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Por Eric Schvartz
En Historia de la sexualidad 1, la insólita humildad de Foucault ha motorizado el sin fin de ideólogos que sacian su infinita práctica autoerótica con su prosa afrancesada. Se evidencia como un panfleto caprichoso e inoperante cuando despilfarrala sus críticas etiquetando a Freud de “conformista” ante la intervención de la misteriosa opacidad de la sexualidad desdé un diván, y cuatro paredes “monásticas”, y su falta de búsqueda de posible síntesis resolutiva ante el “puritanismo moderno”. Cuando logra rastrear las formas de hablar de la sexualidad, se evidencia su descarado narcisismo, que obtura sus grandes premisas, y endulza a los académicos golosos.
En el interludio se topa con dos posibles formas de manifestación discursivas que son claras y sentenciosas, vigentes hasta el dia de hoy:
“La hipócrita burguesía atareada y contable”, habla su sexualidad desdé su mutismo, y está al servicio de su trabajo, pero el trabajo no entendido como aquello que se puede hacer con devoción, predicando una Ética, sino que Foucault lo pensará, como inevitable curso del individuo capitalista. Aquel avatar burgués, habla desde el silencio, con su sexualidad reprimida, dirá, y el silencio como bien es sabido, en su pasividad se escurre una contundente actividad. Aquello que el burgués se priva de decir, palpita en él. Está resguardado en su sexualidad normativa y legítima, por lo que no es conocedora de las asediantes miradas ajenas, pero opera como una.
Es el vigilante, y en su reduccionista descripción, podríamos decir desde Nietzsche, es un lisiado a la inversa, esto es, no le falta nada, pero le sobra mucho de una cosa.
Un gran ojo, y toda su singularidad reducida al placer que le concede su posición de vigilante.
Por otro lado, está quién, dirá el escriba francés, habla de su sexualidad indiscriminadamente, sin filtros, haciendo del deseo, discurso.
Discurso de confesión.
Esté será, el rebelde, el infractor. Quién cree oponerse ante lo imperante. Ante la Cultura, pero dos voluntades están en juego, la ser promulgadora de un saber, un saber de cómo ha de vivirse la vida, un saber de la sexualidad, y la del placer de creer portar ese saber.
Creer saber dilata el narcisismo, y no el narcisismo deseable, el que puede engendrar Cultura, esculpiendo al sujeto(y viceversa), sino uno que es afín al poder y al desbordante autoerotismo de hoy.
Las hinchadas almitas de los infractores, son también, lisiados a la inversa. En vez de ser grandes ojos como el burgués, son una gran boca que se embriagan en su discurso y portan la voz de una “ciencia de la sexualidad” dirá Foucault, una ciencia de la vida, que está al servicio del control, al servicio de la administración del cuerpo.
Los divulgadores de cómo vivir la vida, son predicadores de la muerte.
La hinchada almita del infractor, cree resistirse a una Cultura hegemónica, y por eso, encarna la ley, y esa resistencia a lo fundado es la “formidable petición” del portavoz dirá Foucault:
“¿Qué pasa con el poder? Mientras se sospecha que él sabe ¿qué pasa con nosotros?”
Quieren imponer su bien y su mal, dirá Nietzsche.
Desde la descarada voluntad de verdad, hablan los que se endulzan. Tal voluntad, no existe en esas formas de hablar, pero si existe sobrado en ellos, voluntad de saber, que, por definición, es voluntad de poder.
“Donde divisé un ser vivo, allí encontré también voluntad de poder; incluso en la voluntad de ser siervo, encontré la voluntad de ser señor«, sentenció Nietzsche.
La síntesis alquímica:
El “Señor” quiere imponer su bien y su mal, a través de los lisiados a la inversa.
La “ciencia sexualis” es la necesidad de hacer de la sexualidad categórica, pero mismo Foucault logra ver que aquello atenta contra la erótica, velo que hace de la sexualidad opaca e intransigente.
El poder no es, vertical, he ahí otro acierto, pero tiene un estatuto de ser en la medida que es aquello que habla a través nosotros,
La pugna entre pares, entre opuestos, es tan antiquísima desdé que la humanidad es humanidad, pero los dos avatares de Foucault, están a merced del mismo Amo, de la misma enunciación o del mismo enunciante, y el análisis del escriba francés, toma otro curso por “los lectores”. Se ignoran las premisas más tajantes que oraculizan lo que acontece en la modernidad y van a acrecentarse hacia el malestar de la cultura.
Objeto y sujeto, son dos caras de la misma moneda, proposición que se logra pesquisar en las ideas de Freud trabajadas en “Más allá del principio del placer” en 1920. Las tendencias de poder hacerle mucho a un objeto(o dejarse hacer). El sadismo propio de la rúbrica de la humanidad.
El dejarse hacer es fundamental:
Dejarse hacer por el poder, es dejar de ser sujeto.
No nos erradicamos de esas tendencias, y no son erradicables, pero si pagamos el boleto de la Cultura, y encarnamos la ley de una Ética, que se germina de lo heredado, de un linaje. No la hablamos, no la hacemos confesiva, pero la predicamos en la medida que se esculpe, con los restos de una Cultura, con su sedimentación.
Algo del orden de lo no dicho, de lo que no corresponde a uno pero se predica como propio. No es la razón, no es la voz de la conciencia, ni la conflictiva moral, pero acontece en uno como un silencio. Aflora de lo hondo.
He ahí el encuentro con la Ética, el valor más elevado:
En la Ética no juega el placer, de ahí que no necesite ser dicha. La Verdad acontece en uno.
¿Cuál verdad?
La del Logos: El germen de una Ética Común. Verdad singular, pero que es con otros.
