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13-06-2023 Notas

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Por José Luis Juresa

Más allá del individuo. Dormir, ¿no cuesta nada?

Tal como en el sueño, entonces, “eso piensa” por fuera de la voluntad de pensar y de conquistar y dominar el supuesto objeto del pensamiento. El pensamiento clínico en psicoanálisis sabe reconocer esa pérdida respecto de la apropiación y el dominio, y sabe reconocer que la realidad humana se plasma bajo esa condición de parcialidad. Los objetos del mundo que el órgano libidinal “recorre” a lo largo de la vida son y serán parciales, deslizándose sobre un fondo vacío que permite ese deslizamiento de los objetos, ese movimiento, que, de ahí en más, desde el punto cero del tiempo de la vida, será el movimiento del deseo, su dinámica. Por eso el deseo solo se podrá leer a condición de la desapropiación del analista respecto de un objeto -el del psicoanálisis y del pensamiento clínico que lo determina- que solo puede ser “reencontrado” en el mito, es decir, en una realidad que solo puede recuperar poéticamente lo que se ha desprendido de la naturaleza. Se trata entonces, de un pensamiento siempre bien “ajustado” al vacío que lo determina bajo la forma del enigma, de lo no develado, de la cifra, el misterio, como lo es el erotismo, eso que es el efecto de lo que no da “todo” a ver. El sueño es un fenómeno, como tal, erótico, porque se formula como enigma del deseo, a descifrar. La mujer, en psicoanálisis, encarna ese enigma del deseo, no hablo de “una” mujer, sino de la mujer como cifra la erótica de la existencia, del anhelo de seguir hacia un destino que vuelve a ser pregunta cada vez que se lo cree develar.

El pensamiento clínico en psicoanálisis no pretende convertirse en un sustituto o consuelo de la evidencia (negada) de la pérdida del objeto que la ciencia radica en la naturaleza, sino la recuperación de un objeto que, cuanto mas se quiere dominar, más se escapa, porque pertenece a los fundamentos de la realidad en la que esa misma búsqueda es posible. No podría “encontrarse” el objeto que el psicoanálisis da por perdido sin deshacer la realidad en la que habita como perdido, y que, además, es su fundamento y condición de existencia. Por eso es que el psicoanálisis es una ciencia de la realidad y no de la “naturaleza”, a menos que se diga que la naturaleza humana es una naturaleza de lenguaje.

Al fin y al cabo, el psicoanálisis trata acerca de las estrategias del sujeto para con ese objeto que es el fundamento de su existencia. No habla del individuo, él mismo un objeto que se consuma consumiéndose en su afán apropiador de sí mismo y en el establecimiento de una soberanía absoluta sobre sí y sobre sus intenciones. El psicoanálisis va más allá del individuo, cruza frontera de espacio y tiempo y las relaciona con el mismo carácter que la teoría de la relatividad e incluso la física cuántica. No hay posibilidades de individuo unificado y soberano dentro de esas lógicas, en las que hay distintos individuos en posiciones relativas para los que el tiempo y el espacio se deforman e incluso en los que la materia puede estar en distintas posiciones a la vez y la realidad se determina por la presencia del observador, al revés del intento experimental de la ciencia clásica, buscando la reducción a un ojo observador completamente externo. Ni siquiera dios es ajeno al destino de la humanidad ni puede hacerse el desentendido de lo que sucede “allí abajo” siendo que es invocado y sus seres se adecuan a lo que él espera.

El pensamiento clínico en psicoanálisis hará del mito no el intento de una búsqueda infructuosa hacia el origen perdido, sino la expresión de la evanescencia estructural del objeto respecto del deseo y su satisfacción, del mismo modo que el fenómeno onírico, el sueño. El pensamiento clínico en psicoanálisis, entonces, lo representa el sueño, como fenómeno que acontece fuera de la voluntad o de las intenciones de la voluntad y cuyo objeto Freud estableció como el principio organizador de su método: el de un leer.

¿Cuál es el objeto del sueño? Freud lo propuso como su ombligo, el punto en el que la dirección de las representaciones obtiene su límite y al mismo tiempo la posibilidad de su desplazamiento, lo que él mismo denomino “asociación libre”. Hay un punto en el que la representación empieza a girar en falso, si se la pretende la tuerca con la que ajustar lo Real a un dominio absoluto, Si se lo aprieta demasiado, vence y ya no ajusta más, falla por exceso de intención de dominio, o de “ajuste”. El funcionamiento de la tuerca es bueno si se aprieta no más allá de lo que permite la estructura, para que no deje de ser tal. La tuerca es parte de un sistema de fijación, y no la pura intención de dominio. Este (el ajuste o el dominio) es posible en ese marco y no (la tuerca) por sí misma en su función.

Lo que Freud lee en los sueños es el punto de fijación, es decir, el punto en el que la tuerca ajusta como parte de un sistema de fijación, una estructura que es la de ese sujeto, y que se “afina” a su funcionamiento en el punto adecuado y singular en el que puede funcionar. Precisamente, Freud denominó “fijación” a los puntos en los que la libido se aferra a las marcas constituyentes de un cuerpo en particular, y no a una generalidad científica clásica que fundamenta leyes que son válidas de manera universal. La realidad del deseo, del amor y el goce, en definitiva, de cada cuerpo, es singular. No es objeto de experimentación, sino medio de una experiencia en la que el analista es parte, ¿cómo? Leyendo a nivel de esos puntos de fijación.

Para colmo, reforzando esta posición acerca del pensamiento clínico, uno de los puntos de inflexión que volcaron definitivamente “la cancha” hacia u objeto evanescente del psicoanálisis, inatrapable, acontece en el sueño, por el que Freud va forjando un método de lectura en la palabra del analizante, a través de su relato de las imágenes del sueño. Es una lectura que va asociada a una escritura que acontece en el sueño, lo cual quiere decir que es la plasmación de un pensamiento “no dirigido”, como lo es el sueño. Nadie sueña lo que se le ocurre soñar, sino que sueña como objeto del mismo, es puro espectador del mismo, en un “dar a ver” que lo pasiviza como voluntad de dominio. Como tal, es un fenómeno de desapropiación y vulnerabilidad que muchos sujetos temen, y por el que incluso prefieren no dormir (en casos extremos de intención de dominio y control).

 

 

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