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10-08-2023 Notas

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Por Luciano Lutereau

1.

Recuerdo que cuando yo era joven y me gustaba una chica, como en ese entonces no había celulares ni redes, tenía que esperar antes de volver a verla.

Me refiero a chicas a las que no conocía y que, por ejemplo, me cruzaba en ciertos lugares. Si las empezaba a conocer, la cosa no cambiaba mucho, porque tampoco daba para llamar a su casa todos los días.

Durante todo un primer tiempo, nos veíamos un poco como quienes se ven de casualidad. Y la espera era tensa, pero también amable. Esa tensión era la forma incipiente del deseo.

Se habla mucho del deseo, pero poco del tiempo que requiere y que no depende de su objeto, sino de una temporalidad asumida, un tiempo en el que el varón tiene que sentir un ansia, la intensidad que se convierte en vehemencia.

Esto para una mujer puede ser desesperante. Hay algunas que se preguntan cómo puede ser que si le gustás a un tipo no te quiera ver. Es que necesita tiempo para desear, porque además en ese intervalo tiene que revivir la experiencia del complejo de castración, es decir, una micro-pérdida anhelante.

Esto quiere decir que gustar es simple, desear es todo un movimiento y una decisión.

El problema es que la espera del varón -esa espera con la que a veces se hace esperar y que hoy en el mundo tecnológico puede generar malestar, porque da la impresión de que se borró- no es garantía de nada. En efecto, puede ser que después de ese tiempo el varón decida que no y se detenga.

¿Por qué es un problema? Porque durante todo ese tiempo no se podrá saber si está madurando un deseo, si está boludeando o si se las va a tomar. La manifestación exterior es la misma en todos los casos.

Si a esta estructura básica se le agrega el chat, es decir, lo que ocurre desde que existe WhatsApp, los malentendidos se multiplican: que si responde, que si solo marca la cancha, que si está para no irse, etc.

En cualquier caso, lo que más me llama la atención es lo poco que las mujeres de hoy se dedican a conocer a los varones; como si se guiaran con un estereotipo que para nada los representa y, en las más diversas situaciones, quedan perplejas.

Si las cosas siguen así, en 20 años un varón se va a volver en el próximo enigma del deseo y va a ser necesario otro Freud para reescribir todo el psicoanálisis.

2.

El otro día escuché que Emilia discutía con sus hermanos y les decía “Es que ustedes son varones y yo soy mujer”. Me sorprendió que dijera “mujer” y no “nena”. Es una niña que creció mucho en el último tiempo, pero no me imaginaba cuánto.

Luego escuché que le preguntaba a Vero cómo es que nosotros nos habíamos conocido. Aquí me sorprendí más, porque Vero le dijo que yo le había pedido que me espere. Mi versión era completamente distinta, inversa: más bien yo tengo la idea de que tuve que esperarla mucho. ¿Cómo es que yo, que la había esperado tanto, llegado el momento, le pedí que me espere?

Entonces hice memoria. Hace dos días que pienso en esto. Vero tiene razón. Llegado un día, cuando tuvimos la ocasión de estar juntos, yo le dije: “No sé si voy a poder” y me fui. Ahí fue que le pedí que me esperara. Y pasé días terribles hasta que volví a verla.

Ella dice que, tiempo después, la vez que me dijo que estaba embarazada, yo dije: “Nos cambió la vida”. Creo que ese día dije las palabras que no pude decir el día que volví a verla, para empezar a estar juntos.

Esta no es una reflexión personal, o una anécdota que se cuenta porque sí; más bien es el motivo para pensar en algo más general: pocas veces los varones están preparados para estar con la mujer que aman; o mejor dicho, se terminan de preparar en la preparación misma.

Para un varón es más fácil orientarse con el rol simbólico de marido, o quizá de padre, que poder sostener la pregunta por el amor en el vínculo con una mujer. Los roles, en última instancia, se basan en cumplir.

Por ejemplo, cuando hoy diversos varones dicen de antemano que no quieren nada serio, que no están para un vínculo formal o comprometerse, muchas mujeres responden: “Yo no te pido que te quieras casar conmigo”, pero ellos no entienden la respuesta.

Si el varón, además, ya pasó por un matrimonio -o vínculo formal-, lo más probable es que salga más o menos asqueado y se dedique a la seducción; llegado el momento, dirá: “No quiero que te enamores de mí”, con una vanidad que exhibe que su verdadero conflicto es con el amor -con el que no quiere saber nada.

Porque los de marido y padre son roles, es decir, se trata de funciones con las que cumplir, mejor o peor, pero lo otro es un misterio, es rarísimo. Me acuerdo de una entrevista de Hitchcock a Truffaut en la que este dice: “Las mujeres siempre saben qué quieren de una relación, los varones se enteran después”.

Esta es una distinción esquemática, torpe, una generalización de esas que hoy resultan tan odiosas (para quienes aman odiar), pero tiene una dirección definida: muestra bien que, por lo común, las mujeres cambian su modelo de pareja con el duelo; mientras que los varones no lo hacen hasta que vuelven a enamorarse.

Por eso, como dije antes, los varones no suelen estar preparados para un vínculo de amor desde el principio y hacen todo tipo de estupideces, como pedirle a la mujer que esperaron, que los espere.

Otra distinción esquemática y tonta es la que se puede corroborar clínicamente, cuando el sentimiento femenino ante el enamoramiento es la alegría y, para los varones, la desesperación que suele hacer que ellos se defiendan de todos los modos posibles de lo que sienten.

“Es un boludo”, dicen algunas mujeres y tienen razón, cuando ven que el tipo que las buscó de repente no se la banca y da todo tipo de aclaraciones que nadie le pidió. La declinación paranoide de este fenómeno es “me boludea”, pero creo que -como toda sobreinterpretación- esta última formulación se excede un poco.

La contracara es la situación de los tipos que no se ponen boludos ante el amor. Aquí creo que el peligro es mayor. Todos conocemos casos de mujeres que quedaron prendadas de tipos que no las sueltan, durante años (como amantes o en idas y vueltas), porque también ellas huyeron de la boludez: cuánto más buscan un tipo para reparar lo no elaborado de su pasado, menos les importará el vínculo. Así quedan suspendidas en amores que no transcurren en ningún lado, clandestinos, ocultos, sin tiempo.

Aquí viene la pregunta final, la de oro: ¿y por qué una mujer tiene que tolerar a un boludo que no está preparado para un vínculo? Esto yo no lo puedo responder; es más, diría: que no esperen! Pero quizá tenga que volver a esperar y preguntarle la respuesta a Emilia en unos años.

* Portada: Detalle de «Luz de primavera» (sin fecha) de Carl Holsøe

 

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