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Por Cristian Rodríguez
En el límite
I.
La pulsión, como anterioridad lógica en el límite de lo humano, en un aspecto se inventa a sí misma, se hace de sí misma, y ese límite sólo puede ser evocado por los ecos que provienen de la “primera experiencia de satisfacción” en las vivencias cotidianas de una vida.
¿Qué indagación problemática supone ya este “ex nihilo”, con el que nos encontramos en la práctica del psicoanálisis, en las vicisitudes de la transferencia, en la escucha del analista sobre ese “saber que no se sabe”, y en las virtudes del llamado discurso psicoanalítico, proponiendo una tensión más que una intención, un atravesamiento más que un sentido sobre ese atravesamiento?
Ese sí mismo que es vacío, ex nihilo, fuerza, fe. Es, por otra parte, el empuje de todo acto espontáneo.
II.
En esta práctica, que se pone no sólo en las palabras sino en el más allá que ellas proponen, en esa tensión de atravesamiento por el discurso que allí se sostiene, por ese acto de fe y ese empuje de fuerza, algo se liga y se desliga por la vía del recuerdo.
Los recuerdos conllevan un cierto tipo de partícula subatómica, ya que no son del dominio del mundo visible ni tangible. Los recuerdos están posiblemente urdidos en una tela de materia subatómica.
III.
El recuerdo, en esta práctica afín a la arqueología, tal como propuso Freud al psicoanálisis, es ese haz que está presente en los conceptos psicoanalíticos ligados a la pulsión, conllevan revelaciones, y funcionan como órbitas.
Esos efectos, esos ecos se perciben en el plano del lenguaje -palabras y más allá de las palabras- y configuran una serie de conceptos teóricos que van desde considerar al sueño como vía regia a lo inconsciente, como en las diversas formaciones del inconsciente en los tropiezos de los hablantes, sus actos fallidos, sus síntomas, sus chistes, sus sinsentidos.
El recuerdo captura y atraviesa cada una de estas instancias psíquicas, ya que se arroja sobre la pantalla de lo memorizable -ese “eureka”, lo encontré, lo recordé-, y eso a su vez se dispone sobre el plano de la alteridad, hace o posibilita -en potencia- el vínculo con el otro, un lazo social o una serie de lazos.
Pero por otra parte, allí mismo en el instante en que se está produciendo ese enlace hacia el afuera de los vínculos, va hacia otro plano, otra temporalidad. ¿Qué tipo de enlace es este, que tipo de relación propone con ese particular universo de la ciencia que denominamos especulativa -y Lacan propuso como “conjetural” para el psicoanálisis-, una ciencia que no es -sólo- ciencia ilustrada y mucho menos ciencia positiva, una ciencia que no es la ciencia devenida de la revolución industrial, sino una ciencia arte? Ese enlace es un atravesamiento, un atravesamiento en la dirección del concepto pulso.
El efecto historizado de esos pulsos se hallan en los libros, ¿pero qué tipo de libros?
Hay los libros fácticos y estrictos del cuerpo ADN, donde se materializan las capas de las permutaciones. Hay también los libros de la lengua, donde cierta disposición en el discurso -no todas ni cualesquiera palabras- sedimenta en marcas de letra y también de letra escrita.
Esas letras indivisibles, únicas, ni siquiera audibles, intangibles, agitándose allí, insistiendo, son las propicias al psicoanálisis, ya que esta práctica está entramada a esa senda profunda y ancestral de los misterios.
Un plano de lo actual en el que esas escrituras se producen y deben ser interpeladas, deben así interrogarse para producir otra cosa, una diferencia que se está escribiendo en la subjetividad.
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