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Por Luciano Sáliche
Hay una gran confusión alrededor del periodismo —son tiempos confusos, sin dudas—, una gran confusión en torno a la práctica periodística en sí. Nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste. En el segundo artículo del Estatuto del Periodista Profesional se lee una definición: “Se consideran periodistas profesionales, a los fines de la presente ley, las personas que realicen en forma regular, mediante retribución pecuniaria, las tareas que le son propias en publicaciones diarias o periódicas y agencias noticiosas”. Subrayo: “las personas que realicen las tareas que le son propias”. La Ley 12.908 se sancionó el 18 de diciembre de 1946. Pasaron casi setenta años. Aún no podemos definir con exactitud la tarea periodística, sin embargo cuando vemos un periodista lo reconocemos.
¿Y cómo es un periodista hoy? A grandes rasgos, y simplificando groseramente la cuestión, hay dos periodistas. El primero tiene que ver con algo que definió Carlos Mangone en la clase inaugural de 2023 de la materia Teoría y prácticas de la Comunicación I, en la carrera Ciencias de la Comunicación de la UBA, y luego reiteró en el programa radial Fuera de Tiempo de ayer con Diego Genoud. Mangone dice que durante los ochenta y parte de los noventa el periodista era una síntesis entre el abogado y el escritor: denunciaba la corrupción y narraba los suburbios. Luego esa figura mutó a showman. Se da un “desplazamiento del periodismo de investigación a la animación periodística” y de “los colectivos de investigación” a los “proyectos individuales”, a las “marcas periodísticas”.
Pero también hay otro periodismo que es menos glamoroso, menos espectacular, menos exitoso. Basta con ver la encuesta que acaba de publicar el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) —que, nota aparte, ayer la Cámara de Apelaciones le otorgó finalmente la personería gremial para negociar las paritarias del sector—: el 45% de los trabajadores de prensa tienen sueldos por debajo de la línea de pobreza. Ese porcentaje sube al 63% en el sector de prensa escrita y al 70% en radio, pero disminuye a 8,5% en televisión. Otro dato relevante: el 16% de los que respondieron a la encuesta el sueldo de su principal empleo le alcanza para vivir, y el 57,6% tiene dos o más trabajos remunerados para poder llegar a fin de mes, para sobrevivir sin dejar el oficio.
Estos dos periodistas estereotipados se retroalimentan. Que las empresas mediáticas decidan pagar sueldos altísimos a sus grandes figuras y limosnas a sus empleados rasos habla de una forma de entender, ya no solo el periodismo, sino el mundo del trabajo dentro del capitalismo. La precarización de la gran mayoría de los trabajadores de prensa repercute en el contenido: la investigación disminuye, no hay tiempo para chequear información, los correctores son figuras ya extintas y se apela al impacto, a la emkoción, al sensacionalismo, al clickbait. Esto impacta sobre eso que llamamos construcción de ciudadanía. Si el periodismo, como en algún momento pensó Thomas Carlyle, es un gran regulador del mundo, ¿qué clase de ajustes hace hoy la prensa, a favor de quiénes y en contra de cuáles?
La lucha de los trabajadores de prensa encabezada por Sipreba —hoy se cumplen diez años de la movilización que dio a pie a la creación del sindicato— es una suerte de contraste al periodista individualista, al periodista showman, al periodista marca. Lo es en un sentido material: la lucha es colectiva y está por encima de cualquier ambición personal-Esa lucha existe por el contexto: vivimos en tiempos de una terrible y evidente precarización. Una precarización que tiene su correlato periodística en la producción de noticias pero también en los análisis. Por estos días el artista alemán Mario Klingemann creó un robot en forma de perro que analiza obras artísticas mediante inteligencia artificial y de su culo, como si fuera mierda, emite un papelito con su reseña. Es una buena metáfora, ¿no?
Etiquetas: Carlos Mangone, Clickbait, Comunicación, Mario Klingemann, Periodismo, SIPREBA, Thomas Carlyle