Blog

05-12-2023 Notas

Facebook Twitter

Por Eric Schvartz y Magui Monges Trimarco

Pene y luego existo

En 1955 se publica el libro Maternidad y Sexo de la psicoanalista autriaco-argentina Marie Langer, una de las fundadoras de la APA. En el mismo, la autora revisa las tesis de Freud acerca de la sexualidad femenina, etiquetando algunas de ellas como biologicistas. Langer señala que muchos de los postulados de Freud, tales como la sexualidad femenina es mucho más oscura y lagunosa que la masculina en el “Sepultamiento del complejo de Edipo”, son producto del contexto histórico y cultural en el cual se desarrolló la teoría freudiana. 

Según la autora, se debe a que Freud tomó la sexualidad masculina como paradigmática, como también que el mismo edificio conceptual del psicoanálisis se construyó dentro de una sociedad patriarcal. Para respaldarse, Langer urde desde allí (a dónde también nos dirigimos nosotros) la dimensión cultural. La autora pone a dialogar a la antropóloga cultural Margaret Mead con el psicoanálisis, y esto la lleva a tener en cuenta cómo la socialización primaria del infante y la cultura afecta directamente al desarrollo psicológico y sexual. 

El punto angular del que se sirve la pionera para contrastar con el supuesto sesgo biologicista en algunas tesis de Freud: las niñas y mujeres de Samoa (región ubicada en las islas polinesias) no padecen las enfermedades psicosomáticas inherentes a la sexualidad femenina y el rechazo a la maternidad, como sí acontece en las mujeres occidentales. 

Langer destaca, invocando a los trabajos de campo de Mead en Samoa, los principales puntos de quiebre entre la vida de las mujeres polinesias y la vida de las mujeres occidentales. Estas últimas, presenciaban en aquellos días el ocaso de la segunda revolución industrial y el clima aún humeante de la posguerra. Este contexto llevó a una inserción laboral femenina nunca antes vista en la historia de la humanidad. Las mujeres dejaban sus casas y sus hijos al cuidados de niñeras mientras salían a trabajar. Esto generó, según la psicoanalista, un desencuentro con sus funciones naturales de reproducción y el instinto maternal, situación que finalmente derivó en un aumento significativo de trastornos psicosomáticos relacionados a la sexualidad y la procreación femenina. Por otro lado, las mujeres samoanas, vivían en comunidades y tenían una relación muy estrecha con la maternidad. Desde niñas eran expuestas a actividades de cuidado de infantes y también presenciaban el coito entre adultos. Las conformaciones familiares de la tribu eran numerosas y colaborativas, para nada parecidas a las familias nucleares de occidente, donde germinaría el Edipo. 

Se podría decir que mientras las mujeres occidentales jugaban a maternar con sus muñecas de plástico, las niñas polinesias efectivamente cuidaban a sus hermanos y hermanas, con pleno conocimiento del comercio sexual del cual arribaron estos, perteneciendo a una filiación comunitaria para la cual la familia no era solo un dispositivo de alianza. 

Ahí la paradojal hipótesis de Langer: si las mujeres de Samoa no son neuróticas, es porque logran satisfacer completamente sus instintos maternales.

Sus postulados no se solventan en la idea de la pulsión, uno de los conceptos que fundamenta el psicoanálisis. Escribe del instinto maternal, para pensar si el devenir en mujer implica la maternidad como así Freud lo sentenciaba, pero advertimos a los lectores de Freud, que el devenir mujer es una operación simbólica, no meramente por el hijo, sino por la renuncia del falo, y el duelar lo femenino, tanto en el devenir del hombre como el de la mujer, en el sentido de dejar de ser niño, que es, rúbrica de toda neurosis. 

Es en la idea de la maternidad como determinación biológica donde Langer encuentra un límite a la cultura. Es precisamente el medio cultural, la socialización y la crianza de las niñas samoanas, lo que permite la satisfacción de un supuesto instinto innato. Esto lleva a preguntarse si realmente logra Langer zafarse de una lógica “falocéntrica” que dice gobernar la tesis de Freud. 

