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Por Eric Schvartz
1. Narcisismos cómplices
Las fantasías todas se sostienen en un aval ajeno, un consenso narcisista, pero hay narcisismos y narcisismos. Están los que esculpen un Nombre, una Patria, proyectos, lazos, y los que aplanan en un quehacer masturbatorio, abandónico.
Todo lo que atente a una Ética, es fecunda al malestar social, y todo lo que hace a un malestar social, es fecunda a una Ética atentada.
¿Cómo llegamos al consenso de retener miradas y de dejarnos retener? ¿De inducir bellezas insostenibles y sostener fantasías narcisistas?
Las Redes tienen un carácter totalizante en su retención de seguidores, de likes, de miradas edulcoradas. Podemos decir desdé Freud, que hay una satisfacción en la retención, en “el imperio de la cantidad” hábito legado de la infancia: retener la atención ajena. La paradoja de esté narcisismo cómplice es la masturbación que se da en una soledad practicada con otros.
Las redes también hacen una inevitable lógica de mercantilización del propio cuerpo, aplanada a la (bi)dimensión de Cosa intercambiable, y la mercantilización de aquello que no debería ser cosificable. Aquello es una Ética denigrada, y un calado curso a un malestar en la cultura.
2. Masturbación confesiva
Si el deseo se reduce a discurso, no es más que un hablar, o confesión como bien sentenció Foucault en Historia de la Sexualidad I. Las publicaciones que desvirtúan el pudor, la vergüenza, todo límite que hace contorno, un adentro y un afuera, lo que se debería mostrar y lo que no, se desplazan a otras dimensiones institucionales que no son solo las de las Redes.
Hannah Arendt advirtió: “…la sociedad de masas no sólo destruye la esfera pública, sino también la privada, quita al hombre no solo su lugar en el mundo, sino también su hogar privado.” Ella pensaba en “la condición humana”, en lo privado como íntimo. Lo íntimo es lo que no puede ser nombrable, y por eso su dimensión sagrada, íntima.
Es materia opaca, resguardada en un velo, y ahí su erótica, dimensión defenestrada por el formato que empuja a la masturbación confesiva. La esfera pública es un mundo que se edifica (Cultura), si aquello no está, o no se elige ser parte de, lo íntimo pendula frágilmente en las formas que muy permeablemente integramos avasallando intimidades, y fulminando lo público.
3. Antes la metáfora, hoy la literalidad
El extravío en la novedad, y la recepción de la diferencia son las que hacen que los niños en el período de desapego de la madre, se introduzcan en la Cultura o, más certero: que la engendren. Que busquen aquello que es extraño, ajeno, y se lo apropien.
Un niño que no hace esa transición, es proclive a ser un niño inhibido, sádico, y antisocial. Por eso el algoritmo engendra niños que no hacen mundo: puede ser pensado como aplanador de subjetividades, o un productor de subjetividades planas. Por eso las movilizaciones sociales actuales en el mundo, se podrían pensar como sucesos que demandan una escucha y auxilio, o como niños que no han devenido en ciudadanos por lo que menos evocarán semejantes.
Del pasaje de la niñez a la adultez (psíquicamente hablando),se busca desde la poesía, la música, los grandes relatos, desdé alguna técnica para nombrar lo extraño. El nombre de aquello es metáfora. La metáfora reemplaza la Cosa, por alguna representación. Un tributo compositivo.
Primero será tener poder sobre ella, y su renuncia, un acto potente. Solo desde la potencia se compone una Ética. El deseo en el juego del niño de hecho, es ser grande según Freud, y bien podemos constatar cuando vemos un niño jugar. No es ser un adulto, sino ser grande. Renunciar a esa grandeza para jugar con otros, es lo que hace de un niño díscolo a uno competente para el juego.
Las redes ensanchan esa grandeza narcisa, complicadamente, consensuada. Esa grandeza defenestra la metáfora, que es la rúbrica de lo poético, la posibilidad del chiste, la erótica, el rito, del otro como semejante. Todas las formas que urden Cultura, y contienen son metáfora compuesta y Común.
Peculiarmente el encuentro con la novedad, dilata lo poético, y lo poético, en su osada novedad, no es infame al tiempo:
Es una reivindicación de la temporalidad.
Por eso no es lo mismo ser deseante que ser pasional. El deseo hace una distancia entre uno, y aquello que se fuga en el intento de apresarlo(motor de las grandes Obras). Las pasiones lo funden a uno con La Cosa (función del algoritmo). He ahí que practicar el deseo es trágico, porque aquella distancia es un abismo insoslayable, y miradas abismales como bien sabía Nietzsche, rememoran finitudes.
