

 

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