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Por Federico Capobianco y Luciano Sáliche
¿Libertad sin liberación?
En los comments de una noticia viral, en el panel de un programa de televisión, en algún asado multitudinario o en la plaza principal de Chivilcoy con una bandera amarilla de un león. Solitarios, individualistas, entusiastas. Hablan, quieren, anhelan la libertad. Pero, ¿qué clase de libertad? La idea es simple, efectiva, transparente: el mundo se derrite entre proclamas vacías, demagogia y corrupción. El progresismo, aseguran, se volvió una cáscara vacía. Hay que volver a las raíces, insisten, a la libertad. Pero, ¿qué clase de libertad? ¿Existe la libertad sin liberación? ¿De qué es lo que hay que liberarse? ¿De qué quieren liberarse los que se autodenominan libertarios?
“Liberación quiere decir que no exista en el mundo explotación del hombre por el hombre”, decía Monseñor Óscar Romero, sacerdote salvadoreño asesinado mientras daba misa en 1980, canonizado en 2018 por el papa Francisco, conocido también como San Romero de América. “Liberación quiere decir redención que quiere liberar al hombre de tantas esclavitudes. Esclavitud es el analfabetismo. Esclavitud es el hambre. Esclavitud es la carencia de techo. Esclavitud es la miseria”. Por ese entonces, la teología de la liberación era una corriente que hacía ruido en la Iglesia con su principio central: la opción preferencial por los pobres. Para Romero, la liberación exige sentar posición.
Hay un famoso sello postal soviético de 1921: un hombre musculoso, en cuero, el trabajador, venciendo a un dragón: Proletario liberado. ¿Y de qué se libera? En el libro Octubre en los sellos (1967), Eduard Arenin dice que “la hidra del capitalismo muerta abre camino hacia una nueva vida, al socialismo y la paz, al comunismo”. La escena es clara: para ser libre hay que liberarse. Ese proceso tiene un programa y, a su vez, un futuro, lo que lo vuelve una utopía. ¿De qué tenemos que liberarnos hoy para encontrar la libertad? Podríamos decir: de lo mismo, el capitalismo. Sin embargo, ¿de qué quieren liberarse los que se autodenominan libertarios y qué utopía persiguen?
En la Feria del Libro, a sala llena, lo que se coreaba con efusividad en la presentación del libro de Javier Milei era: “¡Libertad! ¡Libertad!” En su crónica para el Diario.ar, Victoria de Masi usó esta imagen: “Entonces Milei irrumpe en la sala. Lo hace como lo hacen los superhéroes, de imprevisto aunque todos sepamos. Lo hace como si tuviera una capa imaginaria. Milei está marvelizado. Y él, por supuesto, es la representación del bien”. Un superhéroe, un mesías pop, una bestia pop. Detrás del slogan los argumentos se disipan. ¿Dolarización? ¿Fin del cepo y las retenciones? ¿Privatización total de la educación y la salud? ¿Anulación del aborto? ¿Venta legal de órganos? ¿Libre portación de armas? “¡Libertad! ¡Libertad!”
La última novedad
“Yo de política no sé mucho pero voy a votar a Milei”, dijo hace unos días un famoso streamer llamado Santutu. “¿Por qué? Porque antes que votar a la otra mierda que hay que votar voto a Milei”. El razonamiento de una gran porción de dubitativos que ve en Javier Milei una posibilidad atractiva responde al efecto de la novedad. En el desierto del siempre lo mismo, la novedad. Y así aparece, pendiendo de un hilo. No hay contexto, está borrado. También las marcas de su pasado, las condiciones de producción de su discurso. Y un aspiracional: un hombre que se prefigura solo contra la casta, contra “los políticos”, contra la corrupción, contra el mal. El hombre marvelizado.
Si nos desvivimos por la novedad —series, canciones, modas, noticias—, ¿por qué no votar, también, aquello que se presenta como lo nuevo, como lo último, como lo distinto? Quizás haya algo de superficialidad, incluso de frivolidad, pero también —y acá hay un punto central— de esperanza. Las condiciones de producción de un fenómeno así no se pueden obviar. Con mirar alrededor alcanza: crisis tras crisis tras crisis. Cuando pareciera que no hay demasiado que perder, la posibilidad de probar —como se prueba un perfume, una remera, una pastilla— una nueva dirigencia, quizás para alguien, para muchos, sea una forma de expresar, no sólo rabia, también esperanza.
Esta nueva derecha que tanto moja las bombachas de los buscadores de novedad está enmarcada en un contexto, en un devenir histórico, en una línea de tiempo: es el punto cumbre —al menos por ahora— de la individualidad que tanto pregonó el neoliberalismo en el último cuarto del siglo XX. Si el capitalismo logró penetrar en nuestra vida tanto en el trabajo como en el ocio, el capitalismo de plataformas ya seteó ambos estadios. En el trabajo aumenta la atomización: el empleo formal escasea, al menos el de relación de dependencia, y se consolida una individualidad caótica y autosuficiente: hay que inventarse “changas” para sobrevivir.
¿Y como consumidores? En ese terreno estamos más desprotegidos: aparece borroneada la materialidad. Nadamos en un mar de discursos que, lejos de la pluralidad, se emparentan cada vez más. A diferencia del siglo pasado, con las redes sociales, no solo somos receptores, también emisores, recibimos discursos y los producimos, y en esa producción hay una reafirmación del consumo, una retroalimentación. ¿Cuánta diferencia hay entre los discursos que consumimos y los que producimos? Segmentados por audiencias, pero a la vez individualizados y atomizados, vivimos acorralados, libres pero encerrados, comprando, vendiendo, produciendo, consumiendo, relacionándonos con un mundo gigante pero cada vez más solos, profundamente solos.
