Blog

01-06-2023 Notas

Facebook Twitter

Por Luciano Lutereau

1.

Fantasear es una capacidad psíquica fundamental. Pocas personas fantasean. No es lo mismo imaginarse cosas.

Hoy todo el tiempo se imaginan cosas, pero se fantasea poco. En el análisis se empieza a fantasear a veces por primera vez.

En la fantasía no solo se arma una escena, sino que fundamentalmente se la ve: el sujeto de la fantasía es el que se resta como mirada de la escena para poder verse; es preciso esta represión de la mirada para poder fantasear.

En el análisis, el analista reconoce que aquello que cuenta su paciente es una fantasía porque también puede verla, ve la escena, pero está más acá de lo reprimido; eso quiere decir que ocupa el lugar de la mirada, por eso a veces ciertos relatos de algunos pacientes se vuelven casi cinematográficos. No es para que el analista se quede fascinado, sino para reconozca su implicación como mirada y, eventualmente, haga caer ese sostén transferido.

Lo importante es entender que la fantasía no es cuando alguien dice «yo fantaseo x» (esto es la imaginación, que es una facultad del yo más o menos consciente, mientras que la fantasía siempre es del inconsciente reprimido o del Ello), sino que es el uso pulsional del analista como mirada; que la fantasía no tiene nada que ver con si algo pasó o no; que el sujeto de la fantasía no sabe qué mirada es la que lo causa como deseo de ver.

Eso no se interpreta, se construye desde la posición del analista.

2.

Creo que a varios nos pasa que si vamos a un bar y nos ponen una bandejita de maní, junto con el chopp de cerveza, casi sin darnos cuenta nos bajamos la bandejita entera.

Me interesa ese “casi sin darnos cuenta”. Porque lo sabemos y no lo sabemos. Comemos un maní y después otro, pero ninguno se suma al anterior, no se termina de inscribir una cuenta.

Escribo esto y pienso también en cómo mi abuela se comía una panera entera: distraídamente pellizcaba los panes y, al final, era como si no los hubiera comido. No le había fallado a su dieta.

Ese modo distraído de hacer, con una conciencia ambigua (que sabe y no sabe), sin registro formal del acto es un tipo de disociación, una que se practica en la vida cotidiana.

Quisiera situar cómo la disociación presta un gran servicio a nuestro modo habitual de vivir, a veces mucho más que la fantasía.

La disociación puede estar en actos mínimos -como fumar un cigarrillo o tararear una canción- y puede llegar a escisiones como las de una personalidad esquizoide.

Lo que trato de poner sobre aviso es cómo hay toda una parte de la vida de las personas que escuchamos que no tiene como frontera básica la fantasía como refugio expansivo, desde el que recuperar la realidad, sino una parte separada de la realidad, que no admite modificación y consume un montón de energía psíquica.

El costo de esas disociaciones, cuando fracasan, es una culpa que se vive por no haber pensado a tiempo; parece un reproche obsesivo, pero no lo es. Se trata más bien de culpa paranoide por haber sabido y no sabido algo o, mejor dicho, por poder saberlo drásticamente, cuando ya es irreparable.

Esta culpa es paranoide porque no se inscribe como deuda, solo como castigo. En adelante le pido al mozo que no me traiga más maní.

 

* Portada: Detalle de «El almuerzo» (1617-1618) de Diego Velázquez

 

Etiquetas: , , , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.