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25-04-2023 Notas

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Por Julieta Botto

I

Chacarita, 2023. Es otoño y hace calor. Un sábado distinto, pienso. En el mismo momento, o un rato antes, me pregunto cuántas veces vine al cementerio. No tantas, pero sí tengo la certeza de que es el que más visité.

Se disputa el primer lugar con Parque Memorial, pero ese, pienso, es otra cosa, y lo ubico en mi mente en otro casillero, en otra clasificación. Vuelvo a mi pensamiento original, al otoño de 2023.

Hoy no vengo por ningún muerto –propio o ajeno–, aunque este sea su reino. Hoy también es otra cosa, una suerte de ficción, de etnografía. Me dejo. Total, ¿qué puede pasar?

II

Estoy acá para ser parte de una performance (esto lo sabré al final), para ver teatro (mi madre hará un chiste al respecto).

Los nombres de los espectadores son contrastados en un listado que dos chicas de aspecto vital y saludable ofician de acomodadoras o jefas de sala. Nos movemos de un lado del portón del camposanto al otro. Creo que tiene un sentido, pero no lo registro. Recomiendan que vayamos al baño antes de “salir”, y un actor de traje, con anteojos amarillos y un parasol-paraguas, reparte programas-planos. Nos explica que no vamos a hacer el recorrido habitual bajo las tipas, sino otro, y cuenta que estos árboles son de la clase que no se tocan copa con copa.

Salimos. Una masa flaneur caminando con recogimiento. Una procesión respetuosa y expectante.

Nos sentamos en el pasto para recibir la primera escena-indicación sin saberlo, y acogemos las reglas que dicta el lugar: el silencio impera aún más que si estuviéramos en una sala, pienso. No es necesario recordar que se muteen los teléfonos.

Los cementerios no tienen en mí asidero emocional alguno. Son depósitos de cuerpos de personas que quise, y allí quedaron. Sus corporalidades, sus residuos, lo que ya no son. Porque mis amores y recuerdos con ellos siguen conmigo y siendo míos, lo otro ya no son ellos.

III

Una obra más real que la del mundo es como la vida: sorprendente, un recorrido cuyo final es desconocido, en el cual el tiempo no importa, solo discurre.

No sé si alucino por la espera bajo el sol, pero creo ver a alguien vestido como los personajes de La casa de papel, con un mono rojo con capucha. (¿Alguien más se dio cuenta?) A partir de ahí, la compañía La mujer mutante, a cargo de la pieza, desplegará su artillería para, con total pericia, disimulo e impunidad, jugar con nuestras emociones y percepciones. El límite entre ficción y realidad parece desdibujarse a cada paso y en cada giro entre los pasillos del sexto panteón, en cada pasaje entre jardines y puertas ventanas. No podremos replicar jamás el mismo camino. Un laberinto del que solo ellos conocen su resolución. Y nos dejamos conducir entre extasiados y mansos como corderos que van al matadero (¡ja!).

IV

Si bien sé que para muchos es común hacerlo, jamás existió en mi familia la costumbre de visitar los cementerios en los cumpleaños ni en las celebraciones comerciales.

No sé si es desamor, común olvido o la cancelación de un duelo. Pero en ese depósito se cierra una puerta: el muerto, muerto está.

El antropólogo francés Marc Auge desarrolló el concepto de “no lugar” para describir “tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes […] los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta” dentro de la época actual. Yo creo que un cementerio lo es. Es un lugar de paso (del que muchos querrán huir). Tiene una entidad ajena, la de la muerte, la del olvido (de ella) por un rato, no exenta de valor estético, histórico, antropológico y filosófico.

V

Vuelvo al otoño de 2023. No oso mirar el reloj mientras dura la obra, mi única preocupación es no perderme nada, adivinar si las siluetas recortadas al final de los pasillos son actores, cuidadores o deudos.

No respiro. O sí, pero por la boca, por temor a oler la muerte, y al lado mío escucho que alguien piensa lo mismo. En otro momento hay un instante silencioso para la emoción. Silencio. Se escuchan pájaros cercanos y gritos lejanos. Seguimos caminando confiados, desconociendo el destino. Como en la vida y la muerte.

Lo que sí conocemos es la historia del cementerio y del sexto panteón de Itala –invisibilizada bajo el manto del discurso patriarcal, pienso–, y como una suerte de manifiesto, se traza un recorrido sobre la muerte, las ausencias, las clases que nos diferencian pero que nos igualarán al final. En Recoleta o en Chacarita –o donde sea–, nos guste o no, será el mismo final de la historia. Todo concluye al fin, todo termina.

La muerte está latente, porque las paredes-nichos lo recuerdan a cada paso, pero pocas veces es nombrada por los actores en esos términos. La búsqueda y el indicador son otros. La invitación lo es.

Lo inesperado, como en la vida y el teatro, reina alrededor. Pienso en el aura de Benjamin. Salimos al sol. Silencio. Cae el telón.

 

* Portada: «Cementerio de la iglesia», de Benjamin Haughton

** Una obra más real que la del mundo
Por la compañía La mujer mutante
Dirección: Juan Coulasso. Sábados 6, 13 y 20 de mayo a las 13.
Recomendación: llevar agua, ropa y calzado cómodos. Más info

 

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