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08-06-2023 Notas

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Por Oscar Bustamante

Terminó Succession, una de las mejores series de los últimos años. ¿Por qué asistimos, expectantes, durante cuatro temporadas a esas peripecias del 0,1%? Vamos, que tampoco somos hijos de reyes, príncipes daneses o hacendados sin ocupación honesta reconocible, y sin embargo consumimos a Edipo, Hamlet y las telenovelas del prime time argentino.

Como en toda tragedia, el recorrido y el final tenían mucho para decirnos sobre nosotros mismos. Recordando a Hemingway: sabemos por quién doblan las campanas.

La palabra latina figmentum refiere a cosas hechas, formadas, figuradas. Es fuente del vocablo inglés figments, donde se produjo ya un desplazamiento: cosa que alguien toma por real pero existe sólo en su imaginación; y de un arcaísmo en español, figmentos, que refiere a obras hechas de barro.

El acento en el proceso, en el resultado o la posibilidad de su negación: seguimos hablando, de todos modos, del precario gesto de afirmación que constituye cualquier figuración.

¿Qué decir, en esta línea, de los rasgos más salientes de los hijos de Logan Roy? El neocon bon vivant, la killer progresista, el libertino carismático, el engranaje corporativo de exterior pulido: modos de diferenciarse entre sí para afirmarse ante los ojos del padre.

En el anteúltimo capítulo de la temporada final, los cuatro hermanos Roy depositan los restos mortales del patriarca Logan en su mausoleo. Intentan reírse de la crasa materialidad del asunto (o acaso se manejan al hacerlo en el único registro que les sienta cómodo): el estilo arquitectónico de la construcción, su compra en una subasta mediante un buen trato, el hecho de que fuera comprado a un vendedor de insumos para mascotas por internet. “El Ozymandias de la comida para gatos”, lo llama Shiv. Ozymandias, el poema clásico de P. B. Shelley sobre la muerte de los grandes líderes y sus imperios, sobre el inevitable avance de la ruina.

Siguiendo a Connor, que se ofrece a mostrarles el lugar, Shiv y Ken ingresan. Roman les hablará desde la puerta. En el interior encontrarán que, además del lugar central para Logan, hay cuatro nichos en la pared esperándolos. De te fabula narratur. Cada uno de ellos enunciará allí, en pocas palabras, el malestar que Logan les produjo en vida.

Cosas que pasan y cosas que no pasan: la persistencia del trauma. Figuraciones de sí mismos y un malestar primigenio y vigente, fundante de un miedo no enunciado a seguir siendo siempre iguales.

Recuperamos a Derrida en conversación con Roudinesco: “Si la herencia nos asigna tareas contradictorias (recibir y sin embargo escoger, acoger lo que viene antes que nosotros y sin embargo reinterpretarlo, etc.) es porque da fe de nuestra finitud. Únicamente un ser finito hereda, y su finitud lo obliga”. Memento mori ante la tumba del padre, modos de ser fiel e infiel a una herencia: el fundador del imperio massmediático reposa en su mausoleo, y el capítulo final nos precipitará a la lucha por su botín de guerra.

Final de Succession: muerto el padre no se acabó la rabia. Aunque el último capítulo muestra una rendija por la cual los hijos pueden respirar, una última felicidad posible. La del juego en el agua (aunque a sus orillas se hable jocosamente de asesinato) y la cocina de la casa de mamá, donde se juega con la comida y se recuperan ritos infantiles que traslucen, de todos modos, que la dinámica perversa de la coronación y el sacrificio fue incorporada por los Roy desde muy jóvenes.

Esta complicidad entre hermanos se va desgranando, claro, hasta desaparecer cuando alcanzan el corazón tóxico del imperio massmediático: la oficina del padre. Dos lugares vacíos que reclaman y transforman un cuerpo, dos sillas problemáticas: la del escritorio de Logan, que al ser ocupada por Kendall termina dando lugar a una escena en la que Roman sangra tras un abrazo fraterno, su herida de la frente reabierta. Y la otra silla, la de la board meeting en que, a sólo un voto de quedarse con el control de la compañía (¿de qué quién se quede con el control de la compañía?), Shiv se levanta y cambia de opinión. Parafraseando a Schmitt: soberano es el que decide sobre tus pretensiones de ocupar un lugar.

