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Por Diana Rogovsky
Miro Vivir su vida de Jean Luc Godard con Anna Karina. El final es desgarrador. Pero el asunto empieza antes, mucho antes y encuentra en las lágrimas de Anna en espejo a las de Maria Falconetti un cenit que sobrecoge y admira a quienes gustan del cine, promediando el film. La escena en que Anna-Nina baila, con la camisa con jabot es para amarla por ella y por cómo está hecha: quiere disfrutar de una tarde libre.
Atrás, al costado, los hombres hacen negocios, ¡con ella!
Su cuerpo deja entonces de ser una propiedad cuantificable, maleable, una muñeca inflable de carne y hueso y se vuelve la risa, la piel que se difumina por sus bordes vibrantes.
Desde el principio de la película abundan las explicaciones de cómo son las cosas, cómo funcionan, qué escuchamos por boca de estos hombres que le van explicando de espaldas en el café, ante la mesa de una terraza, mediante voces en off, durante las escenas en que vemos la preparación y el debut de Nina en su nuevo trabajo. En las calles, en el pool, le explican a Nina la industria del cine, la fotografía, la prostitución, la verdad filosófica, el amor.
¿Qué quiere Nina en Vivir su vida? ¿Qué les pregunta a estos hablantes, qué reclama?
Al finalizar el film navego por internet y miro fotos de Anna Karina antes de morir a los 79 años. Una gruesa línea bordea el celeste de sus enormes ojos, los dientes oscuros de tabaco se ven en su sonrisa extrema. Es interesante ver estas beldades del cine cuando han envejecido y se les inscribe otro gesto, ausente en los films.
La relación entre Godard y Karina parece haber sido tumultuosa: varias películas juntos, intentos de suicidio, infidelidades, fiestas, celos. Podemos ver que lucharon de algún modo intentando encuadrarse en un sistema insostenible sin estas salidas de las normas, y altas dosis de sufrimiento propio e infringido, diríamos hoy. Pero así era entonces.
En varios artículos de la web se encuentra el título de “La actriz que fue musa de Godard” refiriéndose al menos a dos de sus esposas. Con James Cameron pasa un poco lo mismo. Las actrices-esposas son las musas. ¿Será un estadio irrenunciable para ellas mismas? ¿Habrá hecho feliz a alguien ser la musa?
Tampoco se ve que Godard la haya pasado genial, aunque quien sabe.Respecto de su obra es un director afamado, admirado.
Es el star system que existe y consumimos: cine, series, mundiales de fútbol, estrellas del pop o integrantes de la realeza. Hablamos, comentamos sobre eso. Somos pájaros que nos alimentamos con los restos de los barcos hundidos.
Anna Karina; Lauren Bacall; Monica Bellucci. Quizás estaban cansadas.
Dice internet que se dedicaron a otras cosas, también. Por ahí tendrían ganas de dejar de ser el símbolo erótico, estar con frecuencia en el ojo del huracán.
No lo sabemos, es algo imaginable. E inimaginable.
Es tan raro esto de la imagen de la especie humana, lo que pasa con el rostro femenino y los cuerpos fotografiados en la era de la reproductividad técnica -y biológica-.
Se vuelve el asunto de desencarnarse algo muy arduo, se escapa de las coordenadas. ¿Hay crueldad en derredor? ¿Es el ojo portador de un goce loco de insaciable?
Imagino algo que ya está en curso, los astros construidos por la inteligencia artificial con su sangre azul, de agua teñida, para ser enarbolados en la piedra sacrificial. Y que la rueda siga, girando.
Etiquetas: Anna Karina, Cine, Diana Rogovsky, Jean-Luc Godard, María Falconetti