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27-04-2023 Notas

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Por Guillermo Fernandez

Aunque la voluntad de los hombres la mayoría de las veces reniega de lo común y busca ser original, hay acontecimientos que se repiten y, sin embargo, revisten de la calidad de las ceremonias mínimas. El mundo contemporáneo requiere, para que el tiempo no devore a los humanos en una máquina de sucesos ininterrumpidos, de pequeños actos íntimos casi inconfesables. 

Cuando Juan José Saer narra en Cicatrices (1969) el juego del billar, pone a su personaje en una actitud singular frente al pasatiempo. Saer despoja la diversión de su contenido y “traduce” el deslizarse de la bola en una interacción del hombre con el medio pleno de luz y sombra. Lo logra a partir de una narración minuciosa y con una “delectación morosa”, como escribiría Leopoldo Lugones en su soneto de Crepúsculos del Jardín (1905).

En el pasaje del pasatiempo convencional hacia lo infrecuente hay una serie de pautas que trascienden lo meramente estético discursivo.

¿En qué momento tomar el taco, ponerle tiza, mirar la zona de bola adecuada para que pegue en la banda y la haga caer en la bolsa de red dispuesta a los costados de la mesa se convierte en una serie de actos pautados desde siempre? 

¿Hay alguna disposición social que indique la posición de los brazos del jugador, el momento exacto del golpe entre las dos bolas? 

Resulta evidente que el éxito o el fracaso del juego depende de una sincronización que también se adecua con el ambiente, las miradas y el silencio hasta la espera del turno. A pesar de que todo esté diagramado por el aprendizaje, de esas horas de café y de alcohol existe el rigor de la disciplina. 

El rito nunca se concreta en la rebeldía, consiste en una obediencia y de respeto por la enseñanza.

Saer selecciona la palabra y la “encastra” en una secuencia escrita. Realiza una operación de montaje en el hecho de extraer, coordinar y de elevar al protagonista a la categoría de “sacerdote” que dispone cómo se hace. 

El director danés Lars Von Trier armó para la televisión de su país la serie The Kingdom. Exodus (1994) para exhibir el oficio de los médicos y su saber dogmatizado. 

Trier pone a prueba a quienes están designados para curar, habilitados por una función que los “destaca” y los ubica en el podio de la mirada social del acatamiento.

Las secuencias de The Kingdom transcurren a puertas cerradas del centro médico danés. Hay un pasaje que va desde el “afuera” enfermo hacia el “adentro” sano, profesional y con el ingenuo poder que otorga el saber. 

Lars Von Trier subvierte el orden del maestro/discípulo: sus personajes desfilan entre la incertidumbre y la manifiesta falta de cordura en un “ritual” que justamente altera y vulnera el orden de un vademécum. 

¿Qué guardan en común la escena del billar en Saer y el film de Von Trier?

El hecho de que en las dos obras se persiste en un comportamiento instalado sin discusión. 

En el caso de Cicatrices, el billar en su comienzo necesita un “desorden”, de una bola que desarme, para luego contar con la destreza de acomodar los tiros. En The Kingdom hay también un desarreglo inicial y continuo que lo acrecienta la supuesta inversión de la pericia académica. 

No todo rito es una conversación con lo divino. Hay una semiosis de lo común que conviene desentrañar para que la “inteligencia artificial” no gane la batalla. 

* Portada: «El jugador de billar» (1930) de Willem Bastiaan Tholen

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