Sucede que Langer desatendió, que Freud aún siendo neurólogo e hijo del siglo XX, no sostiene el primado del falo como órgano, y lo oscuro de lo femenino por plumazo despilfarralado. Toda neurosis germina de la cultura, por lo que maternar no es una salida meramente instintiva. El niño viene al lugar de lo que la madre no tiene: el falo, pero no el pene (órgano) sino el falo, como un sustituto de aquello que le han vedado. Aquello que “le han negado” a la madre,, castrandola. El falo puede ser cualquier objeto material (suele ser así en todo quién es gobernado por lógicas materialistas) pero también responde a algo inherente a una trama psíquica. Un hijo viene al lugar del falo. Ahí aflora el deseo de la madre, lugar desde el cual el infante puede desarrollar su subjetividad, siendo este movimiento indispensable para la constitución psíquica de este. 

Por lo tanto, si Langer concluye que las niñas samoanas no sufren de neurosis, da cuenta que la verdadera causación neurótica es la cultura, fecunda a la inscripción de la premisa universal del pene: “no tener pene” siempre mudará en “puedo tener un falo”. Pero mientras más grande el circuito del neurótico, más camino a calar para desembocar en la desmentida; nadie tiene el falo. 

Entonces: ¿Será que las mujeres en Samoa no sufren trastornos psicosomáticos ni frigidez porque pueden satisfacer su “instinto materno” o porque efectivamente no viven una cultura que engendra una carencia pasible de ser colmada? 

Sucede que al hablar de la sexualidad, tanto femenina como masculina, no se puede contemplar sin el falo. Él motoriza la epocal cultura mercantil y cosificada, que Samoa afortunadamente no conoció. La vorágine capitalista de la cual Langer solo presenciaba los albores, nos atropella cada vez más con el vil timo de que la satisfacción plena de la pulsión puede ser alcanzada, léase: negar que esto sea del orden de lo imposible. Negar esta imposibilidad, es negar también aquello que nos constituye como sujetos deseantes, tanto a hombres como a mujeres por igual. Esto delata una sociedad que no ha introyectado la voz del padre. Un devenir sin escrúpulos, o la falta de devenir.

El falo de Freud

Como así Protágoras sentenciaba el hombre como la medida de todas las cosas, la glotonería académica se apresura al decir que Freud hace del falo sentencia rectora que toda la humanidad codicia en su “falocentrismo”. El falo de Freud, es aún más colosal. 

El concepto del falo tiene una funcionalidad para lecturas clínicas, por lo que descontextualizar el concepto es un desastre teórico. En lecturas presurosas de las tesis freudianas, se lo puede entender sólo como pene. 

A temprana edad, todos los niños y niñas presuponen tener el mismo genital, el masculino, y le atribuyen uno análogo a todo ser vivo que divisan. Sostienen proposiciones acerca de la sexualidad, y las delirantes llegadas al mundo de los bebés teorizadas. Por su parte las niñas creen que su clítoris devendrá pene comparándose con los niños o, la traumática posibilidad que lo han perdido por castración. 

En el período pregenital, dominado por una intensa masturbación, los padres insisten con el imperativo de “si te la seguis tocando, te la vamos a cortar”, que se encarnará en angustia cuando se constata que así puede ser. La detonante intelección de la falta de un pene en las niñas en los varoncitos, inflama la intuición de que, realmente la pueden perder, dando lugar al Complejo de Castración. Por parte de las niñas, habrá “envidia” del falo que harán de sus madres enemistades a culpar de su aminorante destino. 

Envidia del falo y no del pene, Complejo de castración del falo y no del pene. ¿Una desprolijidad de Freud? Bueno, no. 

Si bien es el genital el que sostiene la teorías infantiles de la sexualidad, es el primado del falo como bien describe Sigmund en Organización genital infantil, el que motoriza a fulminar el enigma de la sexualidad. El falo en ese caso es una proposición universal que describe la sexualidad del sujeto en términos de tener o no tener. Sí, pero también es creer que quién posee el falo, tiene un saber sobre lo que es la sexualidad

La premisa universal del falo, decimos nosotros, ubica en el circuito edípico el quehacer sexual de cada niño y niña que devinieron adultos, orgánicamente. Devenir adultos, en el sentido más simbólico, es reconocer estar castrados, fálicamente. 

El pene es lo que es, y se representa materialmente, pero el falo, puede ser muchas “cosas”, y posibles destinos de la pulsión. Si la vida sexual o el quehacer es el falo, entonces es una vida irrestrictamente autoerótica e individualista. Mercantilizada o cosificada como atentan las hablas actuales a las que somos desmedidamente permeables. La descontextualización de esté concepto es pernicioso dado que, es una descripción para rastrear las coordenadas del sujeto. 

