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19-07-2023 Notas

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Por Leticia Martin

Atrapar la huella antes de que se desvanezca es un libro dedicado a las amigas y amigos de la montaña de Leo Leibson, su autor. ¿Sabe Leo Leibson sin conocernos, entonces, que la montaña nos acerca, nos pone en la línea de sus potenciales amigos?

Hacía mucho tiempo que no me interesaba por un libro solo por leer su título, sin que alguien que lo hubiera estudiado antes me invitara a hacerlo con sus reflexiones. A riesgo de equivocarme, hacia él me dirigí. La Paz Arriba, nueva sede. Caí en la presentación en busca de alguna idea más acerca de eso que logró interesarme. Se dijeron muchas cosas buenas del libro, se leyeron pasajes y se hicieron interpretaciones, pero nada fue más anzuelo para copturarme por completo y como lectora que la exposición serena y acotada de una relación de amistad. Uno de los presentadores —de quien no tuve la astucia de anotar su nombre— narró el modo en que conoció al autor, su pasión compartida por el senderismo y los misterios de la montaña. Algo está bien cuando dos hombre se profesan amor de amigos en público.

¿Es realmente similar el ingreso a una montaña que el acceso al inconsciente?

«La montaña no va al analista. —escribe Leibson— Es el analista el que va a la montaña. Ir a la montaña es, en primer término, dejarse aceptar por ella. Esto no implica pasividad. Por el contrario, hay que actuar claramente para eso».

Leibson combina de forma honesta y con un vocabulario limpio y pulido sus dos prácticas predilectas: escalar y “ayudar” a otros —que también podría ser ayudarse a uno mismo— a partir del análisis. Cuando usa este último verbo “ayudar”, que acompaña de otro similar como es “asistir”, se ocupa de desmarcarse de la dictadura de los términos prohibidos en determinados ámbitos psi. No tardo en comprender la forma seductora con la que Leibson nos mete en el texto para ponernos a pensar en sus cuestiones.

“Cuando se viaja, cuando se camina, se desprenden esquirlas de lo que somos y de lo que llevamos, y eso permite —si se lo registra— reconocer que se ha hecho algún camino”. Me interesa la idea de la marca subjetiva que deja el montañista al internarse en la montaña. Sus índices y huellas, destinados a conducir a otros que podrían venir detrás. Son señales propiamente humanas, señuelos que podrían aparecer de forma clara, como desvanecerse enseguida, ser borrados por el viento, movidos por la nieve o por los pájaros. ¿Cómo se leen esas marcas a tiempo para no perderlas, pero sin ese extra de velocidad que lleva al error de quien observa? Ustedes hacen solos la relación con la tarea lectora del analista, ¿verdad?

Para hablar de este viaje a la montaña —al inconsciente— Leibson distingue modos de viajar, objetivos, tipos de viajeros: turistas utilitarios desesperados por la novedad y caminantes atentos a las más leves diferencias entre los lugares. Y también dice que el viaje del análisis es tanto del analista como del analizante. “Un recorrido que es de ida y de volver a ir”, escribe Leibson. Porque en verdad nunca se vuelve sino que, si se está atento a los cambios del paisaje, se está yendo de nuevo. “Y el que vuelve y el que se fue no son los mismos”, concluye.

Este viaje del análisis que propone nuestra cultura y que no tiene camino de vuelta, sí tiene término. Leibson muestra cómo para Freud y Lacan es importante no definir de antemano el final del análisis, a la vez que trabajar en esa dirección. Y la cuestión del final del análisis va asociada a la cuestión del pase. “Cómo, por qué, cuándo, un analizante —algunos de ellos al menos— dan el paso de ubicarse (también como) analistas”.

¿Qué pone a cada viajero de un lado u otro de la cinta? ¿Se pasa a ser analista solo en el autorizarse a sostener ese lugar o alcanza con que algo nos muestre que lo estamos haciendo?

Ir a la montaña es un movimiento simple pero que encierra complejidades. Solo hay que echarse a andar, incluso por lugares donde no hay senderos marcados. Algo que cualquiera que sepa caminar podría hacer. Sin embargo, a partir de esa decisión inicial, pueden sucederse todo tipo de cosas. “Cada vez que se va a la montaña tiene algo de primera vez”, escribe Leibson. “Ir a la montaña es, desde el inicio, sostener y dejarse sostener por el deseo de descubrir, de encontrar”.

Como en el análisis, el viaje por la montaña implica ir encontrando variaciones y repeticiones. Tipos de marcas que implican que ahí pasa un camino, o que pronto habrá un arroyo para recargar botellas con agua. Marcas para interpretar. Hay que estar disponible para poder capturar la novedad en la repetición porque “es cierto que todas las montañas son parecidas. Como podría llegar a creerse que todos los pacientes lo son. O todas las mujeres. Pero no”.

En la montaña, como en el análisis, escuchamos significantes y no sonidos, buscamos desniveles, nos dejamos despertar por algo que viene de afuera. “Una palabra, una frase, una entonación, algún detalle. Indicios de que hay otra cosa allí, de que se generó una diferencia (…) y que vale la pena atrapar su huella antes de que se desvanezca por completo”.

Más adelante —y por qué iba a quedarse con una sola comparación— Leibson asocia el acto de ir a la montaña (que también es el viaje del análisis) con el acto sexual cuando se trata de “hacer el amor”. Tres actos, tres experiencias en las que hay que involucrar al cuerpo y apagar la mente. Y sobre esto advierte: “Cada vez puede ser siempre la misma vez y eso, más temprano que tarde, se convierte en tedio”.

Me interesó también el respeto que Leibson atribuye a esa búsqueda de la montaña, de conocerla, de entrar a ella o andarla, de vivirla, pero no conquistarla. Enseguida uno va haciendo los paralelismos que el autor deja latentes. ¿Acaso alguien podría proponerse —seriamente— conquistar o dominar su mente? Se avanza en la mente, como en el amor, como en la montaña, pero en la medida en que el vínculo se entrabla y el otro/el analizante/la montaña, así nos lo permite.

Para ir cerrando y no spoilear todo el libro, me gustaría resaltar la cuestión del perderse y el modo en que la trabaja Leibson. Su simpleza para llegar al lector, además de atractiva es didáctica. Nos invita al viaje. Nos lo muestra de forma erótica. Su apuesta es al trabajo del otro, a mostrarnos tipos de análisis que se renuevan. Pienso en posibles apropiaciones del dispositivo, en las formas de refrescar esa errancia en la que, como analizante, me gusta perderme y como caminante de la montaña —salvo en los minutos previos al almuerzo o a la cena— también. Así como en la montaña no hay senderos correctos, en la sintomatología del análisis no hay atajos que nos arrojen fuera de la normalidad. Muchas veces, señala Leibson, necesitamos andar perdidos aun sabiendo leer o encontrar las marcas del camino. “Como si ese estar perdidos nos mostrara la posibilidad de otro encuentro, o al menos nos prometiera la posibilidad de librarnos de algo que nos pesa”.

Atrapar la huella antes de que se desvanezca
Leo Leibson
Las furias, 2023
119 páginas

* Portada: «Arco iris en un paisaje de montañas»
(1809-1810) de Caspar David Friedrich

 

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