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30-10-2023 Notas

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Por Darío Charaf

—¿Podrías pagar el boleto de tren sin subsidio?
—No, imposible.
—¿A quién vas a votar?
—A Milei.
—¿Sabés que Milei quiere sacar los subsidios?
—No me importa.

—Creo que el Estado debería financiar la investigación científica.
—Digamos o sea estás a favor de robarle la comida a los niños del Chaco.

 

En algunas de sus versiones el liberalismo históricamente supo afirmar una estrecha relación entre su propuesta política-ideológica y la razón: los individuos en la medida en que son supuestos racionales deben ser dejados libres para decidir ya que, en libertad, elegirán guiados por la razón; el mercado, racional, sin regulación se autoequilibra y autoregula a sí mismo y por sí mismo. La idea de libertad era inseparable de la idea de la racionalidad de los individuos: buscar la libertad es racional, ser racional lleva a la libertad.

Esa alianza entre razón y libertad ha sido quebrada por los liberales contemporáneos. El uso que los libertarios hacen de la razón es equivalente al que los antivacunas, los negadores del cambio climático, los terraplanistas, etcétera, hacen de la ciencia: un “como si” de racionalidad, un “como si” de ciencia anima las propuestas de los liberales contemporáneos. 

Denuncian falacias tiñendo su discurso de un aparente logicismo para incurrir inmediatamente en las mismas falacias que acaban de denunciar; a tono con una época en la que el cientificismo prevalece sobre la ciencia, en la que la estadística prevalece sobre la verdad, apelan a teorías supuestamente científicas y a un discurso sobre la evidencia para sostener argumentos francamente irracionales y falsos (en el campo psi, el auge de teorías abiertamente anticientíficas -terapias de vidas pasadas, biodescodificación, psicología espiritual- a la par de la hegemonía de las terapias basadas en evidencia -en estadísticas- es un buen ejemplo de la coexistencia de un cientificismo vaciado de verdad con modos de pensamiento que ya ni siquiera se esfuerzan por conservar alguna relación con la razón).

En un polo opuesto, algunas corrientes de izquierda y de pensamiento crítico han cuestionado históricamente a la razón y señalado su “lado oscuro”: las críticas a la crítica de la razón pura, la denuncia de los destinos hacia los que se dirige la dialéctica de la ilustración, las aberraciones que los seres humanos hemos cometido en nombre de la verdad y de la razón. Ese pensamiento crítico de la razón se muestra en la actualidad insuficiente para hacer frente al desencadenamiento de la violencia, la irracionalidad y la brutalidad que parece ser el signo distintivo de nuestro tiempo (las redes sociales, cuyos algoritmos están diseñados para que pasemos el mayor tiempo posible en ellas, parecen ser una parte constitutiva e indispensable de este fenómeno: advertidas de que pasamos más tiempo viendo una publicación que nos horroriza que una que nos gusta, que nos atrae y consumimos más lo que nos indigna y lo que nos repugna, parecen promover -deliberadamente o no- nuestro enloquecimiento).   

El psicoanálisis sabe que el individuo no existe, que el sujeto siempre está dividido, que el yo no es amo en su casa, que la locura es constitutiva de lo humano, que la conciencia y sus principios están lejos de gobernar el aparato psíquico. Los seres humanos somos irracionales, no es la razón la que guía buena parte de nuestros actos; tendemos mucho más a racionalizar acciones guiadas por la pulsión que a guiar nuestras acciones por la razón, lo cual por otro lado lejos está de ser siempre deseable. Frente a las pasiones de nada valen unos sublimes discursos, tal el saber que se desprende del descubrimiento de Freud.

Pero esta impotencia constitutiva de la razón no es excusa para entregarse al imperio del odio, de la violencia y de la irracionalidad que algunos discursos intentan exacerbar en nosotros y que una parte de la población (un tercio, en nuestro país) decide abrazar o al menos tolerar. Estar advertidos de los límites y las fallas de la razón no debería ser un pretexto para renunciar a ella. Junto a la fragmentación de lo social, la destrucción de la verdad: tal la “lógica” cultural que parece imponernos el capitalismo contemporáneo. 

Reconstruir lo social es inseparable, entonces, de resignificar y redescubrir el lugar que la razón tuvo y puede tener como un medio siempre defectuoso pero a la vez indispensable para guiar y orientar nuestros intercambios. Si algo cabe conservar del antiguo liberalismo es que no hay libertad posible sin racionalidad, sin ley: no la ley del más fuerte, no la ley del mercado (de la selva), no mi ley, sino la ley que resulta de una construcción colectiva, del trabajo en común. Quizás sean tiempos para volver a tener fe en la potencia de la razón, es decir, de lo común, frente a la barbarie a la que nos lleva el individuo fragmentado.

 

* Foto: Natacha Pisarenko

 

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