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24-11-2023 Notas

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Por Pablo Milani

Su padre lo llamaba Johnny, pero sus amigos lo llamaban Jack. Nació con una pierna más corta que la otra, de ahí su peculiar forma de caminar. Nunca se resfriaba pero su sistema inmune era un desastre y pasó la mitad de su vida en cama. Podía leer 1200 páginas por minuto y era malo deletreando pero tenía un amplio vocabulario y buena escritura, por eso escribía a máquina la gran mayoría de sus cartas. Le gustaba el helado y la leche bien fría. No sabía de prejuicios. Estaba a favor de la pena capital. No estaba en contra del aborto y era católico practicante, aunque no devoto. Se sentía cómodo con secretos y mentiras, sin embargo su vida era un libro abierto. Era vanidoso con su pelo y le gustaba broncearse. Le fascinaba el océano, las mujeres, los veleros y las carreras. Buscaba acción en todo lo que hacía. Era adicto a las emociones fuertes y al peligro. Su vida era como una carrera contra el aburrimiento.

Su interés por la historia provenía de su madre. Cuando era chico, ella era la única que estaba ahí. Kennedy comenzó a leer a muy temprana edad. Los padres aspiraban a algo diferente, todo lo que querían era respeto social en Boston, pero los aristócratas de la antigua Nueva Inglaterra se negaban a aceptarlos. Para Joseph, su padre, eso era endurecedor y era motivo para hacer más dinero. Frecuentemente salía de la ciudad por negocios buscando hacer dinero en la Bolsa de Valores de New York.

En el verano de 1937 John Kennedy viajó a Europa y allí conoció varios de los campos de conflicto de la Primera Guerra Mundial y se enfrentó a los fantasmas de su padre. Mientras observaba las muchas de las tumbas estadounidenses en Francia recordó que su padre había evitado alistarse en 1917. Esa imagen le dio motivo para contemplar su propio destino. En todos los lugares que visitó vio retratos de Hitler y Mussolini. En Austria y Alemania conoció a soldados y él los interrogó acerca de política. Entonces vaticinó que una tormenta se avecinaba. En todas partes la gente se preparaba para la guerra, excepto en Inglaterra.

John F. Kennedy de pie a la derecha y los tripulantes del PT-109 (Islas Salomón, 1943)

En enero de 1938 el padre fue nombrado embajador de Estados Unidos en Inglaterra. La gran pregunta de ese otoño de 1938 era si se debería negociar con Adolf Hitler u oponerse. La opinión de la mayoría de los ingleses era que debían negociar con el líder nazi. Joseph Kennedy seguía a favor de apaciguar a los alemanes. Él dijo: “Las democracias y las dictaduras deben convivir en el mismo mundo, nos guste o no.” Fue una aceptación pasiva de Hitler y la causa de ardientes debates. De vuelta a Harvard, John estudiaba la situación recopilando las opiniones de sus compañeros y profesores. Este asunto se convirtió en un rompecabezas intelectual para Jack que atormentaba a su padre.

En febrero de 1939 regresó a Europa para ser testigo del drama que se estaba desarrollando. En todas partes vio señales de guerra. Diez días después Alemania invadió Polonia. El 3 de septiembre de 1939 el parlamento británico le declaró la guerra a la Alemania nazi. El padre y sus hijos John y Joseph estaban entre el público esa mañana lluviosa de otoño. El embajador murmuró: Es el fin del mundo,  pero para los jóvenes Kennedy era sólo el comienzo. John, en particular, estaba fascinado por el gran momento histórico, como una función del Rey Enrique V, el escenario era una obra en movimiento.

En octubre de 1940 John Kennedy se registró públicamente para el primer proceso de conscripción militar en paz de la historia estadounidense y su número fue el décimo octavo elegido. Para la familia Kennedy la ironía era clara, su padre había evitado el alistamiento en 1917 y se opuso a la conscripción en 1940. Sin embargo, su hijo se ofreció como voluntario y su número fue llamado, pero John no pasó el examen físico y el ejército lo rechazó. Después de pasar tres semanas en California regresó a su casa decidido a mejorar su salud. Nadó todos los días en la piscina de su familia e incluso siguió el programa de entrenamiento de correo de una reconocida revista.

