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19-10-2023 Notas

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Por Luciano Lutereau

1.

Mi hijo Juan cumplió meses y ya sabe, con una mano, meterse el pulgar en la boca y, con la otra, agarrarse el pito.

Todavía se ríe, no sabe que próximamente tendrá que enfrentar el primer conflicto sexual de su vida, si es que quiere ser un niño y ya no un bebé.

Y lo más tremendo es que cualquiera sea su elección, va a ser trágica, porque no se va a salvar del destete ni de la castración -y no porque su mamá y yo seamos especialmente malignos.

Su conflicto anticipa el desenlace fatal: para gozar con un objeto, tendrá que resignar el otro.

Solo se accede al goce con una pérdida de goce.

Ahí estaremos su mamá y yo para que, según cómo decida, nos eche la culpa.

Se anticipan tiempos de dos de las fantasías fundamentales: la mamá mala o el padre terrible.

No se pueden los dos y la vida entera se proyecta en este momento inicial.

2.

Voy a decir algo más sobre la masturbación masculina (sobre su carácter fálico) y la diferencia sexual.

En no pocos casos de mujeres los celos se expresan a partir del temor de que ellos «prefieran a otra».

Ellas lo dicen a sabiendas de que no hay indicios que demuestren otra relación.

Sin embargo, el pensamiento se les impone. Tiene, entonces, una raíz inconsciente, que a veces hace que en este tipo de casos ellas tengan tendencia a espiar a sus parejas, a revisar sus cosas, cada tanto miran el historial de las páginas de la computadora.

Esa «otra» a la que prefieren, es una de la que ellos nunca se separaron. No por nada el saber popular a veces le puse nombre femenino: «Manuela», «Soledad Palma».

¿Se trata de mujeres histéricas? Para nada. Esa «otra» nada tiene que ver con la «Otra» de la histeria femenina, pero sí permite situar una incidencia en la diferencia entre los sexos, aunque tanto varones como mujeres se masturben.Luciano Lutereau

No hay varones celosos de la masturbación femenina.

3.

Me quedé pensando en algo a partir de lo que escribí sobre la masturbación, acerca de su carácter fálico.

Recordé algo que me contó una amiga, muy celosa de su pareja, porque él suele ponerle «like» a otras mujeres en redes.

Ella sabe que eso es de pajero, tanto como sabe que si él anduviera en alguna en serio, no se lo haría ver por esa vía.

La raíz de sus celos, entonces, es la envidia: él hace algo que ella no; para ella estar en pareja es limitar esas actitudes, no por una cuestión moral, sino por un modo de relación con el deseo.

A él le alcanza con que se le pare con las fotos de otra mujer; como le ocurre a muchos varones, ponerse de novio es estar con una… para fantasear (masturbatoriamente) con todas las demás.

Pero a ella no le pasa eso, ella sabe que si coquetea con un tipo, no le alcanza con eso. No tiene qué se le pare; tampoco es histérica como para disfrutar de generar algo y después irse; a ella le pasa que, si pone el cuerpo, la cosa se le hace en serio.

No va a jugar como un varón seductor que le alcanza con confirmar su erección para salir corriendo. Si ella abre esa puerta, le pasa algo sin retorno, incluso podría dejar de querer a su pareja.

Ojalá contara con ese recurso fálico de la masturbación, lo cual no quiere decir que no tenga una práctica sexual de auto-satisfacción.

Ella sabe que a veces los varones se masturban de aburridos nomás; ella tiene otra relación con las ganas, a veces lo hace solo para no olvidarse de esas ganas que son un deseo más fuerte que el falo.

Curiosamente, a veces suele creerse que la falta fálica es un déficit en las mujeres. Es todo lo contrario. El error del igualitarismo es correr a decir que las mujeres también gozan del falo.

El tropiezo de cierto igualitarismo es creer que la libertad es que seamos todos esclavos del falo.

 

* Portada: «Fatigada» (1894) de Francesc Masriera

 

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