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09-11-2023 Notas

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Por Eric Schvartz

Dedicado a mi amigo Pablo. 

“Decime, Rengo, ¿tiene sentido esta vida?
Trabajamos para comer, y comemos para trabajar” 

Silvio Astier. Hay mucho gatillo fácil hacía la literatura de Roberto Arlt, y no me sorprende, el sadismo puede ser un lugar de goce mediocre, una prédica vaga y sencilla de concurrir. Pero independientemente de los posibles reproches que se le puedan hacer a su prosa, a su estilo cargado, solemne para los eruditos de letras más “pulcras”, captura sensible la idiosincrasia y el devenir de un marginalizado en todas los aspectos de la vida. El existencialismo del periférico, del que pulula en los márgenes. La conquista de un nombre, lugar inhóspito, árido, terreno de discordia (en el caso más deseable), más en la heroica invitación a la lucidez con sus implicantes vertientes en la oscuridad del alma. Pero el existencialismo de Silvio, por decirle de alguna manera, es distinto a otros clásicos. 

Con esto que voy a escribir no quiero hacer apología al argentinismo, ni a la literatura toda de Arlt, pero sí a la posibilidad de inmortalizar un bagaje idiosincrático, algunas notas del talante común del argentino, y que no es la remota figura del gaucho, extraño como el criollismo de linaje ibérico, o las formas cosmopolitas citadinas. Silvio, el protagonista de El juguete rabioso, se conserva paradigmático y autóctono para cualquier lector rioplatense, tanto como para uno de Lomas de Zamora como uno de Zona Norte, como un Raskolnikov de Dostoyevsky, o un Hamlet de Shakespeare. Un clásico prevalece incorrupto, longevo, porque lo bautiza un valor que le precede al mismo texto y al mismo autor, tan oriundo como la letra. Cuando apresa algo común, disuade el año de su publicación, la materialidad del contexto, y precisa punzante, en eso que es de “uno”. 

Aunque las experiencias del mundo le corresponden al antojadizo azar, clásicos como el juguete rabioso se prestan certeros a las contingencias que son propias de la naturaleza de un hombre local. El oráculo del argentino marginalizado, que profetiza como sintomatiza su propia negrura, el enamoramiento de los ideales europeos, y la struggle for life que acapara el alma de los supuestos compañeros. Silvio insiste e inviste retornante, en su mismidad, a sortear el peligro con su irreverencia, a buscar la fraternidad, fantasear y ambicionar la grandeza, deseando ser un Napoleón, un malicioso como Rocambole, y un inventor como Edison. También el flaquear de los amores inconclusos, finitos, pero lo más potente de su talante, es la posibilidad de poder nombrar lo que le sucede, lo que le acontece, y no flaquear en vana esperanza por más que está lo ateste. 

El rasgo de carácter de Silvio, no es la arrogancia ni la irreverencia, notas propias del argentino citadino. Es su esperanza, un espíritu taimado, y su heroica sensibilidad. Rabioso de cólera, pero juguete, por esperanzado. Esperanzado a las manos invisibles del destino. La esperanza moderna, paradigmática, es una pasión perniciosa, un bálsamo a la impotencia que inducen las circunstancias, haciendo dócil al pensamiento, vano a la morada de este sentimiento. Las pasiones son un creer, una certeza. Una rotunda certeza infantil. La esperanza puede ser luminosa y vibrante ilustrada en fantasías del porvenir, pero se ancla en un pasado benevolente, vivenciándolas en un presente centrifugante. Tiene coherencia pensar que al igual que muchas pasiones, pervierte el tiempo, hace quietudes en una inmanencia descarada. La esperanza de Silvio, es de las más traidoras de las pasiones, una en la que mientras más se la cree, más denigra, siendo paradojal fuente de desesperanza y del vencimiento del espíritu al nihilismo. 

La esperanza moderna sedimentada del cristianismo, es la fe en el progreso, un mañana redentor, la prosperidad, etimológicamente del indoeuropeo spere, prospere. Por eso creo a Roberto Arlt un devoto compositor de cómo musicalizamos los argentinos nuestras pluralidades: las bravuras, las arrogancias, el talante esperanzado, pero por sobre todas las cosas, el devenir taimado (palabra preciosa que creo virtud del carácter rioplatense). 

Sencillamente un personaje longevo, común y correspondido.

* Portada: «La lucha por la existencia» (1879) de George Bouverie Goddard

 

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