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12-10-2023 Notas

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Por Pablo Milani

Un ejercicio de la historia

Desde el principio supimos que esa herida otoñal amarilla en una tapa deforme verde invitaba a algo superior. A veces para hablar de un artista basta mencionar una obra y después ir a buscarla, escucharla, sentirla, pero no solo su sonido o esa imagen que tenemos frente a los ojos, sino indagar su comprensión. Interpretar el momento exacto de su creación. Artaud es mucho más que un álbum, es un mensaje que supera cualquier generación y el paso del tiempo como métrica cuantitativa. Un disco inadecuado, atemporal en todos los ejercicios de la historia. Un grito de conciencia hacia el porvenir. Lejos de todo estrellato, Luis Alberto Spinetta supo encontrar esa luz que todo el mundo tiene pero que muy pocos logran alcanzar, y transformarlo en un idioma universal. Hay una efervescencia de juventud en su contenido, una potencia estética que rompe los moldes de cualquier clasificación hasta hoy, 50 años después de su creación.

La voz de Spinetta sale del parlante libre, despojada de toda contaminación instrumental, como un largo Yesterday pero hacia el futuro. En un país melancólico desde sus inicios, en la tierra del tango que no solo habla del ayer sino que lo añora, aquí Spinetta trata de tender los lazos hacia un mañana tan escurridizo como revelador. En Cantata de puentes amarillos dice: Aunque me fuercen/ nunca voy a decir/ que todo tiempo por pasado fue mejor/ mañana es mejor. Lejos de toda colisión, aquí se advierte un presente como punto de partida con la particularidad de poder empezar cuando nos sea necesario hacerlo. Ese llegar a ser, por sobre todas las cosas. Pero toda palabra en esta obra parece ser insuficiente, como si con su voz no alcanzaría para decirnos lo que él quiere transmitir. Pero sí, hay algo que queda en al aire y en el alma después de escucharlo. Como si fuese un manual de instrucciones para las vicisitudes de la vida, es un disco al que se puede recurrir en cualquier etapa de nuestra existencia y siempre nos va a tocar de manera distinta.

A su vez, ese discurso de bienvenida, inaugural, nos da un destinatario específico entre lo social y lo individual. El amor aquí se circunscribe en la canción que abre el disco pero a la vez atraviesa todo el álbum. Todas las hojas son del viento, simplemente una canción de amor a su antigua enamorada, Cristina Bustamante, la musa inspiradora de Muchacha ojos de papel en los tiempos de Almendra cuando se enteró que iba a tener un hijo. Cuida bien al niño/ ciuda bien su mente/ dale el sol de enero/ dale un vientre blanco/ dale tibia leche de su cuerpo. Una dicotomía como intercambio comunicativo de lo posible. En el ámbito más restringido de la lingüística Artaud viene a ser como la alternancia, entre pilares y columnas, de un presente y un futuro como único diálogo válido. Desde el punto de vista de su construcción Spinetta hace de su naturaleza material y física una expresión musical como reflejo de la sociedad, pero no como pancarta, sino que plantea el acceso a una matriz intencional que es la única que garantiza su comprensión. Esta reflexión le da a Artaud la oportunidad de ser lanzado a un futuro ávido de ser descubierto. Es decir, aquí se evidencia el presente como vehículo de acción con derecho a imaginar y a la vez como mensaje entre voz y melodía. En esta dinámica Spinetta deja de ser un artista estático para convertirse en su propia palabra emocional en forma de canción. En esta obra parece haber un paréntesis entre tanto vértigo, como si el tiempo y el espacio, de común acuerdo, se hubiesen detenido para darle vida a este disco imposible de descifrar, aún 50 años después. Este es el camino inteligible de un monólogo interno que lucha por trascender y propagarse por las ciudades del alma. Artaud no tiene un destinatario ideal. Aquí el efecto no siempre adquiere una forma observable hacia el otro. Lo que sí cobra fuerza es la conjunción entre receptor/emisor como sistema lingüístico, como síntesis de un lenguaje interior predominante. Aquí el significado de Artaud se desplaza hacia lo que podría ser el campo social y se expande hacia lo intangible y aquello que tenía una forma definida deja de tenerla. En consecuencia, sus múltiples estados de ánimo condensan un único camino de expresión que cautiva al que escucha esa guitarra despreocupada en medio de un mundo que se disgrega lentamente.

El músico de Bajo Belgrano venía recorriendo hacía tiempo un camino con lecturas de Rimbaud, Baudelaire, Lautréamont y el mismo Artaud, entre otros. Y esa confluencia dio como resultado este disco. Pero como el mismo Spinetta dice en Crónicas e iluminaciones del periodista Eduardo Berti: “La idea del álbum era exponer la posibilidad de un antídoto contra lo que opinó Artaud”. Si para Artaud (el poeta) su obra a veces fue violenta y cruel, para Artaud (el disco) se presenta desde un vanguardismo musical y literario en una época de la historia argentina suicida y con enfrentamientos armados donde tuvo su más trágico hecho en Ezeiza el 20 de junio de 1973 con la vuelta de Juan Domingo Perón al país.

