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14-09-2023 Notas

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Por Pablo Milani

La acción de El golpe está ambientada en 1936, en el Estado de Illinois, más precisamente en Joliet, época en la que la Gran Depresión hacía estragos en las calles. Tiempos donde existían dos bandos, o eras mafioso o eras ladrón. Es una película que se estrenó en diciembre de 1973 con un exquisito elenco, delante y detrás de cámara. En ese vaso comunicante, entre interpretar y fascinar, junto al carisma de Paul Newman y Robert Redford hacen de esta película una auténtica obra maestra. El guion de David S. Ward, un director de cine y guionista estadounidense que luego del éxito de esta película prácticamente desapareció, aparte de combinar esos géneros con mucha maestría, el film desafía todo el tiempo al espectador haciéndolo dudar hasta el último minuto sin dejar de prestar atención y con la máxima coherencia para los propósitos de la película. Aunque la historia es un engranaje perfecto de intriga, humor y suspenso, el autor se guardó lo mejor para el final.

También habría que emparentar la película con aquellos escritores neoyorquinos como Ring Lardner, Ben Hecht o Damon Runyon que son un poco costumbristas de esas grandes ciudades que desde fines del siglo XIX hasta gran parte del siglo XX han desarrollado los estafadores, los cuentistas y también los gánsteres. Es una magnífica producción cuando la industria era capaz de hacer producciones inteligentes y aunque la década del `70 no fue una época buena en términos generales del cine, aun así tiene unos comienzos esplendorosos que de alguna manera retoman el sentido clásico de las producciones de Hollywood con un estilo ciertamente moderno. Sin dudas esta producción ambientada en los críticos años ´30 tiene algo fundamental que es su sello, la recuperación de la inconfundible canción del músico Scott Joplin y ahora con arreglos del prolífico Marvin Hamlisch especialmente para esta película, un músico que ya había trabajado junto a directores de la talla de Woody Allen. 

El director junto a los dos protagonistas intentan repetir el éxito anterior, Butch Cassidy and the Sundance Kid, cuatro años después. Muchas son las películas que han utilizado este narrador, desde El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920) hasta el El corazón del ángel (Alan Parker, 1987), pero ninguna lo hace con tanta maestría como El golpe ya que en esta película fondo y forma son lo mismo. El engaño y los grandes engañados son los espectadores. El director George Roy Hill apuesta por la elegancia y la solidez de las formas clásicas. En primer lugar, por una actuación sobresaliente, no solo por los ya mencionados Newman y Redford, sino también del británico Robert Shaw y todos y cada uno de los secundarios. La dirección de arte a cargo de Henry Bumstead y James Payne cuidada hasta en el más mínimo detalle es histórica y con una gran dosis de teatralidad que subraya el mensaje de la película, sin olvidar el brillante trabajo de Edith Head en el diseño de vestuario. Y en tercer lugar el uso narrativo de una música popular norteamericana que ha quedado en la historia del cine. Pero si algo sobresale de la película es su guion perfecto como un mecanismo de relojería que recurre al inteligente artificio de mostrarnos los entresijos del engaño, los preparativos del golpe para hacernos creer que nosotros también somos cómplices de los estafadores.

George Roy Hill era un norteamericano de Minneapolis que fue periodista, marino, actor y se especializó en la televisión de los años ´50 y ´60 y además estudió música en la Universidad de Yale. Un director meticuloso y aplicado siempre que se encuentre con un gran guion, una buena distribución de actores y un buen diseño de producción. En estas condiciones no falla. El carnaval de las águilas (1975) y El castañazo (1977) también son un claro ejemplo de su talento. Pero por sobre todo es un conocedor del oficio, un experto y artesano que da un punto más de tuerca y no desaprovecha ni uno solo de los vehículos que tiene para transformar esta película en un clásico del cine como obra conceptual y artística. 

A poco que uno haya reflexionado sobre las maneras y los puntos de vista acerca de lo que se cuenta en una historia, el personaje más importante es el narrador y del abigarrado abanico de narradores que nos ofrecen tanto el cine como la literatura. En este caso uno de los más interesantes es la del narrador sospechoso o no fiable, ese capaz de envolvernos en una red de ilusiones, engaños y medias verdades obligándonos a nosotros, espectadores o lectores, a reconstruir la verdad de la historia que se nos ha contado en nuestra mente. 