Finalmente Kennedy pasó el examen físico en agosto de 1941. Fue alistado rápidamente en la marina y se asignó a la oficina naval en Washington DC, la capital de la nación. Cuando se alistó en la marina sus intenciones no fueron quedar relegado a alguna base en un río de los EEUU, él quería estar en el frente de batalla. Después del arriesgado escape del general Douglas Mc Arthur de las Filipinas a bordo de una lancha PT (barco torpedero de patrulla) la marina abrió una nueva escuela para entrenar oficiales de lanchas PT. John se postuló y fue recibido en el programa élite. Esta embarcación era relativamente nueva en el arsenal de la marina. La misma tenía la reputación de ser el avión caza del mar. En realidad, eran frágiles botes de madera con enormes motores y armamento liviano. El curso duraba tres meses, por eso los graduados eran llamados maravillas de 90 días. Casi nunca tenían experiencia en combate y eran mandados directamente al frente, pero no él. Después de graduarse lo ascendieron a teniente, lo hicieron instructor de lanchas PT y lo enviaron a Florida. Sin embargo, Kennedy no quería ser oficial de entrenamiento. En repetidas ocasiones solicitó ser transferido al frente pero siempre encontraba oposición.

Lancha PT

En febrero de 1943 los deseos de John se hicieron realidad y recibió órdenes de que lo enviaran al frente. Seis semanas después llegó a Guadalcanal, una isla en el suroeste del océano Pacífico y la mayor de las Islas Salomón. Llegó allí el día en que los japoneses lanzaron su mayor ataque aéreo desde Pearl Harbor. Por correspondencia, John describió la primera experiencia a un amigo diciendo: “El día que llegué hubo un infernal ataque. Ya cargábamos combustible y bombas en un bote que era una bañera. Yo pensé que lo mejor era que nos fuéramos y regresásemos en otra ocasión, pero el capitán creía evidentemente que estaba comandando el North Carolina y navegó directamente hacia el ataque. Ese fue el comienzo de un mes muy interesante”.

Los días de Kennedy como comandante de lanchas PT terminaron abruptamente el lunes dos de agosto. Temprano esa mañana se encontraba patrullando en aguas infestadas de japoneses. En la terrible confusión de la batalla un destructor japonés chocó contra la lancha 109 partiéndola por la mitad. De los trece hombres que se encontraban en la lancha cuando ésta se quemó y hundió, murieron dos. Los sobrevivientes nadaron hasta una isla detrás de las líneas enemigas y Kennedy personalmente remolcó a uno de los hombres heridos durante millas. Durante siete días sobrevivieron con cocos verdes, insectos y las pocas gotas de agua dulce que pudieron hallar. Todas las noches John nadaba hasta el canal con la esperanza de detener una patrulla que pasase por allí.

Finalmente fueron rescatados sólo porque John Kennedy confió en algunos nativos y les pidió que entregaran un mensaje de auxilio grabado en la cáscara de un coco verde. Un oficial de reconocimiento australiano recibió el coco y envió un mensaje a los británicos quienes dieron aviso a la marina norteamericana de que once hombres del PT 109 estaban con vida. John recuperó el coco y lo guardó por el resto de su vida.

Debido al incidente la espalda de John F. Kennedy quedó arruinada y su enfermedad hormonal empeoró, así que la marina lo envió de vuelta a su casa. Mentalmente, el horror de la guerra lo había hecho más serio. Cuando fue condecorado como héroe Kennedy le dijo a un periodista: “Los verdaderos héroes no son los que regresan, sino los que se quedan allá, como sucede con muchos, incluyendo a dos de mis hombres.”

Cuando la carrera de John en la marina terminó en marzo de 1945 se dio cuenta de su vocación, entraría en la política. La guerra había fortalecido su convicción.

Años más tarde, Lenny Donnely, una colaboradora de la Casa Blanca en el período de John Kennedy siendo presidente, dijo: “Recubrió ese coco con plástico y lo puso en su escritorio y pensaba que por malas que fueran las circunstancias, él había vivido momentos de incertidumbre durante la guerra, preguntándose si sobreviviría”. Siempre lo mantendría presente.

 

 

 

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