El change of heart de Siobhan Roy, difícilmente súbito, da pie al encuentro en la sala de reuniones, donde se discute algo central: la filiación. Yo soy el hijo mayor, grita un Kendall desencajado efectuando una petición de principio catártica e infundada. Acción y reacción: Roman pivoteará sobre las palabras de Logan para poner en cuestión ya no la ascendencia de Ken sino su descendencia. Aquí todos sabemos bien (demasiado bien) quién era nuestro padre, pero ¿quién es el padre de tus hijos? En contraste, la enunciación de cierta pureza de la bloodline que encarnaría el embarazo de Shiv: sabemos que está embarazada de un outsider/insider familiar como Tom.

Tom Wambsgans, que habita una ambivalencia del todo pretendida. Es familiar pero no es parte de la familia; es familiar pero no es un heredero natural a un trono que, por lo demás, se rige por unas leyes diferentes a las de la sangre. Del ius sanguinis a la rosca corporativa de la board meeting, la transición fundante de cierta etapa capitalista.

Pero por ello mismo Tom es y será empleado, estará en relación de dependencia, en una posición todo el tiempo precaria. Si la silla de Logan fuera el trono, cierta lectura propondría que él alcanza la coronación en el final de la serie. Pero esta lectura es problemática: esa ya no es, en un doble sentido, la silla del fundador del imperio. No sólo porque ahora yace muerto, sino también porque su imperio fue vendido a un extranjero ansioso por jibarizarlo.

Sí, Tom ganó algo: la ocupación temporal de un lugar vacío asolado por una radiación constante. Lo mismo que ganó durante todo el viaje de Succession.

Lugares vacíos y sucesiones imposibles: figuraciones. La corporación y la familia: dos instituciones cuyas tempestades también se comen vivos a sus fundadores. ¿No fue Logan Roy un buen padre porque fue un gran empresario? ¿O condujo con la misma lógica perversa ambas instituciones desde la cabecera de la mesa? Tenemos en la introducción las dos tomas espejadas de su espalda, familia y business, como respuesta posible. Las dos sillas que ya enunciamos vacías. Ozymandias entre la arena.

Final de Succession: muerto el imperio no se acabó la rabia. Tenemos algunas pinceladas finales sobre los Roy.

Connor, replegado del juego sucesorio prácticamente desde el inicio. Participante de todos modos por ello de alguna escena de intimidad inaccesible a los otros, por caso la que muestra a sus hermanos, en video, de su padre cantando en una reunión de la que no fueron parte Roman, Ken o Shiv pero en la que sí estuvo presente la gente del business: Karl, Frank, Gerri.

Roman solo, en un bar, tomando, con un gesto indescifrable en el rictus de los labios, smirking, se diría en inglés. ¿Es alivio o es otra cosa? Como el trompo girando al final de Inception, como la pregunta sobre el carácter de replicante de Deckard en Blade Runner: una de esas disyuntivas donde la respuesta es, paradójicamente, .

Shiv tomando de la mano al Tom ungido en el asiento de atrás del auto, pero mirando cada uno en una dirección diferente. La unión táctica con los ojos en objetivos diferentes. Sería apresurado negarle a esa situación la etiqueta de amor.

Por último Ken y el agua, omnipresente en su imaginario, estética y estática personal durante la serie. La muerte que causa, su intento de suicidio en la temporada tres, su elección provisoria como sucesor por sus hermanos en la balsa flotante.

El agua como lugar nutricio tras la concepción, el agua como escenario en que podemos salvarnos, bautizarnos o condenarnos. Se trate de un río, un lago o una pileta: nadie nada nunca, y sin embargo.

Escena final: Kendall ante el mar crispado que lo separa de una Estatua de la Libertad borrosa, cubierta de bruma como el imperio de Ozymandias. El sueño americano, tan cerca y tan lejos, tan turbulento. “Soy un engranaje creado para ocupar ese espacio”, señaló sobre el lugar aparentemente vacío que dejaba su padre.

Como el duelo, como el amor: la sucesión es tan imposible como necesaria y se extenderá hasta el final de nuestras vidas. Acaso sólo se la pueda figurar desde sus contornos, valiéndose de herramientas como este poema de Louise Glück:

Tarde o temprano llamarás mi nombre / grito de pérdida, equivocado / grito de reconocimiento, de necesidad detenida / por alguien que sólo existe en el recuerdo: ninguna voz / lleva a ese reino.

 

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