La violencia contenida
Las nuevas derechas tienen la virtud de enmascarar el verdadero peligro que significaría su llegada al poder. Con Milei sucede lo mismo; quizás no sea una virtud per se, sino el resultado de algo que los excede, o de algo existente que percibieron y decidieron subirse. Para quienes ven en ellos una alternativa posible, el argumento de votar a Milei por “hartazgo de la casta” es más fuerte que cualquier argumento a favor del candidato. Del otro lado, incluso por aquellos que intentan frenar su crecimiento, la simple acusación de “fascista” es un método que, como ya se vio, no funciona.
Escribe José Natanson en la edición de mayo de El Dipló, destinada a pensar a Milei, que “las nuevas derechas producen una brutal degradación de la vida cívica, el desmantelamiento de los mecanismos estatales de solidaridad y la creación de una zona liberada a nivel nacional para los ataques al pluralismo y la diversidad”. Daniel Feierstein amplía la idea en La construcción del enano fascista: “estas nuevas derechas se han propuesto incentivar nuestros odios, transformar nuestras frustraciones ya no en parálisis sino en agresión […] Ahora sí se nos propone desatar la violencia contenida contra el inmigrante, el desocupado, el piquetero, el negro, el vendedor ambulate, el ratero, el manifestante urbano, la abortera…” ¿Quién podría, dentro de este torbellino de violencia posible, asegurar que estos ataques dirigidos no se descontrolen transformándose en un todos contra todos?
La periodista Natalia Volosin dio a conocer el pasado 15 de mayo la plataforma electoral que Milei presentó en la justicia electoral. El candidato de La Libertad Avanza mantiene, entre tantas otras, su idea de arancelar los servicios públicos de salud y educación. Además: eliminar la Educación Sexual Integral de todos los niveles de enseñanza y “proteger al niño desde su concepción”. Esto último dicho más claro por Victoria Villaruel, la candidata a vicepresidenta de Milei, quien cree que hay que derogar la ley del aborto. ¿Cómo encajan todas estas ideas en el grito de libertad? ¿No es acaso una libertad restringida a sus propios intereses? ¿O el intento descarado de mercantilizarla y ponerla a disposición únicamente de quien pueda pagarla? ¿Libertad cueste lo que cueste?
Agrega Daniel Feierstein que estas nuevas derechas buscan “obligarnos a encontrar un enemigo sobre el cual descargar la violencia contenida como consecuencia de un nuevo orden que nos expulsa de la posibilidad de ganarnos el sustento con nuestro trabajo, de acceder a un sistema de salud, de contar con una educación pública de calidad o con una vivienda propia. Parece que no merecemos nada de esto y que la culpa es del que tiene menos que nosotros”. Milei declara constantemente para defender cualquier propuesta que sostenga que el Estado no puede obligarte a nada, por eso el juego debe jugarse en libertad. ¿Cómo jugar entonces el juego de descargar la violencia contra el que menos tiene, contra cualquiera que por recibir una mínima ayuda está cercenando mi acceso a la libertad? Fácil: en su plataforma electoral Milei propone desregularizar la tenencia de armas. Si hay que jugar, mejor hacerlo con todas las cartas.
Esas mismas cartas pretende jugarlas Milei si llega al poder proponiendo unificar los sistemas de seguridad y de defensa. Sacar a los militares a la calle, mejor dicho. Villarruel también declaró que si llegan al poder no tendrían nada que negociar con la oposición y que si el pueblo los elige este tendría que ponerse los pantalones. ¿Sería aguantarse lo que venga? ¿Puede el Estado no obligarte a nada pero sí al silencio y la sumisión? Para eso, los militares a las calles. ¿Libertad a cualquier precio? ¿Aunque se pague con sangre?
La libertad solitaria
Pero no son marionetas. No. Están celebrando ideológicamente la radicalidad de la autosuperación. Una libertad en soledad. La idealización del individuo solitario que se gana todo lo que tiene. En la selva o en el desierto, desde el inicio de los tiempos, cultivando, cazando, rezando, procreando, naciendo y muriendo: es el grito feroz de un león que nació león y reclama lo que le fue dado. Las nuevas derechas tienen el vicio de resignificar los valores de la república. De creerlos pisoteados y suponerse capaces de reinventarlos, reagrupándolos en el monocorde grito de “libertad”. En la Revolución Francesa, hito histórico por excelencia en el origen de la república y sus valores, el grito era más amplio: “Libertad, igualdad y fraternidad”. Si supieran estas nuevas derechas que solo dos de ellos pueden ser posibles juntos; y no es justamente el que viven gritando.
Bajo las matas, en los pajonales, sobre los puentes, en los canales hay un hombre, una mujer, alguien militando su propia prosperidad, la suy, la individual, reclamando libertad, gritando libertad, transpirando libertad —con o sin partido, eso no importa, es lo de menos—, con su utopía del libre mercado y la horizontalidad absoluta: un mundo donde no haga falta ni igualdad ni fraternidad, un mundo donde lo único que necesitemos sea el esfuerzo, la voluntad, las ganas, perseguir los sueños, creer en uno mismo, sortear los obstáculos, erradicar los miedos, eludir las tentaciones, mirar hacia adelante, siempre hacia adelante, vencer a los enemigos, arrollar a los adversarios, pisotear a los débiles, descuartizar a los vagos, aniquilar a los zurdos, hacerlos mierda a todos.
* Portada: «El bufón Stańczyk» o «Un payaso pensativo» (1862) de Jan Matejko
Etiquetas: Capitalismo, Daniel Feierstein, Eduard Arenin, Jan Matejko, Javier Milei, José Natanson, Libertad, Libertarios, Monseñor Óscar Romero, política, Santutu, Victoria De Masi, Victoria Villaruel