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18-05-2023 Notas

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Por Pablo Manzano

“Las ideas no son más que pretextos. Nunca han sido otra cosa”
Joseph Roth, Izquierda y Derecha

“Recuerdo mi juventud insurrecta, las costillas que me quebraron los bastones de la Guardia,
el deleite pulmonar de la sedición, los anhelos de cambio y su atisbo de vanidad”

Marcelo Cohen, Donde yo no estaba

“Armas para el pueblo, armas para el pueblo, armas para el pueblo ya”
Bombita Rodríguez

 

Así estaba el mundo cuando yo llegué. Mi infancia, mi padre convenciéndome de que era hora de ir a dormir, porque por la noche empezaban los tiros (eso me decía). Un sueño recurrente de mi niñez eran uniformados en la calle en pleno tiroteo. Absurdo: como si en aquel tiempo, de un bando o del otro, alguien fuera a vestir uniforme para tal faena. A Galimberti le gustaban los tiros. Probablemente, mientras yo soñaba, Galimba se lo pasaba en grande. Circula una charla de él y una amante, en París: “No quiero convertirme en un exiliado de café, Marie, me voy al Líbano”. El Zeitgeist, como dirían algunos (y ahí se acaba su alemán). “Nietzsche decía que una buena causa justifica la guerra. Yo digo que una buena guerra justifica cualquier causa”. “¿Pero no hiciste la guerra en tu país?”, le pregunta Marie. “Lo máximo que tiramos en una operación fueron doscientos tiros, contados por los cargadores de cada uno. Eran combates contra la policía, yo quiero vivir una guerra de verdad”. Cuando las balaceras dejaron de ponerlo cachondo, el loco Galimba se casó con una mujer rica y un militar de la ESMA acudió a su boda. Hasta se asoció con un ex secuestrado millonario (Rodolfo Galimberti: empresario, me dice Google). El Loco fue como una estrella pop de la subversión, hoy sabemos más de él que de muchos ingenuos desconocidos (desaparecidos).

A través de mi padre y mi madre nunca hubiera llegado a saber nada de Allende, y eso que los dos le tenían mucho miedo al “socialismo”. Mi padre, en particular, lo tenía claro: Videla nos salvó de eso. Con una familia así a uno no le queda más remedio que hacer su propio camino, aprender por sí mismo. Ya crecidito me explicaron que Allende fue un referente, ocurrió durante una reunión con gente de la facu en la que comenté que el prócer chileno se había pegado un corchazo (era todo lo que sabía de él). ¡No se suicidó!, me ladró una compañera de grupo: la cara roja, la voz crispada, presta a ordenarme ideológicamente. “Eso no fue un suicidio, fue robarles a los carniceros la posibilidad de humillarlo, ¿no entendés?”. Hay gente que no tiene que aprender por sí misma, que se lo enseñan todo desde temprano y en la juventud ya se han arrellanado para siempre del lado correcto. El suicidio digno y decorado de Allende es una idea instalada en el sector sentimental de la épica setentera. Nunca sabremos si el Salvador simplemente tenía mucho miedo. El miedo es demasiado humano. Y donde hay un humano, no puede haber un mito.

