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Por Camila Onsari
«La cláusula o exclusa del género desclasifica lo que permite clasificar.
Llevando hacia la muerte lo mismo que engendra, forma una figura extraña, una
forma sin forma, quedando casi invisible, no ve la luz del día ni se da a luz.»
Jacques Derrida, La ley del género
Fatal. Una crónica trans de Carolina Unrein es la escritura desbordada de un renacer, la del pibe del lindo culito, la marica, la trava, la lesbiana y la chica trans. Fatal. Una crónica trans es la escritura transgenérica de una vida que acusa a la vez que devela la lógica binaria de los géneros literarios y sexuales. Es tanto un testimonio como un diario íntimo, una autobiografía y una crónica (trans); es la escritura post mortem de una experiencia invisibilizada que se vuelve palabra. En la medida en que es imposible escribir desde la objetividad a la hora de relatar la propia vida (o a la hora de relatar, a secas), lo político que subyace a este testimonio-diarioíntimo-crónica-autobiografía es lo político de una escritura conscientemente queer que no busca la cronología ni la exposición objetiva de los hechos, sino suscitar un efecto, un descentramiento del yo. En tanto no existe el concepto mismo de hegemónico o jerárquico per se sin su contrapartida, sin su queer –y viceversa–, Unrein, desde la transgresión a la ley del género, toma la palabra y fabrica un texto en donde se revela a la otredad como lo más intrínseco de lo íntimo.
El pacto de lectura comienza, inocente, con el título que etiqueta a la narración como una crónica. Sin embargo, el índice del relato de Carolina corresponde al de un tiempo revuelto –un “delirio cronológico”, en sus palabras–. Días, meses, años antes, durante, después. Ya la primera línea, “6 días después”, funciona a modo de entrada de diario íntimo que corrompe su propia estructura. Lo que importa no es la fecha ni el orden, sino el significante: 6 días después de su vaginoplastia. De ahí que Maia haya aparecido hacia el final del relato: la pregunta sobre el amor y la sexualidad “llegó en el momento indicado, seis meses después de haberme operado”. Desde el inicio –y hasta el final–, Unrein nos posiciona en una historia que no responde a la ley del género sino a la del deseo, y donde el cuerpo es el protagonista. Entendiendo que desde que se nombra al género, desde que se lo intenta pensar, se traza un límite, en Fatal. Una crónica trans, lo primero que leemos es una transgresión. Se trata de la ley del desborde, de la participación sin pertenencia, de la contaminación y, por sobre todo, de la potenciación. Si bien se sostiene el acto de informar propio de la crónica, puesto que la narradora detalla desde el paso a paso de la operación hasta la opacidad en el imaginario hegemónico de todas esas formas-de-vida Otras, lo hace desde la potencia de lo híbrido. El entramado de géneros, la conjunción entre lo privado del discurso íntimo y lo público e interpelativo del testimonio es lo que permite confeccionar una “crónica trans”. El género (textual, sexual) se devela así como significante vacío y, lo hegemónico, como artificio. En tanto escapa a la axiomática del género, ley naturalizada que excluye e incluye a la vez, esta escritura post mortem es una intervención política sobre las prácticas discursivas hegemónicas que llevan hacia la muerte lo mismo que engendran. “Háganse cargo”, nos exige Unrein. “Háganse cargo de que yo no sepa cómo comunicarme con las personas, de que no entienda las reglas implícitas de lo social […], porque fueron ustedes quienes me negaron la palabra.”
Esta escritura trans da (a) luz a todos los cuerpos que quedan siempre a oscuras ante la Ley. Y “ver la luz, para la ley, es la locura”, señala Derrida. Funcionando como virus y vacuna a la vez, Fatal devela –lleva al absurdo, a la locura– el mecanismo del dispositivo persona que desarrolla Esposito (2011): “Sólo si existen hombres –y mujeres– que no sean del todo, o no lo sean en absoluto, considerados personas, otros podrán serlo o podrán conseguirlo”. En definitiva, y en el mismo sentido en que el concepto de hegemónico no existe sin su queer, “si la categoría de persona coincidiese con la de ser humano, no habría necesidad de ella”. Mientras que la constitución hegemónica del yo-persona necesita de un proceso de despersonalización de la otredad, la crónica trans de Unrein, su Háganse cargo, invierte este proceso: dar luz a lo Otro, a lo intrínsecamente Otro, incita al lector cis a su propia despersonalización. Esta interpelación no es solo proclamada, exigida desde el contenido de su reclamo, sino que se juega en la incisiva e inesquivable segunda persona plural, en las desinencias verbales que solo acorralan a los que están (estamos) del lado que ejerce la violencia.
