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Por Julián Ferreira
En la década del 90, cuando Charly García transitaba su carrera como solista, tuvo lugar una serie de entrevistas entre el músico y la famosa conductora de televisión Susana Giménez. Estos encuentros se presentaban como charlas de viejos amigos, donde uno de ellos, el artista, sublimaba su bipolaridad a través de la ironía y el humor, mientras que la conductora aportaba de forma admirable el sentido común que permitía llevar adelante un diálogo imposible. En 1998, algunos años después de que Charly saliera de una clínica de rehabilitación, Susana decidió recrear su casa de Palermo para realizar un nuevo encuentro con motivo de su último disco: El aguante.
Al comenzar la entrevista, la conductora le preguntó si se consideraba un romántico, a lo cual este respondió que sí. Reafirmando su propia concepción de lo romántico, Susana le repreguntó si le gustaba una cena con velas, a la luz de la luna con alguien especial. Charly la interrumpió en el acto y le dijo: “Soy romántico, no boludo”. La conductora, entre las risas del público, volvió sobre sus ideas e insistió en consultar por las mujeres, las citas y su nueva pareja, pero Charly no logró, o no quiso, responder de forma coherente. Finalmente, apareció una pregunta que hizo sentido en el músico: “¿Alguna vez te sentiste incomprendido?” Charly respondió: “Siempre, estoy adelantado a mi tiempo”.
Es difícil pensar que Charly García no conoce en profundidad el Romanticismo, entendido éste como la corriente artística que comenzó a finales del siglo XVIII. De hecho, se trata de alguien que, con cierta aura de “genio”, a los cuatro años tocaba la citarina y el piano, que tenía oído absoluto y pasaba sus días interpretando las obras de Mozart, por lo que a los cinco años ingresó al conservatorio y, gracias a la posición económica de su familia, complementó sus estudios de piano y música clásica con una profesora particular, Julieta Sandoval. Pero si fuéramos completamente ignorantes de su vida y gracia, podríamos tomar las referencias a Oscar Wilde (1) o Lewis Carroll (2), o bien al mismo Frédéric Chopin, de quien Charly tomó la Nocturno No. 2 en mi bemol mayor para la introducción de su tema “La máquina de ser feliz”. Sin embargo, si esto no fuese suficiente, podríamos adentrarnos aún más en sus composiciones para iluminar la naturaleza romántica de su obra.
Respecto a los temas, como en todo artista romántico, el amor ocupa un lugar central en la creación de Charly García. En su etapa de madurez, cuando ya transitaba su carrera como solista y la soledad comenzaba a formar un aura que él mismo había profetizado a los veinte años (3), las canciones alrededor de la temática del amor se multiplicaron con títulos como: “Tuve tu amor” (1984), “Tu amor” (1991), “Love is Love” (1994) o “El amor espera” (2002). Pero si nos remontamos a sus primeros pasos, cuando siendo un adolescente influenciado por la música de Los Beatles comenzaba a experimentar en el rock, vamos a encontrar otras referencias sobre la relevancia del amor en su poesía. Pero, ¿de qué tipo de amor estamos hablando?
Tomando la palabra del músico, y considerando al Romanticismo, deberíamos pensar qué es el amor para esta corriente. Pero dicha tarea nos llevaría decenas de páginas y referencias, y a pesar de ello, todavía sería impreciso o imposible dar con una definición exacta del amor romántico. Sin embargo, puestos a destacar un rasgo predominante, deberíamos decir que, ante todo, el amor romántico es trágico. Es decir, efímero y destinado a morir. Esta característica se puede apreciar desde el origen del movimiento en Alemania e Inglaterra, pero también en representantes como Von Kleist, Mary Shelly o Emily Brontë.
También podríamos pensar en Johann Wolfgang von Goethe y la novela que dio vida al movimiento, Las penas del joven Werther, donde el protagonista, a pesar de las convenciones de su época, se enamora de Charlotte, una mujer casada que no corresponde su amor. A partir de esa decepción, Werther pierde el sentido de la vida y la melancolía se apodera de él, arrastrándolo lentamente al suicidio.
Ahora bien, si a la luz de esta novela volviésemos a la obra de Charly García, encontraríamos que, por ejemplo, “Mariel y el capitán” (1972), una obra de cuando junto a Nito Mestre formaba el grupo Sui Generis, responde al tipo de amor tal cual lo concibió el movimiento romántico. El tema relata un vínculo presuntamente homosexual, esto es, reprobado por la moral pequeñoburguesa de los vecinos de un edificio de aquella época, quienes terminan asesinando a Mariel. La última estrofa dice: “Y el pobre capitán / Lleno de espanto y de dolor / se suicidó / Y al instante el consorcio una fiesta organizó / ¿A dónde fue? / Fue en el 5°C”.