Otro que andaba a los cuetazos por aquella década era Mujica. El uruguayo es un distinto a todas luces. Da igual que ahora se imite un poco a sí mismo, que lo usen para el vídeo de Youtube o la peli en Netflix con música de piano. Una cosa es el fenómeno, otra el hombre en sí. “Una guerra crea contradicciones y dolores interminables. Si todos vivimos para hacer justicia y para la venganza es algo de nunca acabar. En la vida hay que aprender a cargar con una mochila de dolor, pero no vivir mirando la mochila”. (Entrevista en RTVE, 2013). Normalmente los que insisten en el olvido, los que pactan lo de pasar página, son los otros, los que operaron con vileza al amparo del estado y que al dejar el poder saben que tienen las manos sucias. ¿Por qué Mujica no insiste en la memoria, en no olvidar los que los otros (le) hicieron (ni olvido ni perdón)? ¿Por qué no insiste en vivir mirando la mochila? ¿Es a veces más bien una persistencia de quienes no tienen que cargar con ella? En otra entrevista (años noventa), Jesús Quinteros le pregunta por el arresto de Pinochet: “Debió haber muerto a balazos, como corresponde a un hombre de su talla. Pero no me gusta lo que hace este juececito español (Garzón), no quiero avalar antecedentes que un día se volverán contra nosotros”. ¿Por qué Mujica no se siente intocable, eximido de toda responsabilidad, libre de cualquier juicio o examen de conciencia? Sería de esperar que señalara la falacia de los dos demonios o se amparara en la prescripción de crímenes civiles, incluso que reclamara un trato especial de la sociedad (porque yo me banqué una dictadura). El Pepe sorprende. Un perro verde, un distinto.

El filósofo mediático José Pablo Feinmann vivió la agitación de los setenta, pero desde la militancia, el trabajo en el barrio y la docencia. Ni acciones armadas ni pastillas de cianuro. Si hoy se le planteara la idea de que el mundo se cambia con ingenuidad y no con cinismo, Feinmann, creo yo, respondería que el problema fue justamente la ingenuidad. No haber hecho una buena lectura del contexto. No darse cuenta de que lo de Cuba había sido un acontecimiento aislado (insólito) que había disparado las alarmas, que todos los gobiernos del continente junto con la CIA y la Escuela de las Américas estaban a por la labor, que en frente había un ejército fuerte y organizado. Y más aún: que no había proyecto, ni siquiera un sujeto social desde el cual impulsar el cambio; solo una masa numerosa (una hinchada loca) de militantes que admiraban a quienes iban de caño. Un clásico: Con los huesos de Aramburu vamo’ a hacer una escalera… Otro: Rucci / carajo / contáme cómo crecen rabanitos desde abajo… “Cuando cayó Allende, en Argentina salimos a la calle para desafiar a los milicos chilenos. Cantábamos: Atención / atención… / Toda la Cordillera va a servir de paredón.  Al final, los que usaron la Cordillera de paredón fueron los otros”. (Página 12, Especiales, José Pablo Feinmann, Peronismo).

Algunos de los que tenían la Patria Socialista como fin (de la historia) ya se habían iniciado en las armas durante la década anterior, integrando organizaciones fascistas, filonazis, anticomunistas… Ya en el 67 Galeano anunció: “Derribarán los mitos que antes veneraban y se radicalizarán en la dirección inversa”. (Semanario Marcha, Montevideo). Sin duda les iba la marcha, como a Galimba. ¿Cómo no sentir la atracción que describe Feinmann por aquella gente de acción que asaltaba comisarías y cuarteles, cómo no idealizarla en aquel entonces, pero sobre todo hoy, desde la agonía vital contemporánea y una existencia romántica pero aletargada? Gente de armas, pero también de letras. Poeta Urondo huyendo en una persecución por una ruta de Mendoza, la metralleta en el maletero, su mujer escapando entre los disparos y él cayendo bajo el fuego de fusil. Escritor Walsh, resistiendo hasta el último instante con su 22 corto, hiriendo incluso a un atacante antes de ser acribillado por una ráfaga de FAL en una esquina de Buenos Aires. ¿Habrán sido Walsh o Urondo los que pronunciaron las palabras que luego los Fabulosos Cadillacs escribirían para un personaje de ficción? Queridos enemigos de siempre, hoy dejo este mundo de dolor. Nunca olviden que el llanto de la gente va hacia el mar …

