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Por Diego Fernández Pais
Se podría decir que la literatura de Francis Scott Fitzgerald, el gran teórico del fracaso, es una suerte de fiesta del fracaso: en El último magnate es un magnate del cine el que fracasa, en El gran Gatsby es Gatsby el que fracasa en su empresa de conquistar a su amor de juventud, en Hermosos y malditos se narra el fracaso de una pareja y en El Crack-Up el que fracasa es el propio Fitzgerald. No he leído Suave es la noche ni Al este del paraíso, pero estoy seguro de que en ellos también habla de otros fracasos.
Hoy sin duda nos hemos reunido para celebrar un fracaso en mi vida, otro más. El fracaso que me llevó a escribir este libro es haberme vuelto loco a raíz del consumo de cocaína. Y si bien ese fracaso se puede respirar en la primera parte de Fama, tiendo a creer que mi ficción, a diferencia de la de Fitzgerald, implica un ajuste de cuentas con la realidad y, en consecuencia, es una suerte de gran revancha.
Digo esto porque si bien mi historia comparte con la del protagonista el hecho de haber sido internado forzosamente en un hospital psiquiátrico, la suerte de ambos al salir del mismo no ha sido la misma. Mientras que yo me di contra la pared de la realidad, el protagonista pudo confirmar todas sus intuiciones. Hablemos claro: a mí me diagnosticaron algo llamado erotomanía, o síndrome de Clerambault, ya tratado por Ian McEwan en su novela Amor perdurable. En esta novela hay una historia (entre comillas) de amor homosexual entre un lector y un autor de mucho éxito de libros de divulgación científica. O sea, la erotomanía es una suerte de paranoia amorosa en la cual un sujeto de menores recursos delira que alguien inalcanzable está enamorado de él. No es que se enamora, es que cree que el otro está enamorado de él. Yo tuve eso, y el objeto de mi erotomanía fue la cantante Taylor Swift, que se ha terminado convirtiendo en personaje del libro.
Pero esto no es exactamente lo que le sucede al protagonista del libro. Yo, a su vez, o más bien para justificar esa erotomanía, deliré una fama cultural que tampoco tengo. Pero en el caso del protagonista de Fama, que no tiene nombre, esta fama parece que no era tan delirante. En conclusión, a diferencia de mí, el protagonista es un escritor treintañero que viene tramando una obra literaria originalísima que, si bien ha sido reconocida por sus pares, por los mejores críticos y escritores del mundo, todavía no ha roto el cerco de la popularidad y masividad. Lo suyo es una fama o celebridad confidencial, para uso y disfrute de los que él llama los happy few, que en muchos casos son auténtica estrellas literarias y musicales.
Al disculparse por haber declinado la invitación para participar en un temprano homenaje al joven Borges, Emile Cioran explica que la desgracia de ser reconocido se ha cernido sobre él, Borges, y que citarlo no haría más que precipitar su caída. Merece algo mejor, sostiene Cioran : “[Borges] mérite de demeurer dans l’ombre, dans l’imperceptible, de rester aussi insaisissable et aussi impopulaire que la nuance. Là, il était chez lui.” Inasible e impopular, el lugar que Cioran crea, y desea, para Borges parece ser expresivo de ese miedo que abruma al esnob: ser como todo el mundo.
En Las partículas elementales, dice Michel Houellebecq: «Claro, se podía escribir una novela proustiana jet set donde se enfrentaran la fama y la riqueza, que pusiera en escena los contrastes entre la celebridad de masas y una celebridad más confidencial, para uso y disfrute de los happy few; pero no tendría el menor interés».
Pues entonces mi novelita no tendrá el menor interés, porque la consecuencia de esta locura ha desembocado en el tratamiento de los contrastes entre una celebridad literaria y más de nicho, rodeada de mucho prestigio, y una celebridad masiva, de una estrella multimillonaria del pop internacional, pero quizás condenada por la propia lógica de la novedad. Habría que llegar a ser una estrella del pop internacional para caer en el temor de que nuestra figura se diluya de un día para el otro como le sucedió, por caso, a Britney Spears.
