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21-06-2023 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Cuando Ernest Hemingway volvió de España, donde cubrió los inicios de la guerra civil, dio un discurso en el Segundo Congreso de los Escritores en el Carnegie Hall de New York, el 4 de junio de 1937, donde dijo: “Los verdaderamente buenos escritores lo siguen siendo bajo casi todas las formas de gobierno existentes y que ellos puedan tolerar. Sólo hay una forma de gobierno que no produce buenos escritores y ese sistema es el fascismo. Ya que el fascismo es una mentira contada por matones. Un escritor que no mienta no puede vivir y trabajar bajo el fascismo”.

Vale el subrayado: “El fascismo es una mentira contada por matones”. Lo que prevalece, entonces, es la imposición de quienes no logran argumentar su posición, no logran convencer, no logran persuadir. Por eso, la violencia. Por eso, la mentira. La violencia en Jujuy se ve, pero ¿cuál es la mentira? El montaje de que la rebelión popular ―una rebelión que nuclea el reclamo salarial de los docentes, el derecho a la protesta de los sindicatos y la defensa de los recursos naturales por parte de las comunidades indígenas― es una jauría de antidemocráticos que merece ser reprimida.

II

El gobierno provincial de Gerardo Morales, con el apoyo del Partido Justicialista, aprobó una reforma constitucional. La protesta en la calle contra esa reforma se extendió por varios días hasta que la respuesta fue una brutal represión ―si la forma de resolver un conflicto social es mediante la violencia, la palabra fascismo no es una exageración― que se apoyó en un nutrido grupo de policías infiltrados violentando la situación y que se continuó con camionetas sin patente que frenaban en la puerta de la casa de alguien “marcado” y se lo llevaban sin mediar palabras. 

Las redes sociales posibilitan socializar la información que los medios masivos retacean con tal de no alterar el sentido común instalado. Por eso, ahora, esa mirada que debería estar puesta en los reclamos se desvía hacia “la violencia del enfrentamiento”. Y se discuten las formas y no el fondo. Se discuten las “toneladas de piedra” y no los paupérrimos salarios docentes, que son los que iniciaron esta gran rebelión, ni los artículos de la reforma constitucional que cercenan el derecho a la protesta social y posibilitan el desalojo a las comunidades originarias para avanzar con el negocio del litio.

Pero el fascismo es estúpido. ¿Acaso no son estúpidos los matones? Gerardo Morales acusó al kirchnerismo de “mandar violentos a desestabilizar”. “¿Pueden explicar Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y La Cámpora por qué mandan militantes de distintos puntos del país a alterar la paz en Jujuy? ¿Qué hace la agrupación peronista 13 de Abril de Vicente López, Provincia de Buenos Aires?» Pero la foto usada en ese tuit era vieja: los manifestantes están de remera y pantalón corto, aunque en Jujuy haga un frío copioso. Morales tuvo que borrar el tuit.

Lo dice Federico Finchelstein en el libro Breve historia de la mentira fascista: “Un elemento central de la mentira fascista es la proyección. Los fascistas siempre niegan lo que son y atribuyen sus propias características, su responsabilidad y su propia política totalitaria a sus enemigos”. Y en esa mentira está la estupidez, que es siempre evidente. Como el tuit borrado de Morales, pero sobre todo porque no le avisó a los dirigentes de su frente que seguían replicándolo, como Martín Lusteau, que intentó rapiñar con elegancia un poco de esa centralidad que siempre le resultó esquiva.

III

“Un escritor que no mienta no puede vivir y trabajar bajo el fascismo”, dijo Hemingway en aquel discurso de 1937. La idea se expande al periodismo, claro. ¿Qué ocurre con todos esos periodistas que replican la mentira, que se callan cuando alguien pide “bala o cárcel”, que se niegan a alumbrar las fisuras de un discurso reaccionario, que directamente se niegan a pensar? ¿Creerán que en la comodidad de su silencio, que detrás de las gruesas frazadas de reproducción ideológica hay un premio en forma de prestigio? ¿Existirá el Nobel a la miserabilidad, el Pulitzer a los hijos de puta?

IV

Hay un texto de Gueorgui Dimitrov de 1935 que dice que “el fascismo, que ha surgido como resultado de la decadencia del sistema capitalista, actúa a fin de cuentas como un factor de su ulterior descomposición (…) que ha asumido la tarea de enterrar al marxismo, al movimiento revolucionario de la clase obrera, él mismo lleva, como resultado de la dialéctica de la vida y de la lucha de clases, al desarrollo de las fuerzas llamadas a ser enterradoras, las enterradoras del capitalismo”. Pese al casi centenario, es interesante pensarlo en la actualidad.

La decadencia del capitalismo es, primero, la decadencia de la democracia burguesa. Lo es en varios sentidos pero sobre todo en el más evidente: la dirigencia que rota en el poder puede traer algunas novedades interesantes, y hay luchas que tienen su éxito relativo a este marco, pero esa dirigencia no puede sacarnos de la pronunciada precarización. Así, mientras el capitalismo se descompone lentamente da un nuevo fruto, el fascismo, que busca —esta es la paradoja— aniquilar a todo aquel que cuestione al capitalismo, a la que protesta, al que se moviliza.

Pero la realidad siempre se impone y las ideas se vuelven accesorios, explicaciones, argumentos o mentiras. ¿Y cuál es la realidad en Jujuy? Un pueblo movilizado y un Estado reprimiendo. Mientras el sentido común se vuelve cada vez más fascista, y a la vez más estúpido —¿de qué otra forma calificar a las burdas maniobras por criminalizar la protesta, a toda esa alienación de pedir a gritos balas para docentes pobres y para indígenas silenciados?—, la realidad jujeña rompe los espejitos de colores y señala eso que Marx reclamaba: “mantenerse siempre sobre el terreno histórico real”.

 

 

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