En la misma línea, otro conjunto de canciones trabaja sobre el derrotero de la pérdida del amor. Los versos se vuelven melancólicos, con las mismas temáticas de muerte y dolor. “Confesiones de invierno”, por ejemplo, que da título a uno de los discos más destacados de la banda, comienza con los siguientes versos: “Me echó de su cuarto gritándome / No tienes profesión / Tuve que enfrentarme a mi condición / en invierno no hay sol”. El yo poético se enfrenta al sinsentido de la vida fuera de ese amor no correspondido. “Y tal vez espere demasiado / Quisiera que estuvieras aquí / Cerrarán las puertas de este infierno / Y es posible que me quiera ir”. El final, en este caso, no es el suicidio sino la locura, otro destino trágico típicamente romántico. Sólo hace falta evocar al poeta Friedrich Hölderlin para entender de qué estamos hablando. La canción concluye con la siguiente estrofa: “Hace cuatro años que estoy aquí / y no quiero salir / Ya no paso frío y estoy feliz / mi cuarto da al jardín/ Y aunque a veces me acuerdo de ella (dibujé su cara en la pared) / solamente muero los domingos / Y los lunes ya me siento bien.”
En todo caso, la lista de canciones que dan cuenta de esta concepción sería muy larga. Pero si buscamos entre toda su poesía el tipo de amor que encarna la felicidad, la cursilería y lo eterno, el trabajo se vuelve más escabroso, por no decir imposible. Ahora bien, si consideramos, junto con Charly García, que el amor romántico está más vinculado a lo trágico que a lo virtuoso, a lo sublime que a lo humano y al dolor antes que a la felicidad, ¿de dónde sale esa otra concepción que el sentido común imprime, según el cual “lo romántico” vendría a ser un amor hecho a la perfecta medida de nuestras más luminosas expectativas, teñidas con todos los clichés de la armonía y la felicidad? Por la negativa, sin embargo, podríamos replantearnos esta misma pregunta así: ¿por qué asociamos también el amor romántico a un sentimiento tóxico y posesivo, cuando lo que en verdad propone el romanticismo es una reafirmación de la libertad, donde los sentimientos importan más que las convenciones?
Las primeras críticas al Romanticismo empezaron a surgir ya en el siglo XVIII, tres décadas después de lo que se considera el nacimiento de esta corriente con Las baladas líricas de Wordsworth y Coleridge. Durante ese periodo hubo una explosión de escritores que, con motivos inicialmente románticos, comenzaron a crear una literatura sin el aplomo de los grandes referentes. En consecuencia, las novelas de lo que hoy llamaríamos “amor”, con sus descripciones barrocas de sentimentalismos y pasiones desbocadas con finales felices, inundaron la escena literaria. De esta manera, el movimiento que surgió como una revolución estética contra el statu quo fue convirtiéndose en una moda comercial carente de espíritu, tal como en la actualidad sale a la luz cuando lo romántico se confunde con la presencia de velas en medio de la noche, música etérea de cuerdas y una armonía impoluta entre los enamorados. De ahí la necesidad crítica de una generación de artistas de despegarse del movimiento para dar paso a nuevas formas de expresión.
Pero sería un error conceptual pensar que eso significó el final del influjo romántico. La primacía del yo, el sentimiento sobre la razón, el artista como un genio incomprendido, pero, sobre todo, el carácter crítico a una sociedad frívola y positivista, son formas que comenzaron con el Romanticismo y que siguen vigentes en nuestra concepción sobre el arte. Autores tan disímiles como Charles Baudelaire, Alejandra Pizarnik, Charles Bukowski o Michel Houellebecq, por nombrar algunos pocos y muy variados, no podrían entenderse por fuera de este movimiento. En todo caso, la crítica actual al romanticismo parece caer sobre la banalización que se hace de este, sin tener en cuenta su verdadera esencia.
Lo que nos quedaría por pensar es si se trata de una crítica ingenua y desinformada o si, por el contrario, responde a una necesidad de instalar un discurso que no tolera ninguna forma de amor verdaderamente romántico. Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos del “fin del amor”?