No sorprende que la angustia sea creciente moneda corriente, con las redes como uno de sus negados detonantes.
Quizá, se quiera estar en esa posición masoquista de mercancía codiciable. Quizá confesar la sexualidad es una forma de no hacerse cargo de ella. Quizá se quiera ser grande, para desconocer(negar) la adulta implicancia de cargar con la finitud.
4. De la técnica: esculpir un Nombre
Otro gran peligro de las redes sociales: la velocidad. En la velocidad no decanta una idea, no se condensa un pensamiento. Ni llega a gestarse. No se fija una metáfora. Hay materialidad en la metáfora. Materia para un Nombre.
Toda emancipación de esa materia es peligrosísima, es el germen de sensibilidades angustiosas y desvalidas. Toda emancipación de la materia hace cuerpos sin volumen. Cuando un niño aprende a dibujar parte haciendo garabatos. Inevitablemente, hará esquemas, luego auxiliará aquella rigidez rudimentaria con dibujos más elaborados. Progresará paulatinamente, siempre que exista la posibilidad de esa materia. Lo mismo sucede en otra clase de juegos. El niño empieza jugando solo. Eventualmente jugará cooperativamente, con sus respectivas reglas o sistema de penalización consensuada.
La técnica en ese sentido, o en su sentido más imperecedero, (obviando el pasaje de la técnica antigua a la moderna), requiere de una Ley, sino, se seguirá siendo un niño jugando solo, o haciendo garabatos.
En el narcisismo cómplice, hay una consensuada licuación de esa Ley, razón por la que el pudor y la vergüenza están desvirtuadas en esa “narrativa” pero no falta el provechito de pasional alucinación narcisista.
La técnica, anteriormente, era un pasaje del poder, a la potencia. Del atenazar una técnica, para apresar la metáfora, hasta liberar su materia en acto potente. Hoy las técnicas, anclan en el poder, por eso no es cosa rara escuchar que la gente se tilde de apolítica, o anacrónicas, irrepresentadas por su época. Aquello es parte de la matriz de subjetividades que anestesiadamente fundamos como la actual Cultura, que va a devenir en espíritu de venganza, que lo ha hecho, para algunas sensibilidades.
5. Masoquismo y espíritu de venganza
La venganza es una de pasión infantil muy concurrida en esta época, sucede que es una violencia más camuflada, calculada e inconsciente de lo que se advierte a diferencia de la agresión. Las hostilidades hoy están en las pequeñeces insospechadas. La venganza siempre es hacía otro, y ese otro es uno mismo, brillantemente deleita Carlos Quiroga en ”El prójimo y el abyecto”. Cosa extraña es uno para sí muchas veces, necedad sería desatender el versículo Bíblico “Conócete a ti mismo”.
Las redes avalan masoquismos que son espíritus de venganza para sí. ¿Cómo?
Toda conciencia de culpa demanda necesidad de castigo, sabemos desde Freud. En Así habló Zarathustra, Nietzsche dijo que el espíritu de venganza es la aversión de la voluntad contra el tiempo y su fue. ¿A qué voluntad se refiere? A la del alucinado narcisismo que usa la red social y no contrae deuda con el hecho de que el tiempo es finito, dado que esa voluntad, como escribí más arriba, no ha reivindicado el tiempo, que es la deuda del adulto por excelencia. Si la pobre alma es anacrónica y atemporal, como muchas hablas pasionales distan de ser, no va a conocer el martirio de sus propios suplicios atemporales, pero eventualmente lo hará, por las malas, cuando haya perdido demasiado tiempo, y “él fue del tiempo” azote, no a la voluntad, sino quién es domesticado por ella. Un mártir se somete a la necesidad de castigo, y deviene sacrificio, bien dijo Quiroga. Aquello requiere un tiempo. Un atemporal sigue siendo un mártir, sólo que no lo sabe, o más irónico aún, lo sabe su masoquista voluntad, que se entrega para ser devorado crudo, por el espíritu de venganza, el tiempo.
Más le conviene a uno, querer comerse al tiempo, y al mundo, que el caso contrario. Para eso hay que profesar el deseo, no las pasiones.
No hay que demonizar las redes sociales, se dice, pero los demonios los llevamos dentro, no trancemos con ellos.
* Portada: Detalle de «Una mujer mirándose en un espejo» (1890) de Walter McEwen
Etiquetas: Eric Schvartz, Friedrich Nietzsche, Internet, Narcisismo, Redes sociales, Sygmund Freud