Sabemos por la tesis freudiana que somos más ignorantes de lo que podemos advertir, pero podemos razonar (intelectualizar) nuestros síntomas, entre ellos, el falo puede ser uno, y eventualmente elegir no por voluntad de conciencia que aquello es un ardid, sino por deseo, el curso de nuestra pulsión. Una sexualidad más constitutiva e integral. 

Se rastrea en “El sepultamiento del complejo de Edipo” que la niña, en el circuito edípico, buscará en el padre un hijo “del pene al hijo, su complejo de Edipo culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo”. Ambos deseos inconcretables quedan como inscripciones en el inconsciente, pero el falo sigue siendo motivo de discordia si no se duela la femineidad, como puede ser una relación bélica con la madre, una enemistad con el hombre, o mismo el “sostener” una ideología que avale su tener en el caso de una mujer, y el padecimiento de un hombre aniñado, el desencuentro con una mujer que “lo complete”, 

En este sentido, el amor será dejarse castrar, y el falo, se torna en un cuerpo falsamente habitado. Una coartada de ese intimidante y temeroso no hay saber en la sexualidad. Nos interrogamos: 

¿Es el inevitable curso de una mujer desear hijos?¿O una imposición de una matriz heteropatriarcal? 

Foucault contra Foucault

En Historia de la sexualidad 1 en la implantación perversa, Foucault va a decir que el derecho canónico, el pastoral y civil, son los que regulan el sexo, no con una ley punitiva, sino con una que afloja y saca a la luz, sexualidades estigmatizables para mantener en pugna lo consensuado por aquellas leyes, y lo que, contraría. El poder no es una fuerza que reprime las sexualidades sino que las imprime, va a acertar Foucault. Lo que imprime da un nombre, una etiqueta que permite desplazar a la persona al terreno de la patología, y lo que sostiene esta pugna de poder asimétrica. La sedimentación de una sociedad cristiana occidental y la antiquísima medicina que arrastra su nosografías “contra natura” son aquellas leyes a revisar, pero reitera, el poder no es la imposición, no es esa norma que tanto deleita al académico goloso. 

Las fuerzas que pugnan existen desde siempre, lo angular es pensar cuales están en tensión, o para pensar el poder como mecanismo y no como dos extremos antagónicos: que es lo que habla hoy a través de “los sujetos”, o como se dejan hablar las multitudes por el Poder. 

Aquella proliferación de discursos, “multiplicación de sexualidades”, tales como se representan como LGTB+, es el edulcorado poder que ha penetrado indefinidamente(en palabras del mismo francés) en los cuerpos. No son una liberación de la sexualidad como tanto afirman, sino la punitiva sentencia de su estigmatizante diferencia. Foucault va a vaticinar por el contrario a esa voluntad, redentora, libertadora, un claro incremento de los mecanismos de poder sobre los cuerpos, una clara necesidad de estigmatización para ser, pugna. 

Por supuesto que no hay que eludir y desatender la dimensión Ética de un movimiento que tiene sus intenciones en cuanto a las exclusiones sistemáticas, pero aquí la cuestión es más descriptiva: aquellas inclusiones, son excluyentes entre sí. Se reivindica la diferencia, la pureza de su sexualidad, demarcando límites, recortes y una ciencia divulgable de lo que es encarnar esa sexualidad. Ese encarnar, es el discurso que habita un cuerpo y desdibuja la dimensión singular de aquel que se deja hablar por el Poder. 

Mismo la heterosexualidad ha entrado en esta absorción discursiva como si su sexualidad fuese atentada bajo las pasionales fuerzas de época. Esta “libertad” está dictaminada por la confesión, pero no una del orden del cristianismo como erráticamente creía Foucault por genealogía, sino una más compleja. Una confesión que atenaza una posición con respecto a la sexualidad que uno profesa, y en lo explícito de lo que no tiene nombre, un cómodo lugar para ser, que implica, filosóficamente, que aquello que no es como eso que es, es diferencial, y lo nuclear de las disyuntivas hoy. Sabemos que las “voluntades” desdé infinidad de autores, principalmente desde Freud, son aquellas que hablan desde la razón, que pueden intelectualizar lo que les acontece. Aquellas voluntades, no les corresponde realmente.Sabemos que el campo de la conciencia, tiene mucho de ilusión, más cuando una encarna una enunciación pasionalmente, 

¿Desmentida? de Butler

Como célebremente señaló Foucault, es la misma red de poder la que produce subjetividades. entonces podemos decir que hay una matriz de subjetividades operando mediante líneas de penetración indefinidas que atraviesan los cuerpos ¿Expresando lo más íntimo de los sujetos? La respuesta es… No. 

