Blog

22-08-2023 Notas

Facebook Twitter

Por Eric Schvartz

“Comprende usted lo que significa no tener a donde ir.
Todo hombre tiene que tener un lugar a donde ir”
Semión Zajárovich Marmeládov

Un estudiante ruso de San Petersburgo, hijo del siglo XIX. Inquilino de una habitación apretada, de poca luz, de un aire espeso y dilacerante a los pulmones. Un frío que cala los huesos. Una habitación fecunda a fantasías que se oxigenan en la adversidad de su realidad asfixiante. La falta de dinero para sostener su carrera. Arreglos matrimoniales de parte de su hermana con un hombre que no ama con tal de sostener la familia económicamente. Con contingencias que azotan indiscriminadamente, la fantasía se torna en el refugio de la responsabilidad existencial que Rodia Románovich Raskólnikov no puede, no sabe, o no quiere acaparar.

Cuando las tres convergen, se vaticina la atrocidad.

Rodia Románovich Raskólnikov es el protagonista de Crimen y castigo, la novela de Fiódor Dostoyevski.

La propietaria de la habitación que Rodia alquila, es una señora desagradable, miserable, de un trato tan despreciativo, áspero y amargo que interpela el sadismo infantil más hondo del lector para justificar la calamidad de un homicidio.

Atestado con una exterioridad teñida en odio, el protagonista dilató lo más perverso, o más certero, se dejó habitar por ello. Tranzó, pactó y se dejó habitar por monstruosidades. Alguien que nada tiene que perder, inevitablemente deviene en monstruo.

Raskolnikof es una concurrida neurosis actual: un hombre al que le falta una orientación, un sentido. Un hombre sin un sentido. El oraculizado nihilista que la Modernidad iba a producir con su matriz de subjetividad de época. Desde Freud, un niño en el cuerpo de un hombre, que puede ser un hombre desvalido que no acapara responsabilidades, o un déspota que en el hacer despótico se evidencian impotencias que mudaron en poderes irrestrictos.

“El primer ateo de la emergente secularización” atisban a decir algunos pseudointelectuales “Con la muerte de Dios, todo está permitido”, “la secularización y el positivismo que exime espiritualidades”. Las proposiciones de este tipo gravitan en toda la magistral obra de Dostoyevski (no es magistral por ello). Mismo en Los hermanos Karamazov con los titánicos personajes Aloysha, el profesante ingenuo, e Iván, el ateo escéptico.

Pero Raskolnikof no es víctima de la secularización como sentencian las lecturas presurosas. Si es, impresionantemente, una concurrida neurosis actual. El neurótico del siglo XXI, carente de falta, fragmentado en su recluida y “elegida” individualidad. Cada vez que todo familiar, o amistad le reivindica su dimensión de sujeto, con ropa, dinero, algún auxilio que endeuda, el se quitaba todo de encima.

No es la caridad lo que gobierna en Rodia. Es un gobierno de otro orden: carece de la deuda.

Una neurosis erráticamente se la puede pensar como una perversión, si tiene manifestaciones abruptas sin filtros. Hoy las maneras extremadas con el acting out de ser políticamente incorrecto, libertades de expresión desvirtuadas, evocan esté personaje desorientado que en contextos puntuales, deviene en siniestro. Es una suerte de alucinación narcisista concurrida epocalmente. El acometer un homicidio a sangre fría sin sentirse convocado por la atrocidad del hecho, como sucedió con el asesinato de Fernando por parte de los rugbiers.

Freud, en Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico, pondera dos formas de carácter, de las cuales nítidamente describen a Rodia: la excepción, y los que delinquen por conciencia de culpa.

Brillantemente Dostoyevski mecha algunas pinceladas del pasado de Raskolnikof de un padre que fallece en condiciones no conocidas, y que parecen tener un peso agobiante en el protagonista. Raskolnikof asesina por conciencia de culpa y toda conciencia de culpa tiene por efecto necesidad de castigo. El delinquir neurótico, es un garante verdugo. El carácter es “la solidificación del síntoma en el yo”, el saber de su síntoma se delata sublimado en su artículo Los hombres extraordinarios en el que argumentaba la existencia de dos clases de hombres: los ordinarios y los extraordinarios. Gran ironía la del inconsciente hacerle creer su grandeza como hombre extraordinario, para avallasarce posteriormente en toda su dimensión como una punición.

Ser extraordinario: una proposición para eximirse de ser hijo de su época. Ese anacronismo es la coartada perfecta de toda neurosis con respecto al Padre. Coartada que tracciona a Rodia a quedarse en la posición de acreedor y ese deseo de ser grande como evidencian los juegos de los niños díscolos. Grande, no adulto. Racionalmente le cuadra su planteo asesino. Lo calcula, minuciosamente, nerviosamente. No olvidemos que Freud, aclara en la segunda tópica en El yo y el ello, que la razón está ubicada en el yo, pero aclarando que la conciencia es descriptiva con sus vertientes en el ello. Entonces la razón, no es pura. No es un apéndice de una lógica implacable. Está teñida por afectos.

«¡Basta! —se dijo en tono solemne y enérgico—. ¡Atrás los espejismos, los vanos terrores, los espectros…! La vida está conmigo… ¿Acaso no la he sentido hace un momento? Mi vida no ha terminado con la de la vieja. Que Dios la tenga en la gloria. ¡Ya era hora de que descansara! Hoy empieza el reinado de la razón, de la luz, de la voluntad, de la energía…Pronto se verá…»

Hablar de razones pasionales no sería desatinado. El Superyó que lo azotará por el resto del texto es el inevitable hecho de que la culpa tiene el carácter del ineludible padre punitivo. Ese mortífero padre que puede ser el destino, la época. El espantoso azar. Quizá volver a ser hijo de ese padre que no fue duelado, evidencia la obra.
Ivonne Bordelois en ”Etimología de las pasiones” dice que la pasión colérica se da por reparar un sentimiento de injusticia. Pero en Rodia, lo habita el espíritu de la venganza. No hay que confundir la venganza de la cólera. La ira puede ser vengativa, pero la venganza no es una cegada cólera. Ambas afloran del odio, pero la venganza tiene una cadencia que es fruto del cálculo, de la razón.

¿De quién se venga Raskolnikof?

Evidentemente de una deuda a engendrar para sí, a costo de un chivo expiatorio aleatorio. La propietaria. Aleatorio dado que uno no elige los elementos que conforman su contexto, pero ella era la indicada para justificar su “extraordinaria” trasgresión.

En toda transgresión, subyace la vengativa manifestación del odio, aunque el espíritu de venganza siempre avasalla a uno.

Podríamos decir que su fantasía está economizada bajo la deuda no heredada de un Padre que niega pero ambiguamente busca, reduciéndose a la errática y refractaria atemporalidad nihilista en la que cree desmentir sus suplicios con certezas narcisistas, “Soy un hombre extraordinario”. Ni es, ni hombre, y extra-ordinario. Así un neurótico se confunde con un perverso en su mismidad, y para los otros, y las pasiones racionales inevitablemente advienen en pasiones oscuras.

Un niño poderoso que jamás aprende a devenir en adulto, porque no puede, no sabe o no quiere, deviene en despota aquejado.

 

* Retrato de Charles Meryon, 1858, por Léopold Flameng

 

Etiquetas: , , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.