Blog

Por Leticia Martin
¿Escribir o vivir? ¿Vivir o escribir? En qué orden van, cuál es primero, qué correspondería. ¿El huevo o la gallina? ¿Por qué nos gobierna la moción de orden?, me pregunto leyendo a Ariana Harwicz. ¿Podemos ser más platónicos? Tal vez no terminamos de creer que somos sujetos divididos. Pero la preguntá está ahí, sigue latente, vigente. ¿Por qué no podemos las dos cosas? ¿Por qué no lo hacemos en cualquier orden? Harwicz plantea, contra todas las épocas, que: “escribir es más que vivir, es vivir dos veces. O es menos que la vida, es una relación especular, oblicua, distorsionada. Por eso a veces un texto nos hace llorar. Pero el mérito de la emoción no es literario, el mérito es todo de la vida”.
Harwicz suma. No disecciona, no polariza, no aisla. Por el contrario, reúne para pensar. “Si se elimina la ambigüedad en un artista, se lo destruye”. El artista no escapa al género humano, dice. Todos desplegamos ambigüedades, somos algo y nuestras contradicciones. Pose y abrazo genuino con lo real. ¿Por qué pedirle al artista lo que no podríamos pedirnos a todos, todas, y cada une? Alguien escribió sobre Wagner y muy pocos supieron leerlo. Escribir sobre Wagner es como escribir sobre Heidegger, sobre Arendt, sobre Woody Allen. El tema no es la contradicción y las ambigüedades, me parece, sino la potencia de ciertas voces. Esto lo digo yo. El problema es que hoy se haya vuelto tan masivo el bienpensantismo y que todos los demás decires queden subsumidos o al margen, cancelados o a punto de serlo. Reprimidos porque mejor no decir.
Cancelar es lo contrario a pensar. Harwicz lo dice de mil modos y formas en estos tuits prolijamente organizados con aires de ensayos bonsai que compiló y desmalezó Denis Fernandez para su editorial independiente y osada. “Lo políticamente correcto es la gangrena del arte en este siglo”.
Sobre las reescrituras de las que eligieron desmarcarse del feminismo de su época y hoy se las rotula de “oprimidas”, bueno. ¿Qué leer? ¿Qué replicar? Yo misma venía en esa línea y me he corrido de ese lugar del decir para no sentirme tan loca gritando al aire y sin saber si el árbol caía en medio del bosque haciendo su respectivo ruido, o no existía. Harwitz retoma algunos dichos impropios sobre Marguerite Duras. ¿A quién se le ocurre leerla como mujer reprimida? ¡Qué risa!, estribillaría Silvina Ocampo. ¿A quién se le puede ocurrir? La más grande, primero; y toda la reescritura de la literatura infantil detrás. Nuevas Caperucitas con abuelas hiperactivas y mega dinámicas que hacen aquagym y salen de paseo todas las noches. Porque es mentira que los ancianos bajan un cambio, usan mantitas sobre los hombros y envejecen. Es mentira que Pami y que el cuerpo se achican y que las destrezas se pierden y las enfermedades afloran. ¡No! La vejez no existe. ¡Eliminémosla! ¡Cancelémosla! Así después de romantizarla y volverla como en nuestros sueños, retomamos el camino de la deconstrucción. Aquello que antes podía ser hoy se niega. Que nada raspe. Que nada se interponga ante nuestros pies y nos haga tropezar. En todas las construcciones discursivas pareciera estar funcionando igual. Cada quien queriendo acomodar la ideología del otro a la propia para permitirse una lectura o disfrutar de una obra solo si no hay oposiciones y diferencias.
En alguna parte anoté que escribir es tirarse a la pileta, hacer menos cuentas y palpar mejor la parte del cuerpo que late o se calienta cuando se van tocando las teclas, a medida que la escritura avanza. Pero en esta reseña soy la que lee a Harwicz, que en su libro en cuestión dice algo parecido pero distinto a la vez: “Para encontrar la escritura, a veces hace falta no escribir (esto también lo apunta María Lobo en una entrevista no recuerdo en qué medio escrito), hace falta no conocer el argumento, ni el personaje, ni la trama, ni la intriga. No escribir sino buscar el deseo de la escritura, la búsqueda de ese deseo ya es un procedimiento literario”.
Me encuentro como en Levrero en algunas ideas de Harwicz. No me importa como suene, quiero decirlo. Porque me gusta encontrarme en alguien que no conozco y escribe, alguien a quien solo he leido y que me incita. Me invita a más.
No sabemos, no podemos enseñar, no estamos a salvo cuando escribimos, o por el hecho de escribir. También lo dice de otra forma, pero dice algo de eso que transcribo a mi modo. Algo como que: escribir sería bajarse de todos los ponys para alcanzarse a uno mismo en el deseo, en el decir. “Estar a la pesca de uno mismo”, anotó alguna vez Mario Levrero. Ella lo pone de otro modo: “La única condición de un escritor, de la generación, cultura y época que sea, es la de ser único e irreductible”.
El ruido de una época
Ariana Harwicz
Editorial Marciana
129 págs.
Etiquetas: Ariana Harwicz, Leticia Martin, Levrero, Literatura, literatura argentina