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21-09-2023 Notas

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Por Luciano Lutereau

Una idea interesante del último libro traducido de Anne Dufourmantelle es la relación que establece entre lo femenino y el sacrificio, entendido este último como el ofrecimiento a un goce.

El sacrificio es estar ofrecida a un goce y la autora menciona diferentes ejemplos históricos. A mí me recordó la frase de Lacan de que, con el goce, se empieza con las cosquillas y se termina en la parrilla.

Dicho de otro modo, es asunto de goce todo lo que empieza como un juego y termina a los bifes. Es lo que ocurre en los sacrificios humanos, cuando se elige a la víctima, se la agasaja y, después, se la mata.

Que te elijan, para lo que sea, suele terminar mal. Y el fantasma de ser la elegida, en ciertas mujeres, es estragante.

Del planteo de Dufourmantelle me parece interesante que corre el eje del tópico habitual en la teoría psicoanalítica del masoquismo femenino. No porque diga que no existe, sino porque encuentra su razón en una estructura más profunda, la del sacrificio.

Una idea interesante es una idea con la que se puede pensar. No importa si verdadera o no, sí que permita ver los fenómenos desde otro punto de vista y no decir lo mismo siempre.

Si entiendo bien a Dufourmantelle, es decir, si la leo, diría que masoquista es la mujer que se identifica con el goce del sacrificio, suponiéndole a este un agente. En este sentido, su goce es más perverso que femenino, en la medida en que sirve al goce del otro.

En este punto, el sacrificio propiamente dicho, cuando no declina en masoquista, es un goce sin referente. Femenino entonces es el ser -ahora sí no importa si varón o mujer- que en cierto momento hará una experiencia de goce sin causa.

Otra cuestión sobre el masoquismo femenino: que Lacan dijera que era un fantasma masculino. Esto no quiere decir de varones; puede ser un fantasma masculino en mujeres, por ejemplo, en aquellas que hacen del goce del varón la causa de su goce. La clínica de las mujeres que no se pueden separar de un varón tiene en esta coordenada su explicación y no en una teoría romántica del amor.

Por otro lado, ante el sacrificio también está la posibilidad de asumir una actitud sacrificial. Esto es lo que hace la histérica, que sostiene los emblemas del Otro para reprimir su goce -el suyo, que se le revela horrorosamente en el del Otro.

La lectura que hace Dufourmantelle del sacrificio es muy potente. En términos cristianos, diría que si para el varón se trata de hacer la experiencia de la pasión (de Cristo), para la mujer la figura es la de la piedad (de María). Hace un tiempo Verónica Buchanan dio una clase sobre este tema que a mí me resultó muy novedosa y convincente.

La piedad no es la compasión. Tampoco ese revuelto de actitudes blandas que hoy se reúnen bajo el término empatía -porque la verdadera empatía no es identificarse con lo que el otro te cuenta, imaginarte lo que siente, sino sentir que el otro te joda y te dañe y entenderlo.

El de la piedad es un goce muy extraño. Vero lo planteó como una de las figuras del goce femenino. En el caso de María, tiene en sus brazos a su hijo muerto, en una actitud de reposo, casi dejándolo caer. Él viene de sufrir la pasión, ¿se puede dudar de que la imagen es una metáfora del orgasmo?

En chiste y en serio, Vero me dijo una vez que el cristianismo es la religión del orgasmo. Lacan piensa igual que Vero; por ejemplo, varias veces en el seminario “Aun” Lacan plantea la relación entre Dios, la mujer (que no existe) y sus goces.

Vuelvo a la imagen de María con Jesús en brazos. Lo sostiene, no lo aferra. Lo inquietante es que María parece más joven que el Cristo extenuado. Su piedad es una renuncia a la obstinación.

Es extraño que se quiera ver en María el modelo de una madre santa y toda-para-su-hijo cuando es una mujer orientada por lo femenino. Su virginidad, su carácter de Inmaculada, está lejos de la docilidad y la sumisión.

Esto es algo que habría que seguir pensando y dejar de decir lo mismo de siempre.

 

 

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