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Por Pablo Milani | Portada: Brooke Shaden
¿Existe una inocencia que sea culpable? Se pregunta la escritora Blanca Lema en el prólogo de este delicioso libro en el que no deja de conmover como intercambio indiscutible de poesía y libertad, interludio y esperanza, grito y zozobra. La infancia es esa porción de arena que se escurre entre las manos sin que nadie se dé cuenta. Una íntima ración de tiempo apenas detenida que describe aquellas primeras impresiones del corazón. Un tipo de vínculo capaz de cruzar un puente entre esa niña de ojos negros y la persona adulta para poder entenderlo después. En ese devenir de días y de sucesos hay algo por construirse que es el futuro. En A veces un abismo, el nuevo libro de la poeta Luciana Ravazzani, describe no sin esfuerzos circunstancias entre colores y tardes sin descanso mientras observa esos ojos verdes, los de su madre, como guía y aprendizaje, y lo demás no tiene importancia, o quizás vendrá después, cuando sea adulta. Ahora el presente es práctica y ejercicio y no hay mucho más que decir. El recorrido de sus páginas más bien funciona como retrospectiva en sus años iniciales en forma de perdón y redención. Un buscar entre recuerdos hasta llegar a la satisfacción de llegar a ellos airosa. El encuentro con su pasado aquí se desenvuelve entre pequeños universos de un tiempo recobrado y a veces dulce, aunque ido. Aquí el recuerdo de su madre y su amor incondicional van a posicionarse como un ser omnipresente durante todo el recorrido del libro. Es una vuelta hacia atrás, pero desde una mirada adulta, como si el significado de aquellos descubrimientos revelara todo lo que la autora necesita. Mamá me trajo de regalo una muñeca negra/ una bahiana vestida de blanco/ ella también cargaba peso/ eso eran frutas, cosas vivas, presentes/ quise el mismo destino. Aquí una muñeca es un acto de amor indiscutido que sana y salva, un salvoconducto como lenguaje universal, un pacto sólo entre madre e hija.
Aunque ese mundo carecía de armazón en su momento, a la vez constituía su todo entero. En esa pequeña suma de creencias, en esos silencios que tiene todas sus palabras se argumenta esa niña y su experiencia irrepetible, esa que ahora cobra sentido e intervención. El lugar de la felicidad ocupa un espacio definitivo en el que pisa por primera vez. Había cosas más importantes/ que ser feliz/ ser feliz acaso se sentía/ como una irresponsabilidad/ una pérdida de tiempo. En esa irresponsabilidad de la infancia, en esas palpitaciones siempre presentes, la felicidad se desliza sin ser cuestionada y sin ninguna distracción. Aquí las siempre complejas articulaciones a la hora de tejer un análisis no hacen falta. Es decir, la propia mirada de la niña es su propia creación. En esa mutación de experiencias, entre infancia y adultez, se teje una interrelación disruptiva con lo histórico-social en el que esa niña puede deshacer ese mundo ya hecho y hacer otro distinto, con nuevos ojos y nuevas manos. Acá su cuerpo ensimismado y al mismo protegido por ese pequeño fragmento de territorio materno va a ser su referencia. También se articula esa simbólica frontera familiar que se configura como separación pero también como medio para discernir un campo de horizonte futuro.

Luciana Ravazzani
En A veces un abismo el tiempo pasa a inmiscuirse y toma distancia de las acciones, pero no así para los sentimientos que parecen abarcar todas y cada una de las palabras a disposición en este libro artesanal que lleva el sello de El Vendedor de Tierra. Las alternancias y referencias de Luciana Ravazzani sitúan a este libro como un acto de supervivencia, un hilo conductor que se organiza según pasan los recuerdos como caricias y gestos y que aparecen dentro de la misma sensación. La mirada atenta hacia su madre, como un ser referencial constituye el organigrama que reúne esa astuta travesía del dolor.
La poesía de Luciana Ravazzani representa un tipo de luz misteriosa y tenue, aquella energía vital que se propaga entre las cosas y deja una estela detrás sin que nadie lo advierta. Como si existiera un único idioma en el mundo para expresarse, una forma intensa y fría de comunicación, entre luces y sombras, habilidades y tiempo. A veces un abismo es un acto de fe, un campo de expresión entre lo real y lo imaginario en la íntima hora del sueño, en ese borde extraño de la tristeza que se traduce como creencia y en el que siempre el amor se destaca por su dirección y reflexión.
Por eso, A veces un abismo funciona por su magnetismo. La frase de la poeta estadounidense Louise Glück al comienzo del libro lo dice todo. Solo miramos el mundo una vez, durante la infancia. El resto son recuerdos. La autora aquí parece preferir los márgenes antes que ser un vector axial como única superficie, entonces se desliza dentro de su propio campo de rotación y fuerza. Su sacrificio es saber entender a esa niña de ojos negros. Así que ahí estaba toda la sabiduría/ era cuestión de esperar/ la edad para que cambiaran/ todas aquellas cosas.
A veces un abismo
Luciana Ravazzani
Editorial El Vendedor de Tierra
2023
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