Esta obra transformativa, este trabajo conceptual desde su forma irregular, despierta interés por su originalidad tanto desde el arte de tapa como en su expresión artística. Este prisma deformado, en alusión a la tapa de The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, editado unos meses antes de ese mismo año, reafirma el talento ilimitado de Luis Alberto Spinetta, un ser con cuerpo y herida al mismo tiempo. Un músico resistido a ser encasillado bajo los cánones de una época tan confrontativa como peculiar. Él mismo iba camino a convertirse en dueño de su propio destino, creándolo, libre de cualquier prisión, contrariamente a todas las formas de la experiencia que disimulan la realidad. Si se puede hablar de inmortalidad, Artaud, el poeta/el disco podría tener algo que ver.

“¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte, el verde, para la resurrección y el amarillo para la descomposición y la decadencia?”, dice Antonin Artaud en su carta al escritor francés Jean Paulhan, en 1937 y esto mismo se puede leer en el interior del Long Play publicado en octubre de 1973. La creatividad desde su lírica, desde su música, da a entender que su voz es un instrumento más. Que uno no se aburre nunca de escucharlo porque transforma tanto el universo interno de cada individuo como el exterior, pero a la vez es un afuera intimista sin cuestionar nada. En A Starosta, el idiota dice: No creas que ya no hay más tinieblas/ tan solo debes comprenderla/ es como la luz en primavera. No creas en un mundo ideal, siempre depende de vos.

En Las habladurías del mundo dice: No estoy atado a ningún sueño ya/ las habladurías del mundo no pueden atraparnos. Aquí demuestra el significado de la libertad en su máxima expresión. Si Artaud inventó un mundo con su poesía, el flaco Spinetta inventó una nueva forma de entender ese mundo con este disco. Había una textura de emergencia en lo social en ese momento que el cantante y compositor supo captar y traducir en letra, música y sentimiento. “Leer a Artaud y tratar de degustarlo no se trata de una experiencia inicialmente filosófica, sino que parte de una experiencia sensorial”, dice el ex Almendra en el libro de Juan Carlos Diez, Martropía. Conversaciones con Spinetta. Y agrega: “Parece que todo el tiempo deseara extraer el mal de su poesía en evidencia porque no quiere ser débil. No quiere la debilidad y el tormento, entonces acusa, sentencia”. Pensar en la ambivalencia entre la obra del poeta francés y el vinilo de Luis Alberto Spinetta puede ser una forma más para que el hombre se pueda encontrar a sí mismo sin sospechar de ninguna predilección. Esta ambivalencia no es reconciliación, sino paradoja. Artaud denuncia la brutalidad de una sociedad enferma, en el que el hombre es un lobo para el hombre, citando a Hobbes. Esto tiene como consecuencia el modernismo, que es la organización del fraude y causa efecto en el lenguaje de Artaud que lo utiliza como instrumento de combate. Spinetta, en cambio, tiende puentes de comunicación y serenidad hacia su público dejando una estela con una clara intensión, humanizarse y desenredarse frente a una sociedad opresiva. El parece mirar de costado toda esa violencia que se le viene encima sin querer y fabrica una voz, esa es su hazaña. Aunque en la canción La sed verdadera dice: Y hoy nos vemos aquí/ pero la paz/ en mí nunca la encontrarás/ si no es en vos. En toda la obra del músico hay algo preponderante, él puede mostrarte el camino, pero cada uno lo tiene que recorrer por sí solo.

Antonin Artaud en El Ombligo de los Limbos dice: “Quisiera hacer un libro que moleste a los hombres, que sea como una puerta abierta y que los lleve a donde ellos jamás consentirán llegar, simplemente una puerta reflejada con la realidad”. Quizás esa última frase haya sido también la intención de Spinetta. En el ya mencionado libro Crónicas e iluminaciones dice: “Quiero aclarar que yo le dediqué ese disco a Artaud, pero que en ningún momento tomé sus obras como punto de partida. El disco fue una respuesta -insignificante a la vez- al sufrimiento que te acarrea leer sus obras”. Esta es quizás la verdadera intención del cantante de Cantata de puentes amarillos, romper la realidad para dejar hablar a la materia. En él no hay pensamientos que luchan entre sí, sino una imperfecta armonía entre canción, suspiro y su voz que declama pertenencia desde una dulce herida. En Artaud, por el contrario, su adversidad es el desgarramiento, la erosión del pensamiento como algo destructivo y perverso, esa existencia psíquica que vive como un hundimiento constante. Esa estructura del sentimiento va a deparar a una muerte segura como experiencia. Así, el escritor atormentado por los deshechos de la posguerra, crea su propio fin.

La vida y la muerte de Artaud son inseparables de su obra. Hoy, el disco justamente representa esa definición en el que las imágenes y registros se entremezclan en una solitaria e inesperada cadencia armónica. En el primer verso de la canción Bajan Luis Alberto Spinetta dice: Tengo tiempo para saber/ si lo que sueño concluye en algo. Ese año el cantautor cumplió 23 años y vale decir que a 50 años de su creación, la misión está cumplida.

 

 

 

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