La filósofa post-estructuralista Judith Butler, nos propone una Matriz Binaria, la cual produce cuerpos generizados, ubicando la sexualidad como producto de una serie de tecnologías de poder, tal cual declaraba Foucault. Siguiendo su lógica, identificarse como hombre o mujer, es asumir una serie de efectos sociales de sentido, es decir, cumplir con una serie de normas que hacen a lo que socialmente se conoce como femenino o masculino. Esta matriz es, además, de caracter heteronormativo. Según la autora, lo que hace que ciertas identidades no caigan bajo su alo, entiendase todas aquellas que no representen una lógica binaria heterosexual, sean consideradas identidades abyectas. El problema que acá se nos presenta, es entonces definir a cuál lógica responden estas identidades abyectas. Porque si consideramos que las identidades de orden binario responden a una matriz, así también lo harán las identidades denominadas como abyectas. Estas posiciones sexuadas que no responden a la heteronormatividad, no escapan de ser producto de estas redes de poder que infiltran los cuerpos, de hecho, lo son tanto como aquellas que producen sujetos heteronormativos. No son un reflejo de un saber acerca de la sexualidad, porque justamente son identificaciones del Yo, y como bien sabemos, aquello que es lo más íntimo en el sujeto, se vive como lo más ajeno. Es aquello que parte del inconsciente lo que gobierna al Yo y no viceversa. 

No hay un saber verdadero en torno a la sexualidad, porque ésta no tiene objeto predeterminado, ni tampoco se asienta en el Yo que produce estas identificaciones, tanto heteronormativas, como abyectas. Todos estamos jugando al gallito ciego cuando de sexualidad se trata, porque ésta responde a la lógica pulsional, de la cual es Yo nada sabe. Es el Ello, la sede de las pulsiones, lo que marca el rastro del deseo. Es el deseo el que delinea la elección de objeto y este último, a su vez, nunca jamás conducirá a la satisfacción plena de la pulsión. Deberíamos sentirnos afortunados de ello, porque es lo que nos funda como sujetos deseantes. Aquello incompleto (donde en realidad no falta nada) es lo que nos funda

Por otro lado, la Ética es aquello que nos permite librarnos de esta frenética búsqueda por clasificar, discriminar, patologizar, atenazar algo que escapa (fortuitamente) a cualquier categoría posible. No por esto, vamos a ser negligentes con la normatividad que acompaña a la posición sexuada en lo social. Las categorías identitarias no son solamente descriptivas, sino que están acompañadas de criterios que demarcan el valor social de los sujetos, tal que la misma posición sexuada se ve empareja con el estatus social, como también lo es en el caso de la posición económica o filial, parámetros de demarcación de clases. Esta dimensión sociológica de la problemática de género no queda al margen, se entrecruzan con el campo psi, afirmando justamente, la necesidad de promover la Ética del deseo. Tal como mencionamos anteriormente haciendo alusión al instinto materno en Langer, afirmamos que no hay tal predeterminación biológica en los seres humanos, el deseo de maternar y el deseo que empuja la sexualidad responden a la dimensión pulsional. 

La verdad es singular, y la necesidad de confesar, no como un hablar culposo a un cura, o a un otro sabedor, sino de atenazar un saber, agarrarlo y sacudirlo como un falo a presumir, evidencia el narcisismo que embriaga la época, y como se habla hoy, o nos habla el hoy. 

Si la satisfacción pulsional es enigmática, la sexualidad no es sino un lugar que habitar., con la virtuosa extrañeza que uno y el otro encarnan. 

En lo extraño, lo que castra, y lo que castra, la posibilidad del Amor.

 

* Portada: «Arte floral del pene – Pintura de iris» (1890) de Vincent Van Gogh

Etiquetas: , , , , , , , , , , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.