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27-09-2023 Notas

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Por Diana Rogovsky

Somos cuatro en el cine y ninguna baja de los 40 años. Ya tenemos, por consiguiente, duelos que llorar, canas que peinar y añoranzas de hechos que no sucederán. Y tiempo para meternos en la cámara oscura a esa hora porque por distintos motivos nos bajamos del tren de la productividad.

Se disfruta mucho de la proximidad de las pieles, del pelo, de las telas, de la puesta en escena en palacios descascarados, del uso extremo del fuera de foco y del re-enfoque. Son las máquinas de hoy: pueden (las cámaras, las computadoras). Invitan a jugar con la luz y los colores, actuaciones sobrias y refinadas pero también la que puede es la gente del cine que cada día sabe más y se aventura para darnos aquello que sin saber necesitábamos.

Esa combinación de oficio y experimentación es una gran cosa a la que se agradece.

Se la podría acusar de ser una película post Sofia Coppola y para mujeres. Y bien ¿qué más da? Acusen tranquilos, muchachos: déjennos como sea disfrutar de nuestros modos de sentir, pensar y paladear, en caso de que hubiera trazos comunes entre al menos esa mitad de la especie humana. Aunque quizás se trate de otra especie, como se dice, de otras y otras más.

Se inspira en Isabel, Sissy, Elisa, la emperatriz austrohúngara (la última) y su vida. Hay algunas licencias si pensamos que la ficción le debe su inspiración a la Historia misma, lo que en este film, ocurre. Nos permite entender también los procesos históricos que acontecieron viéndolos al día de hoy, con las luces del pos tiempo iluminando aquel tiempo.

Algunas cosas quisiera destacar que me resuenan especialmente de Corsage, la emperatriz rebelde.

Wikipedia dice que Isabel cayó en una severa depresión porque primero perdió a una hija de dos años, luego quería hablar de política, confrontar la imperiosa (imperial) necesidad de guerras porque visitaba asiduamente a los heridos, a quienes veía mutilados y con sus existencias arrasadas en el hospital y hasta un día se fuma un puchito con uno acostándose en su cama. Es mujer inteligente, sabe de acrobacias, gusta de cabalgar aun con ambas piernas cruzadas a un lado del caballo, toca el piano, lee y habla varios idiomas. Probablemente tuviera algo que decirle a su marido, el emperador. Él la respeta, incluso la quiere o admira -que no es lo mismo- pero, por supuesto, la convoca una y otra vez al deber, las responsabilidades y protocolos. Le observa no exento de un refinado sadismo o quizás de autoconciencia resignada el paso del tiempo en su cuerpo, (su edad) y su estricta anorexia. Le llama la atención reiteradamente por su comportamiento en sociedad. Es un hombre tomado por el deber.

El hijo la ama y es como ella, en varios aspectos. Pero lo envían a cumplir con sus deberes militares y se aleja de ella. (Wikipedia dice que lo matan y que a la verdadera Isabel, no la de la ficción, este golpe termina de apenarla para siempre).

El médico le recomienda el consumo de heroína (le dice que es inofensiva) para tratar sus dolencias e inconductas. Y le explica que a su edad ya roza el promedio de vida final (¡tiene 40 años!). La heroína le permitirá volver a comer, abandonar ciertos esfuerzos, notar como para su pequeña hija -tomada por el deber como su padre- es una extraña y planear su propia disolución y desidentidización (si me permiten el neologismo) diseminándose en sus íconos, amigas y símbolos. Traza todas las líneas del plan de su impostura y su propia desintegración. Funciona.

Visita a las internas del hospital mental. Se demora observando detenidamente a las enfermas hablando con el médico: padecen porque son histéricas, madres de hijos muertos, adúlteras. Se las trata con rigor, Isabel pide bañeras para que puedan darse baños calientes y eso les es concedido. Como se trata de Austria podemos imaginar a un pronto doctor Sigmund Freud hablando con ellas pocos años después. El corset, la vida que llevan impone padecimientos extremos a estas mujeres.

Federico José, el Emperador, no se ahorra como decíamos elegantes y crueles ironías, ya cansado de lidiar con esta mujer que antes le había quitado el sueño y que viaja, que va y viene a Hungría, coquetea con hombres y mujeres, practica esgrima y no encaja, juega o finge el personaje que le ha tocado como un guignol. A veces ríe con ella, la desea, la acepta, la padece pero son el deber y la carga de la responsabilidad las lógicas que organizan su universo.

Ella se encuentra con uno de los supuestos creadores del cine. Las imágenes en blanco y negro con un tratamienrto delicado y verosímil funcionan como escanción, pausa y comentario en Corsage. Motivan la reflexión y es una de las alegrías que Isabel tiene.

No sé médica ni psicoanalíticamente la diferencia entre depresión y melancolía. Wikipedia dice una cosa, a mí me pareció otra mientras veía la película.

La melancolía pareciera ser un detenerse en el tiempo, un no poder seguir con el cuerpo, con los afectos y recursos propios el derrotero de acontecimientos que pueden resultar traumáticos y decepcionantes y que se van sumando unos a otros en una secuencia entrópica imposible de desacelerar. La verdad, no se quien pueda con todo eso que a veces pasa, siempre, en toda circunstancia. Sissy, Isabel, Elisa alcanza en cierto momento la comprensión y con una inteligencia y desapego de sí que ejercita como puede, queda detenida. Luego da un giro, toma sus decisiones y actúa per saltum.

Quizás no había otra manera de atravesar los umbrales que tenía ante sus pies.

La película termina con una secuencia de danza hermosa. Entre lágrimas pensé varias veces en que la actriz era una excelente bailarina.

 

 

 

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