También vale decir que es una película estilizada desde los títulos y los créditos y tiene un estilo de las ilustraciones de los años ´20 y ´30 en los que trabajaba por ejemplo un artista como Norman Rockwell. En este caso aparecen los fogonazos de una película personal. Hay una metafísica de lo que significa el ego norteamericano; el individualista, el desarraigado que siempre está con su valija dispuesto a cambiar de ciudad, el que está bordeando siempre la ley. Esa fraternidad de estafadores que presenta la película, la lucha contra los poderosos y la esencia del individualismo en medio de la Gran Depresión es lo que hace de esta película una pieza única. 

En la primera escena, esos zapatos de dos colores que sigue la cámara definen muy bien una época y una forma de vivir norteamericana en el período de entreguerras. Ese mundillo de bares de mala muerte, de suburbios vacíos sin cielo celeste, de partes traseras de burdeles entre soledad y frustración. Una época de por sí desigual, de unos pocos ricos y de mayorías pobres y sin futuro. En el medio sobrevivía ese mundo que deseaba hacer dinero rápido con apuestas espurias y de cualquier modo. Esto crea un espíritu picaresco y expresamente romántico gracias a la perfecta armonía entre sus protagonistas alimentado por miradas y sonrisas suspicaces. Ellos son perdedores aunque ganen en determinadas circunstancias. Estas características permiten esa sensación de euforia, de participación creativa que produce el goce de vivir que tienen todas las comedias, porque el significante del El golpe no es más que pura diversión.

Otra virtud es la dirección de actores, un reparto compacto, homogéneo y a la vez versátil en una película que tiene dos máximas estrellas, sin embargo en ningún momento la historia está en función de ellos dos, sino que Newman y Redford se desenvuelven en función de la historia. También se puede decir que El golpe es un homenaje al teatro en el que cada escena está representada en busca de un estreno. La película intenta retomar el estilo del cine mudo tanto en la planificación como en el modo de no utilizar palabras. Y algo anecdótico, la renguera de Robert Shaw no es actuada, en realidad el actor se había lesionado la pierna haciendo deporte unos días antes del rodaje y fue él mismo el que convenció al director para incluir su dificultad de caminar al personaje del timador Doyle Lonnegan, esto le dio más credibilidad y no pudo haber sido mejor. 

La película está dividida en siete capítulos a la manera del cine, y esto incluye a su banda sonora. Aquí no falta ni sobra ningún antecedente para que la historia avance y esto hace que los espectadores no se puedan desprender de la pantalla. Además, la película tiene el hallazgo de llevar al espectador hasta la sorpresa del final sin saber qué es lo que va a ocurrir. Los personajes principales deambulan en su soledad y sin hogar y la soberbia es el motor de muchas de las acciones y no la venganza, y eso potencia aún más la originalidad del film. La profundidad psicológica en algunas escenas de los protagonistas llevan a este film a un nivel superior en el que Newman es el profesional y estratega y Redford vendría a hacer el aprendiz, algo atolondrado e inexperto, infantil e ingenuo. Un compendio de todas virtudes de la película y uno de los trabajos más autorales que se hayan podido crear.

La recreación de época es de una suma pulcritud y de una importancia capital. Los personajes están hechos para entrar y salir en cada escena con mucha soltura y naturalidad. La textura de los colores del director de fotografía Robert Surtess le da un tono sombrío, rebajado y hasta melancólico en una época oscura y en desintegración.

El golpe está pensada en la reconstrucción de un engaño. Está representada como la puesta en escena de una puesta en escena. Es decir, da una apariencia de verdad de algo que es mentira. Sobre el final no hay un solo elemento que haga sospechar que está preparado y ahí es donde está la eficacia y efecto de la película. Todo está perfectamente planificado para que la escena del final sea una sorpresa y ni el más listo sospeche lo contrario, que más que un engaño, en realidad, es un truco para el espectador. 

 

 

 

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