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11-12-2023 Notas

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Por Federico Capobianco y Luciano Sáliche

Llegó la hora. Javier Milei, un outsider de la política, un desaforado panelista baitero, un lector dogmático de la ortodoxia liberal y promotor argentino del llamado anarcocapitalismo, asumió como Presidente de la República Argentina. Nadie, ni encuestadoras ni analistas políticos, pudieron predecir la materialización de una nueva era en el sillón de Rivadavia con clones de perros grabados en el bastón presidencial. Tampoco el propio Milei, que sonreía frente a la multitud como si estuviera en su cumpleaños de seis recibiendo de regalo la visita de sus superhéroes. La foto ya fue tomada —esperanza para algunos, estupor para otros; sorpresa para todos—, pero ¿cómo se construyó este escenario y cuáles son las canciones que van a sonar en la radio de la coyuntura nacional?

La gran estafa

Todo balotaje es una estafa. Dos posiciones, dos caminos, en apariencia antagónicos, “diametralmente opuestos”, como una falsa lucha de clases, buenos contra malos, malos contra buenos, la reducción de la política en duelo de colores, arriba y abajo, derecha e izquierda, por sí o por no. Todos bailamos la frenética danza de moda. Lo hicimos en 2015, lo volvimos a hacer en 2023. Claro que los escenarios eran diferentes, los candidatos eran diferentes, el mundo era diferente. Lo cierto es que una vez más nos enfrentamos a la incapacidad de la política (de la que todos formamos parte) de cocinar ideas y utopías en vez de chicanas y fantasías, y el resultado, más allá de los números, es desolador.

Todos nos sometimos a la estafa de pararnos frente a la última góndola del supermercado saqueado y elegir al hombre que traduciría los deseos de un país extenso, heterogéneo, complejo en un rumbo, en un futuro, bajo la gastada etiqueta del “mal menor”. Tal vez no los entusiastas militantes del outsider que sueñan con una patria completamente globalizada, dolarizada, blanca, transparente; ellos sí ven en el mercado una utopía. Pero quitando el fervor del lado, enfriando un poco las emociones, con el diario del lunes en una mano y un café negro en la otra, ¿qué fue lo que verdaderamente se expresó en este nuevo balotaje: qué antagonismos, qué batallas, qué dilemas, qué posibilidades? 

De un lado, lo que Fernando Rosso definió como la “extorsión progresista”: democracia o fascismo. Del otro, una vieja diatriba antiperonista que aún garpa: cambio o continuidad. Si en esa puja discursiva se jugó la elección, el que pudiera sostener con mayor contundencia su rivalidad ganaría. ¿Eso significa que el fascismo que fulgura en el interior del partido de Milei no pesó tanto como la extenuante continuidad que representó el ministro-candidato Massa? Esa quizás sea la gran hipótesis de esta elección. Si el electorado fuera una voz secreta podría decir: primero salgamos de este presente precario, después vemos. No es patear la pelota para adelante, sino salir ahora, ya, de esto, de acá. 

Con memes y jingles, aunque “deskirchnerizado”, el candidato del oficialismo recibió el calor de una militancia más jocosa que argumental, más hilarante que reflexiva, más “micromilitante” que movilizada. Y pese a todos los pronósticos, fue ascendiendo en votos durante las tres instancias —PASO, generales y balotaje—, pero no alcanzó. Una respuesta es la subestimación del oficialismo por la precarización generalizada que se acentuó durante estos últimos cuatro años, pandemia mediante. Otra, la poca pregnancia de la apelación emotiva a banderas históricas, a un pasado glorioso. La tercera, y la que más nos importa acá, es la relación evasiva que tuvo el electorado con el fantasma del fascismo. 

