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Por Guillermo Fernandez
¿Será conveniente pensar en el hecho de que haber leído tanta literatura de héroes y de epopeyas puede haber sido perjudicial para que hoy no se pueda sostener el desequilibrio de los tiempos presentes?
¿O, acaso, mejor aún, sería nocivo formar a los niños y niñas con libros de aventuras en los que las batallas las ganaban siempre los mismos?
Los tiempos cambiaron.
Las hazañas actuales se inician con una traición, con un espía sin territorio ni documentos, que debe vencer un enemigo múltiple. Pareciera que el adversario no es visible; es un enemigo que se diluye en corporaciones que se disuelven con el fin de nunca dar lugar a un blanco.
En El adversario (2000) del escritor francés Emmanuel Carrére no hay estereotipos de victorias. Su escritura trata de privilegiar una época sin mitos ni premios éticos. Justamente, por eso, la crítica y las premiaciones actuales se inclinan por ponderar la incertidumbre y hacer de la debilidad un lugar común.
Las playas con veleros, con arcabuces y con marinos fieles, o por lo menos, con decisión fueron un período necesario para confiar, y creer en los humanos valientes. Se podría decir que las obras clásicas habían iniciado una etapa de consolidación del temperamento que, en la actualidad se encuentra invertido.
¿En qué lugar estético se ponía a prueba el carácter?
Existen imágenes que provienen del cine que estimulan la voluntad. Se puede revisar los diálogos, por ejemplo, de Danton, película de 1983 del director polaco Andrzej Wajda, y la escena final con el ajusticiamiento del líder de la revuelta.
¿Hay victoria? ¿Qué sucedió en el universo entre la victoria de Aquiles que arrastraba el respeto de sus soldados, a causa de llevar toda la virtud (areté), y la condena a un hombre con ideas?
En los análisis resulta complejo hablar de causas y de consecuencias, sin entender una cadena de hechos, troquelados como un rompecabezas. Los acontecimientos superan a los sucesos: las guerras del siglo XX crearon a un hombre moderno que conspiraba contra sí mismo.
¿Fue falso, entonces, creer en un humano fuerte al que le alcanzaba contar con horizonte, destino y un perfil inmaculado?
Hace unos meses se estrenó Oppenheimer (2023) del director norteamericano Christopher Nolan. El film pone en evidencia el “juego” de la política cuando se apropia de la ciencia y, entonces, el mundo de la investigación se somete a las corporaciones, esta vez demasiado visibles.
Uno se puede imaginar el rostro final del científico Oppenheimer con la cara de Danton, todavía sin ser decapitada.
Siempre es idéntico el rostro que apunta e interroga. Las épocas son meras excusas; la condena es la misma. Hay bastante literatura sobre la caída del hombre en un abismo.
Se termina de leer un libro como La escritura o la vida (1994) de Jorge Semprún en el que el campo de concentración es un escenario que advierte sobre lo inhabitable del mundo, pero el texto continúa en una página vacía.
También hay un fotograma inconcluso en El gran dictador (1942) de Charles Chaplin. Esa oquedad representa el pudor y la orfandad de una humanidad desentendida que a pesar de que lee y ve nunca alcanza a aprehender su impotencia.
Los tiempos presentes nunca son vías de escape; quizá no enfrentar es la manera de considerarse menos irredentos.
* Portada: “El mundo de Christina” (1948) de Andrew Wyeth
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