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05-09-2023 Notas

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Por Aldana Fernández

Probar otra vez. Fallar otra vez. Fallar mejor.
Alan Pauls

 

Me sirvo de la invitación que aparece en el texto Contra la interpretación de Susan Sontag y la tomo prestada como impulso para escribir unas líneas sobre el film La peor persona del mundo del director Joachim Trier. ¿Qué propone esta autora? No congelar sentidos, ni sembrar interpretaciones, sino más bien hacerle lugar a la pregunta para que surja algo del orden de la novedad. Se escribe, entonces, no para mostrar lo que significa esta película o para interpretarla, sino más bien porque el cine nos regala la posibilidad de otras lecturas. En la introducción a estos ensayos Susan: “Lo que importa ahora es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más”.

Recientemente una de las plataformas mainstream ha incorporado a su cartelera esta película, que junto con Reprise (2006) y Oslo, 31 de agosto (2011) conforman la llamada Trilogía de Oslo. Una serie que retrata de manera conmovedora la complejidad de habitar el mundo con otros: “lo común”, el egoísmo, el amor, el deseo y sus avatares, el desencuentro, la repetición y el devenir de la vida.

La película cuenta con varios cortes temporales donde se retrata la vida de Julie una mujer que cumple 30 años y que no logra sentirse ella misma. Repleta de dudas existenciales, no termina de saber cómo armar su vida profesional o definir qué es lo que le gusta hacer; con sus parejas no se siente cómoda y está en la búsqueda de un hombre que comprenda tanto sus tiempos con respecto a la maternidad como también su espacio personal.  En lo familiar lidia con un padre que no la registra y no le presta atención. Una trama que va desarrollándose por fuera de las certezas y las decisiones cómodas.

Hay un epígrafe sutil y potente en el texto de Anne Dufourmantelle: Elogio del riesgo que tiene que ver con esto. Ella inicia el texto con Kierkegaard: “El instante de decisión es una locura”. Hay algo de ese breve sintagma que permite acercarse al coraje que se juega en las decisiones de Julie. Son los saltos que se dan aun cuando la razón reniega profusamente de eso.

En cierto punto lo que orienta la narrativa general tiene que ver con el valor de pegar ese salto, de navegar por esas hendiduras donde se abre la posibilidad de inventar algo nuevo con lo que muchas veces duele, no se entiende o resulta insoportable. En ese punto es donde el director ingresa en una zona delicada/liminal jugando de tal manera que puede perder la complicidad de aquel espectador que se encuentre demasiado pegado a los moralismos y las buenas intenciones; de ahí lo convocante y provocador que resulta el título de la película.

Laura Wittner en su libro Se vive y se traduce cita a la ensayista canadiense Anne Carson y comparte un fragmento preciso que aloja ese movimiento de hacer y descolocar. En este sentido es una apuesta similar a lo que se viene mencionando, se trata de ese intento de dar un poco de lugar para aquello que parece hablar desde los territorios de lo impreciso, de lo que no se equilibra o no se cierra. En esos intersticios es por los que Julie va a ir moviéndose para inventar una propia manera de estar, de decir y de fallar.

“Decir las cosas menos bien de lo que se hubiera deseado, de directamente no decirlas. Y creo que eso es útil para escribir porque siempre es bueno perder el equilibrio y ser desalojada de esa autosuficiencia con la que se suele ir por ahí percibiendo el mundo”  […]

Hay una anécdota que cuenta Margarite Duras de un encuentro con Lacan que me resulta pertinente a las ideas de lo dicho hasta aquí. La autora narra en su ensayo Escribir lo que el psicoanalista francés le dijera sobre su novela El arrebato de Lol Stein (cabe aclarar que no interesa tanto la lectura clínica que él hiciera del texto, sino más bien el efecto que tienen esas palabras en ella). La frase de Lacan sobre la novela dice: «no debe saber que ha escrito lo que ha escrito. Porque se perdería. Y significaría la catástrofe». Un saber no sabido. Lacan se abstiene de cerrar y precipitar sentido. Suspende y abre espacio, no obtura. Margarite nunca comprendió lo que quiso decirle; pero ella manifiesta que esas palabras se convirtieron en un derecho a decir.

Hay una pista más para seguir pensando tanto en el derecho a decir, cómo la potencia de intentar y de errar. En el texto recientemente editado de Alan Pauls Fallar otra vez aparece la pregunta sobre ¿Qué hacer con los problemas que aparecen al escribir? ¿Eliminarlos? ¿Ignorarlos? Allí el autor sostiene que son las imperfecciones y las dificultades de la narración lo que abre la oportunidad a la experimentación. Pauls agrega “en lugar de corregir los errores se trata de ensayarlos una y otra vez hasta convertir esos intentos en un estilo propio” .

Ese es el hilo del que se tira hasta aquí y tiene que ver con el dibujo que arman en esta historia las dudas y las inquietudes que habitan a la protagonista, incluso por encima de las que podemos llamar las grandes decisiones. La película explora esa valentía, apuesta a lo inesperado y soporta sus consecuencias.

Haciendo un último desplazamiento para cerrar traigo este final de poema de Tamara Kamenzsains, allí se hermanan el juego y la poesía como lo hace Freud en el texto El creador literario y el fantaseo; pero además se agrega algo que ilumina tantísimo y es que siempre -aunque pretendamos no saberlo- existe otra línea posible.

No se trata de asociar entonces
hace falta poder armar el rompecabezas
no es tan simple jugar al poema-libro. Yo de chica pensaba
que era cuestión de ponerse en la línea concentrarse
no perder el hilo
pero ahora veo que siempre se me impone
aunque asocie aunque no asocie
aunque me esfuerce aunque no me esfuerce
otra línea

 

 

 

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