Tal vez, la primera pista emerja del hecho de que el amor romántico, en el sentido de la plenitud a veces trágica que aporta a los amados, no se armoniza con el discurso actual del mercado neoliberal. Por el contrario, este apuesta a la fantasía de que la “satisfacción garantizada” que ofrecen las empresas al comercializar sus mercancías debería trasladarse, también, al orden de la vida íntima. Por supuesto, entender el sentido desde el amor, dejando a un lado nuestros proyectos individuales, hoy suena a discurso conservador. Pero si lo pensamos con detenimiento, lo que se intenta imponer mediante la tergiversación de lo romántico es la negación de todo vínculo que se interponga entre el placer instantáneo y la felicidad garantizada. En el verdadero amor romántico, los enamorados se bastan a sí mismos, pero ello también implica una renuncia: encuentran sentido en la correspondencia y experimentan el dolor del sinsentido en la fractura. En nuestra sociedad de consumo, en cambio, no hay lugar para el dolor, ya que este podría producir una herida narcisista inaceptable, y ello atentaría contra el propio mercado. Por lo tanto, eliminamos el riesgo, frivolizamos los vínculos y consumimos para reafirmar nuestra autosuficiencia.
En el caso de Charly García, el dolor es el motor que da vida a sus letras. En «Tu amor», canción que compuso junto a Pedro Aznar, escribe: “Yo tuve el fin y era más, yo tuve más y era el fin / Yo tuve el mundo a mis pies y no era nada sin tí / Crucé la línea final por / Tu amor, tan fuerte como el no-amor / Tu amor, parábola de un mundo mejor”. Su poesía, más que una autoafirmación de su propio ego, es una búsqueda para redimir su incomprensión. Como dice Estefan Sweig, en la lucha contra lo demoníaco, el artista romántico no encuentra lugar en la sociedad, parte del infinito y va hacia el infinito sin poder hacer pie en las convenciones de su tiempo. (4)
El caminante sobre un mar de nubes, un conocido cuadro de David Friedrich, muestra a un hombre de espaldas sobre un inmenso paisaje de picos montañosos cubiertos por un cielo alborotado. El mensaje es claro: todo artista romántico se encuentra siempre en la soledad de sus cavilaciones y sólo puede sublimarse a través del arte. La locura, en muchos casos, suele ser un desenlace anunciado.
Cuatro años después de la famosa entrevista sobre la que hablamos al principio, Charly García volvió al programa de Susana Giménez. Unas pocas semanas antes había saltado a una pileta desde un séptimo piso mientras se masturbaba. Cuando le consultaron por este hecho, Charly dijo que fue una declaración de principios: “Una forma de decir que yo no soy igual que ustedes”. La entrevista tuvo lugar en el año 2000, cuando la soledad, la locura y la angustia marcaban al artista y la sociedad del entretenimiento seguía atenta al placer de observar sus desvaríos. En el 2009, finalmente, gracias a la ayuda de “Palito” Ortega, Charly terminó internado para una desintoxicación definitiva. Sin embargo, su necesidad creativa no cesó, y aunque cada vez más alejado del mercado, siguió su camino y escuchó a su corazón.
En 2013 presentó un libro, Líneas paralelas: Artificio imposible. En la presentación, García dijo: “Muchas de las cosas escritas a puño ni yo las entiendo, el cerebro va más rápido. Es como si estuviera haciendo una canción, uno escribe así lo que le viene. Es una historia de amor, es una historia de no asfixia del espacio, de mi visión de lo que se llama arte que todavía no la comprendo cómo no comprendo el infinito, pero sí comprendo que sin aire no hay música”.
Para Charly García, uno de los artistas más importantes de nuestro país, el amor no es un sendero de rosas, una cena a la luz de las velas, ni el ideal conservador del amor heteronormativo. Más bien, es un camino incomprensible pero esencial que, al igual que el arte, puede aportar algo de sentido, arrojo y libertad a nuestras vidas.
(1) El fantasma de Canterville, Los jóvenes de ayer (Serú Girán)
(2) Canción de Alicia en el país (Serú Girán)
(3) Cuando ya me empiece a quedar solo (Sui Generis)
(4) La lucha contra lo demoníaco (Hölderlin, Kleist, Nietzsche) Stefan Zweig
Fotos:
* Hilda Lizarazu, 1989
** Alejandro Kuropatwa, 1989
*** Nora Lezano, 2000
Etiquetas: Amor, arte, Charly García, David Friedrich, Estefan Sweig, Goethe, Julian Ferreira, Música, Romanticismo