Blog

Por Leandro Diego
Según Bukowski no son las grandes tragedias las que pueden llevar a una persona a perder la razón sino más bien una eventual e inesperada sucesión de percances domésticos: que se te quemen las tostadas, te deje de andar el calefón, te quedes sin saldo en la sube y no tengas efectivo, que se te rompan las zapatillas y se largue a llover, etcétera, todo junto.
Después del 19N de a ratos imagino la posibilidad de una secuencia similar pero aplicada a la indigencia: que una sucesión de etapas indistinguibles entre la desidia, el miedo y la dejadez, en coincidencia con ciertos eventos históricos, me lleve a perderlo todo.
§
El diccionario de japonés antiguo define al MA (間) como «un espacio entre cosas que existen una cerca de la otra: el intersticio entre ellas (…) En un contexto temporal es el tiempo o la pausa que ocurre entre un fenómeno y otro». Literalmente significa entre y también puede aplicarse al espacio. Una suerte de vacío entre entidades, que tiene la ontología de la pausa y se vincula con el ocio, la quietud, la amabilidad y el descanso.
Hay MA en el lenguaje, en la música, en la arquitectura. Pero también hay MA en la naturaleza, entre las personas y todo lo que ellas hacen, incluida la Historia.
§
En Firma de electrodos en los caños del gasoducto, incluido en Poesía civil pero que yo leí en una antología (La tendencia materialista, cuya lectura le debo a mi amigo Juan y recomiendo mucho), me da la impresión de que para el autor, Sergio Raimondi, el corte de verso nunca es más (ni menos) que eso: un corte. No tiene más sentidos, utilidades o razones que cotar. Y como algo que siempre había estado ahí pero yo no había sido capaz de ver, de pronto entendí que lo que me fue arrastrando a mí hacia la poesía había sido exactamente eso: la necesidad de un corte no contenido en el repertorio que ofrecen los signos de puntuación. El interés por un tipo de mediación entre las palabras que exhiba con claridad las relaciones que ya existen entre ellas pero que el uso cotidiano del lenguaje va ocultando detrás un manto triste de utilidad.
§
Supongamos que a Martín lo dejan de invitar a las juntadas los mismos que antes lo invitaban. No queda claro por qué. Supongamos que a la vez renuncia o lo echan del trabajo. Como tiene casa propia y no tiene una necesidad urgente, se deja estar un poco. Pasa dos o tres días con la misma ropa, deja de bañarse a diario, sale cada vez menos. Martín, que tenía pareja, eventualmente la pierde. Sus conocidos y vecinos lo empiezan a saludar de lejos. Las cuotas de los servicios y expensas vencidas se empiezan a acumular. La notica llega a unos familiares lejanos que tienen derecho a un tercio de la propiedad. Quieren vender o que Martín les pague su parte. Martín no tiene el dinero que le piden, así que la casa se vende. Martín se va con algo de dinero y vive un par de años en una pensión. Come mal, poco y a deshoras. Aunque paga en término la gente se queja. Tiene olor. Lo echan de una, dos, tres pensiones. Martín queda en la calle. Duerme en la calle. Por el momento la piedad de los dueños de bares y boliches de la zona le permite acceder a un baño. Pero la piedad dura poco. Martín tiene que cagar en la calle. Después, eventualmente, consigue que lo dejen pasar a una estación de servicio pero ya es tarde. Ya no puede mirarse al espejo. Un día encuentra en la basura una máscara blanca. Lisa, de plástico. A veces a la tarde, cuando cae el sol y la gente empieza a consumir, se la pone y sale a pedir.
§
En Anchorena, más cerca de Perón que de Sarmiento, al lado de la cara de Sergio Massa, alguien escribió con aerosol azul y mayúsculas la palabra narco. Después, abajo, alguien más, en minúsculas y un azul un poco más brillante, escribió: pero no loco.
En la calle puede aparecer el core de una época, la evidencia de que, manifiesta o latente, la realidad siempre sigue una narrativa.
No voy a decir que en ese pero se cifra el resultado electoral de este año, pero sí que en él se cuela la doblemoral de una generación con más aspiraciones que amor por la praxis, una generación que, enojada como eterno adolescente, discute en sus propios términos, segura de que la razón está siempre de su lado. Una generación que dice salud mental pero eyacula cuando un candidato arrincona a su adversario tratándolo de insano, de no-apto.
La coherencia de toda endogamia se ve solo desde adentro. De afuera se ve una arbitrariedad que excluye.
§
El corte (la poesía) no es un talento ni un superpoder, es un estado de lectura. De la poesía, de la literatura, pero también del mundo. Como creen los japoneses y Jorge Varlotta, para posibilitar su experiencia se requiere ocio. Un vacío de sentido que atenúe momentáneamente el background de juicios y preferencias que llamamos personalidad. Una pausa que nos desnude por un rato y nos deje solos frente al mundo.
Con un poco de suerte, como el agujero diminuto en el telón de un escenario que expone la farsa con apenas un puntito de luz, podemos sentir el MA y, por ejemplo, en plena estación Pasteur, escuchar en boca de un cantor ocasional la frase de Pablo Raúl Trullenque (que para muchos de nosotros hizo famosa Soledad Pastorutti) y de pronto leerla así:
la luna es un terrón
que alumbra con luz
prestada
§
Mi viejo ahora habla en verso. Nunca se sabe dónde va a aplicar el corte y es fácil sorprenderse con el resultado de esas intervenciones que él mismo ejerce sobre su propio habla.
Es 4 de noviembre. Vemos la final en un bar de Caseros, cerca de lo que ahora es su domicilio legal. Boca recibe el 2-1 de Fluminense y la expulsión de Fabra. Queda con uno menos para el resto del alargue. Mi viejo niega con la cabeza y toma un trago de jugo. Hay que salir, dice, y después de una leve pausa agrega: igual. No dice Igual hay que salir, una frase de ritmo más cansino que acaso evoque una voluntad del tipo premio consuelo. Tampoco dice hay que salir igual, que suena más a una orden que podría despertar la intención de ser obedecida, incluso sin ganas. Dice, en verso,
hay que salir
igual
Salir, siendo el mismo. Sin importar las condiciones exteriores, siendo siempre, bajo toda circunstancia, uno y el mismo. No leo ahí la presión de la identidad sino una especie de imperativo del ser, de, a pesar de todo, seguir siendo. Como hizo él cuando nos llevaba de vacaciones a Santa Teresita en el confort de un Chevallier cama pero también bajo el calor agobiante de un Citroën Ami 8 sin frenos por una ruta dos hiperventilada.
hay que salir
igual
Total, perder
ya perdimos todos.
Todos los textos de la serie En Pausa acá
Etiquetas: En pausa, Leandro Diego