Acá la estafa cobra relevancia por algo que plantea Renata Salecl en La tiranía de la elección: “¿Cómo pasamos de la elección libre y abierta a las severas restricciones de la elección? ¿Cómo se va de creer que todo puede ocurrir a creer que nada es posible? ¿Cómo ignorar las promesas y afrontar la realidad?” De pronto, pareciera que todo se puede lograr “si te lo propones”, pero en ese camino directo al éxito hay una enorme pared, alta, dura, infranqueable. Es la letra chica del capitalismo, donde nos ofrece todo pero no podemos alcanzar nada, y la democracia copia de puño y letra su matriz. De pronto, con tantas opciones “a tan solo un clic”, Argentina eligió un cambio y salió fascismo.

¿Un país de derecha?

Argentina, podría decirse, adquiere, ahora sí, quizás como pocas veces se ha visto, un programa auténtico de derecha: desregulación, apertura comercial y ajuste. Lo compró con catorce millones y medio de votos. El programa, que simula ser nuevo, tiene reminiscencias a Macri, a Martínez de Hoz y a Cavallo. Y a otro nombre: Menem. De hecho, como recordó Juan Pablo Piscetta, este mandato podría pensarse como el que el riojano no pudo lograr en el año 2003 —cuando se bajó del balotaje con Néstor Kirchner— y que en su campaña de entonces entusiasmaba con este slogan: “La tercera presidencia, la histórica”. El propio Milei lo dijo en el año 2020: “Menem fue el mejor presidente de toda la historia”.

Desde la dictadura militar quedó claro que la represión suele venir de la mano de una inclinación de la balanza hacia los intereses de los grandes poderes económicos. En esta gran lavada de cara que esos poderes hicieron vemos cómo el culto al mercado pasó a ser usado, pedido y militado por muchos de los que habitan del otro lado de la balanza. Desde la mirada bíblica de Murray Rothbard, donde el problema central de nuestros tiempos radica en el Estado y el gran derecho es el de la propiedad privada, individuos atomizados ven en la utopía de una simetría entre oferta y demanda el camino hacia la prosperidad. Javier Milei lo ofrece y lo hace a fuerza de terminar con todo lo anterior. Borrón y cuenta nueva. 

¿Qué es lo viejo que debería morir para que lo nuevo emerja? Si el macrismo fue, en palabras de Ariel Pennisi, un “gobierno contrarrevolucionario por una revolución que nunca tuvimos”, ¿qué clase de reacción es La Libertad Avanza? A diferencia de slogans más tristes como “la revolución de la alegría”, en Milei hay un ímpetu disruptivo que en este panorama grisáceo y de gobiernos intercambiables se presenta como revolucionario. Minarquismo, libertarianismo, anarcocapitalismo… distintas entradas de Wikipedia para alumbrar un sendero viejo, rancio, gastado que ahora, con tanta juventud reseteada, con tanta “participación digital”, autoproclamarse de derecha suena cool.

Pero más allá de esta combineta entre economicismo y rock and roll, existe una continuidad manifiesta, aunque radicalizada, entre Macri y Milei, y es la de oponerse, ya no solo al peronismo, sino contra toda tendencia “colectivista”. La contrarrevolución a la revolución imaginaria persiste y además sirve. Los elementos que suelen catalogarse despectivamente de “zurdos” están más presentes de lo uno cree y a todos los hilvana la organización colectiva. Wendy McElroy, feminista libertaria, lectora de Ludwig von Mises y Murray Rothbard, escribió en 2011 que “la sociedad es una abstracción que surge de la interacción masiva de individuos que funcionan dentro de un contexto específico”.

Los liberales libertarios sostienen, entonces, que la sociedad no existe, que es una entelequia, una mentira, un engaño, una abstracción. Esa gran idea matriz individualista se expresa muy bien en los discursos edulcorados de la superación personal que tanto coparon el sentido común de los últimos años. (McElroy habla, por ejemplo, de feminismo individualista.) Pero, ¿hay algo de eso en el ADN de la sociedad argentina? ¿Acaso somos un país de derecha? Según un sondeo que hizo la consultora Sentimientos Públicos una semana antes de las elecciones, el 42,6% de los argentinos se auto percibe de derecha. Parece ser bastante.