Antonio Escohotado, otro filósofo mediático, quiso alguna vez ser como esta gente. Intentó alistarse en el Vietcong (no tuvo la suerte de Joe Baxter[1]) y buscó acercamientos con ETA. Ya de mayor publicó una trilogía para los actuales enamorados de la libertad (Los enemigos del comercio, un título que hoy recuerda más a Donald Trump que al comunismo). En sus entrevistas y conferencias más recientes solían preguntarle por Guevara, a lo que el español respondía: “basura”, “miserable”, “analfabeto”, “cobarde”. ¿No es comprensible la rabia que provoca el (fenómeno) Che, qué otra cosa podría generar una cara que aparece en tantas camisetas? Más comprensible es aún la rabia de Escohotado, a quien nunca le dejaron hacer lo que el Che se cansó de hacer: agarrar un fierro, combatir, ajusticiar… (sólo le quedó vivir una vida intensa mediante la experiencia de las drogas). En ocasiones, cuando se ha vivido una juventud marxista (o de cualquier tipo) tan esperpéntica (¿Vietcong?), puede pasar que uno no llegue a perdonárselo jamás, que viva para saldar cuentas con su ingenuo pasado, o que sienta incluso la necesidad de dedicar sus energías intelectuales a escribir tres volúmenes de homilía socioeconómica (de pecador a predicador). En sus últimas entrevistas y conferencias Escohotado aseguraba que él escribía para llegar a la verdad. Ningún mediático quiere llegar a la verdad, solo a su tribuna: el mercado de lectores y seguidores.

Aquí no puede faltar el joven Marx. En los años de plomo se lo leía con interés. Más de una vez he oído que las ideas que inspiraron aquel intento de cambiar el mundo eran buenas, que el problema fueron las personas y cómo las llevaron a cabo. ¿Pero qué ideas tenía el joven Marx, qué proponía? Enfrentamiento, lucha de clases, revolución, fin de la (pre) historia: basta de interpretar el mundo, es hora de transformarlo. Mucho de lo que inspiró, y que fue determinante en su momento para corregir y ubicar a quienes dominaban, mereció su desaprobación: las leyes laborales, los primeros sindicatos, la socialdemocracia (que en Austria se gestó bajo el nombre de Austromarxismo, lo menos marxista que se pueda imaginar). Viena La Roja, con sus programas de salud, vivienda y educación, le habría parecido al joven Marx una legitimación encubierta de las relaciones de dominación, con miras a evitar todo enfrentamiento. Curiosamente, aquel “espíritu antagonista”, ya presente en el joven Marx, hoy pervive y sirve para orientar la creación de contenidos producidos por gurúes antimarxistas, en una trama de filias y fobias, en una escena mediática copada por tribuneros de su propio mercado.

Hay quien dice que ya no se trata de disparar para matar, que al otro hay que dejarlo vivo (boqueando, pero vivo), para así poder seguir tirando del antagonismo emocional y funcional. En estos tiempos de munición virtual, escribir no debería ser otra cosa que rehuir toda guerra de relatos (eso, o llamarse al silencio, algo que el ego y la red vuelven imposible). Un intento “honesto” por acercarse a la “verdad”, aunque te pregunten (en el mejor de los casos) de qué lado estás. En el libro Ser rojo (2020), del argentino Javier Argüello, hay una idea central, y es que los posicionamientos tienen más que ver con la historia personal (dolores y rencores de cada cual) que con la historia política general, y que en el caso de los enfrentamientos armados no se trata siquiera de bandos, sino de algo que inventamos y que se nos fue de las manos, que ya tiene impulso propio y no se puede controlar (un tren desbocado, sin destino, sin nadie al volante). En cuanto a luchar o no luchar, dice Argüello: “Llevamos siglos contándonos historias de héroes que luchan contra enemigos externos y tratan de provocar el cambio afectando a factores externos, cuando el reto que tenemos por delante es el de nuestra propia transformación (…) El campo de batalla queda hoy en nuestro interior.” En palabras de Huxley, y aunque suene cursi, la revolución de las almas.

 

 

 

 

[1] Revolucionario argentino, admirador de Hitler y Mussolini, que luchó en Vietnam contra los Estados Unidos y fue condecorado. En los setenta, ya de vuelta en Argentina, se incorporó a la guerrilla de orientación marxista.

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