Y volvemos al problema del género. Un diario íntimo no proclama ni interpela, por el contrario, confiesa lo propio, guarda cual tesoro los secretos del yo: ante la tensión entre certeza y vacío que constituye al sujeto moderno, sujeto con profundo miedo a su propia disolución, el diario funciona como forma de consolidarse y de resguardarse de lo externo. El sujeto moderno, inmunitario, se autoconstituye como idéntico a sí mismo negando a la otredad: esa es su ficción. Sin embargo, Unrein dice “Háganse cargo”. Háganse cargo de que son (sólo pueden ser) con nosotras afuera, háganse cargo de que esa otredad que niegan los constituye. En Fatal toma lugar lo comunitario que exige la renuncia a aquella subjetividad inmunitaria. Así, el acto de lectura se convierte, también, en un acto autobiográfico.
Desde su (trans)crónica y su intimidad, la autora demanda al afuera un cambio de posición, demanda un lugar, y por sobre todo, demanda un amparo. La voz de Carolina irrumpe en el sentido común, incomoda a lo cis y, en tanto todo lo incómodo genera movimiento, el ruido blanco de la Otredad absoluta, del no-lugar, se hace presente, se vuelve palabra. En este sentido, Fatal. Una crónica trans es la búsqueda (contra)discursiva de una identidad viable a la vez que la instigación pública y política para que nosotros también hagamos lugar. En efecto, esta crónica, íntima autobiográfica testimonial, deja al lector (cis) en evidencia incluso en el íntimo acto de lectura; evidencia que aquel vínculo intacto entre cuerpo y máscara (entre sexo y género, entre literatura y ficción, entre íntimo y privado) es justamente una construcción y no una unidad natural. Es en ese limbo entre la ley del deseo y la Ley, violencia expulsiva de una sociedad estratificada, donde se materializa la errancia identitaria de quienes no respondieron al deber ser. Lo que leemos, entonces, no son meramente los diarios de la vida de Carolina, sino la experiencia impersonal de una vida, una comunidad: “yo, Carolina Unrein, me declaro harta de este mundo de terror y de espanto […], profundamente harta de todos ustedes porque no se les mueve un bendito pelo con el sonido de las sílabas chocar los nombres Marcela Chocobar o Diana Sacayán, yo.”
Fatal habita la paradoja y danza entre lo privado, lo íntimo y lo público en busca (y en demanda) de una respuesta –de una pregunta sin fin– sobre la identidad. De ahí la ironía del género: al mismo tiempo que busco retratar esa vida mía, íntima, me es ajena y opaca. Reconstruir todos los yoes como si fuesen uno, sujeto único idéntico transversal, es querer reconstruir lo imposible: “El yo es una nada, un oxímoron, un significante flotante” (Montes, 2022). En definitiva, no se puede narrar la propia vida porque no hay nada de la propia vida que sea propio. Entendiendo a la propiedad como correspondiente al dispositivo persona, en el texto de Unrein, esa forma-de-vida que dice yo es la del corpus ego (soy un cuerpo) y no la del ego corpus (tengo un cuerpo).
En ese habitar la paradoja, habitar el oxímoron, lo que sí logra reconstruir Unrein es la (no) linealidad de un delirio cronológico que hace sentido, que arma serie y que cohesiona la experiencia de un cuerpo. Es ahí donde emerge la ficción propia de toda autobiografía, de toda rememoración y toda identidad. La vaginoplastia, la comunidad, el deseo, es lo que conjura la forma-informe de sus yoes, pero no en pos de borrar una historia para inscribirse en el binarismo dominante, sino para transformar lo privado en público, para intervenir el sentido común, para reivindicar el derecho a la diferencia. Fatal desmantela la facha, la fachada, del yo y lo descubre como significante flotante. En ese gesto, esta crónica trans ante la Ley constituye la expresión –demasiado humana– de una paradoja irreductible.
Fatal. Una crónica trans
de Carolina Unrein
Planeta, 2020
160 páginas
* Portada: «El doble secreto» (1927) de René Magritte
Etiquetas: Camila Onsari, Carolina Unrein, Género, Jacques Derrida, Ley, Literatura, Otredad, René Magritte, Roberto Esposito, Trans