Viva el shock, carajo

Pablo Semán, sociólogo y coordinador del reciente libro Está entre nosotros: ¿de dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir”, en diálogo con Ernesto Tenembaum explicó por qué la victoria de Milei no es ni por lejos una casualidad. La suma de la confrontación política -la “grieta”-, un estancamiento del PBI per cápita y miles de demandas sobre precarización laboral joven -o su ausencia- desoídas por la dirigencia, llevó desde hace varios años -desde 2015 cuenta Semán- a una inclinación programática de la sociedad por la ortodoxia económica. La multicausalidad que analiza Semán incluye esto, la autopercepción anterior y, sobre todo, la idea trunca, que hoy se cuenta como chiste, de Estado presente.

Iván Schragorsky comentaba en una de sus columnas radiales de Futurock que el análisis de los grupos focales frente a las últimas elecciones mostraba un descalce entre lo que Milei anunciaba y lo que entendían los votantes. “No va a hacer eso que dice”, alegaban. Milei nunca expresó con claridad qué iba a hacer, no es “el primer presidente elegido que dijo que iba a ajustar”. Es mentira. El descalce puede presentarse en las políticas de libre mercado para órganos o niños, en lo que pueda generar el negacionismo que lo conforma o en la privatización de cualquier servicio público, pero no en su estrategia económica. Milei no fue claro, se presentó en constante ambiguedad. ¿No era acaso que el ajuste lo iba a pagar la casta? El discurso se cayó luego de las generales y una vez elegido se transformó en estanflación y 24 meses de sufrimiento. Mientras asumió, ayer domingo 10 de diciembre, pronosticó una inflación entre el 20 y 40% para los próximos meses. El objetivo es la estabilización, repite Mieli, y estabilización mediante el shock: “para el gradualismo no hay plata”.

Un estudio realizado por Martín Rapetti, Joaquín Waldman y Gabriel Palazzo indica que las medidas de shock requeridas para estabilizar necesitan un punto de partida que las justifique y lleve a la sociedad a aceptarlas: una hiperinflación, acuerdo de precios y salarios o la lisa y llana represión de las protestas. La ruleta en un casino del terror ¿Cuánto tiempo pasará para que la libertad carajo vaya perdiendo vitalidad y el agotamiento sea ya desesperación?

Post data, progresismo

Si de una u otra manera podemos consensuar que el progresismo formó parte del escuadrón peronista que gobernó las últimas décadas, entonces caben algunas preguntas en torno a la agenda política y las discusiones públicas que parecen, con MIlei, haber encontrado un callejón sin salida. En definitiva, ¿qué responsabilidad tiene el progresismo en toda esta historia? ¿Qué argumentos podría esgrimir en su defensa luego de escindirse por completo de las dificultades de la clase trabajadora y haber gobernado todo este tiempo apoyado en la nostalgia de una lealtad popular golpeada, arrastrada mes a mes hasta la puerta del supermercado? ¿Hubo autocrítica, evaluación política, balance, en 2015 con la victoria de Macri? ¿Nos olvidamos de mantener la exigencia en 2019 creyendo que de verdad habían vuelto mejores? ¿Se le vuelve a pedir ahora?

Si la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo fue una batalla que ganó el progresismo, ¿qué ocurrió con todo lo demás? Si pensamos que el progreso de cualquier sociedad se establece con la suma de la redistribución material y la simbólica es fácil concluir que el progresismo no hizo ninguna de las dos. No pudo, no quiso o no supo atender la primera y a la segunda creyó tenerla saldada, como si no fuera algo en constante construcción, y eligió subirle a las discusiones inútiles que la derecha iniciaba como si su olor rancio fuera un clima de época y no su idiosincrasia. ¿Qué autocrítica tendrá el progresismo luego de desatender las exigencias de la clase trabajadora y creer que la «lealtad popular» del peronismo es algo que no se termina nunca? ¿No se termina nunca?