Otra cita, esta vez de Piglia, otro de los personajes de Fama: «Fitzgerald fue capaz de realizar mejor que nadie la fantasía de ser un escritor. Uno no sería jamás tan famoso como un actor de cine, pero la notoriedad que se lograría sería probablemente más duradera; no tendría tampoco el poder de un hombre de acción pero sería por cierto más independiente. Claro que en la práctica de este oficio estamos siempre insatisfechos, pero yo, por ejemplo, no hubiera elegido otro destino por ningún motivo».
Como vemos, claramente relacionado con lo que planteaba Houellebecq, Piglia habla de la fama literaria como una notoriedad menos evidente pero al mismo tiempo más duradera. Seguramente la mitad de la sala no sabe quién es Piglia. Y eso no quita que Piglia vaya a quedar en los anales de la historia literaria como el autor de la gran novela de la dictadura. Y ni hablar de Luis Thonis, otro que aparece mencionado en el libro y que quizás sea el mayor ensayista argentino del siglo XXI, alguien que deliberadamente no quiso que nadie lo conociera, quizás porque la fama, en literatura, es inversamente proporcional al prestigio. Matías Boni, que es alguien que sabe de eso, se me cagaba de risa: ¡Culiado, cómo le vas a poner Fama, qué diría Luis Thonis!
En conclusión, este libro, que tiene mucho de Hombre mirando al sudeste, sobre todo porque en gran parte transcurre en un hospital psiquiátrico, deberá ser leído en clave El país de los ciegos de H. G. Wells. ¿Recuerdan el argumento de ese libro? Un vidente naufraga y cae en una isla habitada por ciegos, él es el único que puede ver. La literatura, pese a que no ha perdido su peso como la rama madre de las artes, se ha vuelto una actividad tan de nicho que hoy nadie conoce a los escritores. Lejos han quedado los tiempos de los Borges, Cortázar o Sábato apareciendo en la tapa de la revista Gente. Hoy tenemos a un eterno candidato al Premio Nobel como César Aira y nadie lo conoce. Y por lo tanto tampoco nadie conoce al protagonista del libro, salvo él y aquellos realmente interesados en el tema, como, parece ser, Taylor Swift: una letrista confesamente devota de la literatura.
Por otro lado, me gustaría contarles que yo, antes de escribir este librito, estaba escribiendo una novela puntualmente sobre el tema de la cocaína. Su título es Una vez más y algunas entregas salieron publicadas en la revista Polvo. En la novela se hablaba mucho de consumo, y los personajes se daban en casi todos los capítulos. No sé si algún día terminaré esa novela, si algún día tomará un giro inesperado. Pero después de haber escrito este diario yo me di cuenta de que quería hablar sobre la cocaína pero casi sin mencionarla, y sin que en todo el libro se consumiera ni una sola vez. En Fama la cocaína es un elemento omnipresente, y sin embargo, entre las seis mil palabras que tiene, se la menciona una o dos veces. Pensé en El viejo y el mar de Hemingway, ese librito que no cuenta otra cosa más que un señor que se pasa la vida en el mar, pescando, y en busca de un pez con el que no puede dar. Es la teoría del iceberg de Hemingway, lo más importante no se narra: el secreto a voces, dado por el contexto de publicación, es que estamos ante un tipo con un severo trauma de posguerra.
Si bien en Córdoba no hay tanta literatura sobre cocaína, aunque sí la hay, en Buenos Aires conozco algunas novelas como Merca de Loyds, Que todo se detenga de Gonzalo Unamuno y Un publicista en apuros de Natalia Moret. Ahí, en todos esos libros, se habla en todo momento de drogas y los personajes no hacen otra cosa más que consumir. Yo quise hacer algo distinto. Porque estoy seguro de que en ninguno de esos libros antes había podido leer sobre las consecuencia psiquiátricas del consumo de cocaína. Sólo una vez escuché algo, pero en una reunión de N.A.: un chico decía que hubiera preferido perder un brazo antes que tener que escuchar esas voces que se le habían despertado en la cabeza. Y no hablo de pedagogía, sino de testimonio. La voluntad de dar cuenta de una realidad hasta el momento inexistente en la literatura.
* Texto leído por Diego Fernández Pais el día 23/08/2023
durante la presentación de su tercer libro, titulado «Fama»,
en el Centro Cultural Casa de Pepino de la ciudad de Córdoba.
Etiquetas: Cocaína, Diego Fernández Pais, Fama, Francis Scott Fitzgerald, Literatura, Michel Houellebecq, Ricardo Piglia