El acierto de la obra, no es la “represión” del burgués que el mismo Foucault, cede en el capítulo “La apuesta.”
“Que el sexo no esté reprimido, no es una noción muy nueva.”
Claro que no. Eso es tan antiguo desde que el psicoanálisis es psicoanálisis y pudo nombrar aquello. Toda sexualidad es reprimida en primera instancia. Eso no hace a un desacierto de sus puntualizaciones, pero si a las posibles lecturas erráticas.
Sucede que Foucault, en su análisis de los mecanismos de poder, desatiende la Cultura, entendida como el lugar común en el que uno se corre del discurso que está al servicio del poder, pero más grávido aún, que el control de administrar los cuerpo , es propio de la neurosis, que en la medida que el otro porta un saber de la sexualidad, uno se mimetiza ante la forma de hablar del otro, porqué uno le atribuye al otro el saber de la sexualidad.
Reitero, no hay tal cosa como él saber de la sexualidad.
He ahí el ABC del psicoanálisis:
“La sexualidad es singular.”
Con singular, no significa que hay infinitas categorías a hacer y divulgar como tan brutalmente hacen los no formados analistas que engendra está época, y los futuros profesionales. Significa que la sexualidad es irrepresentable y su intento de apresar su materia, termina en un desastre categórico.
Mimesis. Idea fundamental en “Psicología de las masas.”.
La histeria se sirve de esa forma para copiarse, emularse, mimetizarse de quién “sabe” de la sexualidad.
La histeria, es, por definición, un tipo clínico, esto es, la forma de hablar que desconoce el objeto de su deseo, saber que se le atribuye a otro.
El tipo clínico es una categoría, pero está al servicio de la lógica de cómo se manifiesta un discurso, y no de ser “Señor de la ciencia sexualis”.
De ahí que se evidencia que no hemos comprendido a Freud hasta el día de hoy.
Los estudiantes, (futuros profesionales) que sostienen que la histeria es algo que quedó en los tiempos de la Viena del siglo XX, y que nos hemos segregado de “las antiguas neurosis”; no han comprendido la obra, en lo absoluto, y ya predican la idea de relativizarla. No solo a Freud, sino a los grandes pensadores que nos han advertido una y otra vez, el irrefutable curso de las cosas.
“Las palabras más silenciosas, son las que traen las tempestades, los pensamientos que caminan con pies de palomas, son los que gobiernan el mundo.”sentencia Nietzsche.
La compulsiva, y confesiva necesidad de relativizar sin haber siquiera comprendido a un autor, son los pensamientos que gobiernan el mundo, que administran los cuerpos, y encalibran el narcisismo que promulga la época.
Foucault hace premisas extraordinarias, sucede, que no son ellas las que se usan para pensar las cuestiones de hoy, y peor aún, su ambigüedad de prosista narcisista, corre a cuenta nuestra.
“Se trata de controlar, administrar e interrogar la sexualidad de los niños.”
He ahí el gran acierto tajantemente quirúrgico. Eso es algo que está vigente y es, la progresiva bomba de tiempo palpitante, de las transformaciones de verdad y sexo, que vaticinia Foucault.
El dominio del campo del lenguaje. La ley que se quiere instaurar, dentro de la misma fábrica de la ley. Ese es el mayor peligro de las formas confesivas de hablar.
La relación de dominio del campo del lenguaje a merced del poder, es inversamente proporcional a los mecanismos de discusión, la libertad de expresión, en la que uno arriesga a provocar al otro.
Descifrar pensadores, es tarea imposible con la voracidad académica y la mimesis discursiva es asediante, y es lícito para los analistas interrogarse por el curso de los futuros profesionales de salud mental y su posición ante lo que acontece hoy.
En está época, arriesgar al chiste, a seducir, a irrumpir con aquello que provoca, con aquello que afecta y hace palpitar el cuerpo, nos recuerda que estamos atados a su incómoda materialidad, y fisura el miserable narcisismo de las hinchadas almitas, de los lisiados a la inversa. Cada vez menos margen a la metáfora, en una Cultura autoerótica.
Las fuerzas del mundo siempre han doblegado indiscriminadamente e inclementemente, tanto las externas, como las que afloran de lo hondo, de lo oscuro, pero en una Cultura desvirtuada, que mantiene un credo infantil, todo atenta contra el narcisismo.
¿De qué manera sucede que a esté autor se le ha dado otro curso?
El burgués heternormativo es un chivo expiatorio epocal. El rasgo de legitimidad de la pareja monogámica, también se ha puesto en jaque, y eso traerá aparejadas consecuencias con el “Malestar en la cultura” que advirtió Freud.
Freud tuvo el coraje, a diferencia del cobarde mutismo de la camada actual de profesionales:
“Hay verdaderos valores de vida”
Con esto no quiso decir que “hay una manera de vivir la vida”, cada quién tendrá que encontrar su bienaventuranza, pero si hay una Ética, que nos corre de las prácticas autoeróticas, en las que el otro nos irrumpe, y nos hacen armoniosos, singulares, en un Común, y no somos el eco de los reiterados mantras miméticos de época.
En la medida que uno es un pasional ideólogo, predica muchas cosas, menos su Ética, y la posibilidad de un Común.
“¿Espíritus libres? Nada tienen de libres, más que la creencia, y los ornamentos de su pesada ideología, ¡Su marcha conduce a la boca del lobo! La Hydra que ustedes mismos creen combatir…”
Le estamos cortando las cabezas a la Hydra, y el mito ya nos enseñó, que esa es una tragedia garantizada. Lecturas conscientes, requieren profesionales analizados.
* Portada: Kenny Lucky
Etiquetas: Eric Schvartz, Ética, Filosofía, Friedrich Nietzsche, Michel Foucault, sexualidad, Sigmun Freud