Falso clasismo

María Esperanza Casullo plantea en ¿Por qué funciona el populismo? que los líderes populistas se apoyan más en un discurso que en decisiones políticas. Es una forma de presentarse frente a la sociedad como un aliado, como un defensor frente al enemigo, el héroe salvador que traerá felicidad. Ese enemigo puede presentarse de diversas formas: el comunismo, el capitalismo, los judíos, los empresarios, etc. Fue “la casta” para Milei; y su relato abrazó rápidamente a una sociedad cansada, a quien la felicidad viene gambeteando hace años. En el discurso de asunción del domingo esa palabra desapareció del mapa. Lo que se viene es un enorme ajuste. Ajuste y sacrificio. ¿Qué pasó con la casta entonces?

El enemigo común que viene puliéndose desde lo discursivo previo a las elecciones de 2015 y atacado por Milei como “aquellos que viven del Estado” no es la casta: son los planeros, un hombre de paja levantado a base de prejuicios, una especie de nuevo subversivo, el chivo expiatorio para esta gran crisis. Porque, además, ¿cómo logra transformarse en pecado la asistencia estatal? ¿O en pecador el asistido? ¿Desde cuándo pasa a ser más valioso el derecho a circular que el derecho a reclamar una vida digna? ¿Cuándo empezó a narrarse como un privilegio y no como una complementación irrisoria para quienes acceden a ingresos precarios y van camino a formar parte del amplio grupo de caídos que va dejando la democracia liberal? ¿Cómo no forman parte de “la gente de bien” para la que gobernará Milei? ¿Quiénes son la gente de bien?

“El que las hace las paga”, dice Javier Milei. “El que las hace las paga”, repite Patricia Bullrich, ex candidata, ahora Ministra de Seguridad. “El que las hace las paga”, repite Luis Petri, ex candidato, ahora Ministro de Defensa. ¿Se refieren a los grandes evasores, a los grandes negreros, a las grandes cadenas? Los cañones apuntan directamente a la protesta social, ahora demonizada hasta el tope, porque para esta derecha simplista y vigorosa, planero y piquetero forman parte de lo mismo. Esa construcción es el antagonista a la gente de bien, es el “cáncer de la sociedad” y el obstáculo hacia la prosperidad nacional. A partir de ese enemigo se pueden tejer todas las líneas de este nuevo gobierno: la ajustadora, la liberalizadora, la punitiva, la represiva, la fascista.

La campaña de Milei, con la voz de su vicepresidenta, se tiñó de negacionismo, pero alegar que quienes votaron a Milei en el balotaje, o el 30% previo y firme de las anteriores instancias, también lo son es abrazar la ridiculez, desconsiderar realidades y arrodillarse a llorar en el rincón del nicho que más cómodo nos quede. Pero sí habría que preguntarse en qué falló el progresismo, qué pasó entre que Néstor Kirchner ordenó bajar el cuadro de Videla del Colegio Militar en 2004 y la llegada al poder de una vicepresidente que lo reivindica. Cómo las políticas públicas iniciadas en 2003 hoy son “el curro de los derechos humanos”. ¿También son excluidos de “la gente de bien” aquellos que formen parte del “curro”? De nuevo: ¿quiénes son la gente de bien?

El falso clasismo crea falsas luchas. Pero si insisten, como Macri pidiéndole a los jóvenes que defiendan la calle de los orcos —¿acaso no es una idea netamente fascista, como los Camisas Negras de Mussolini, como los rompehuelgas de la Liga Patriótica—, bueno, nos tocará ser los orcos, la gente del mal, los trabajadores que odian, los resentidos: los que resisten.

 

* Portada: «Rompehuelgas» (1946), de Ben Shahn

 

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