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Por Pablo Milani
Muchos la consideran la mujer más sofisticada y elegante del cine. En 1934 el padre se entusiasmó con la propaganda nazi pro-alemana y aunque la madre toleraba todas las tendencias políticas de su marido pensó que su hija estaría mejor lejos de casa. La pequeña, desde sus primeros años, se mostraba tímida e introvertida hasta tal punto que su madre empezó a preocuparse por ella así que la envió a un internado de Holanda. Allí Audrey se destacó en las clases de inglés y demostró facilidad para la danza pero en su casa crecían las tensiones y poco tiempo después su padre y madre se divorciaron. A partir de entonces la futura actriz apenas vio a su padre, y con el paso del tiempo abandonó a la familia. Este hecho marcó a Audrey en forma negativa durante el resto de su vida.
En 1940 las tropas alemanas ingresaron a las tierras de Holanda y la ocupación ya era un hecho. En tiempos de guerra su madre se comportó de manera ejemplar para cuidar de Audrey y sus dos hermanos mayores. Ella les brindó los cuidados necesarios a lo largo del conflicto bélico, incluso se las ingenió para que su hija no dejara sus clases de danza que tanto disfrutaba. Al poco tiempo se le permitió actuar en el conservatorio de Arnhem. Actuaban en algún sótano clandestino para recaudar dinero para la resistencia y no se podía aplaudir porque eso alertaría a los alemanes. Audrey recordaría tiempo después que su mejor público había sido aquel que no hacía ningún ruido una vez terminada la actuación. Mientras Arnhem (Países Bajos) sufría el azote de la ocupación nazi Audrey hacía lo imposible por ayudar a la resistencia de lo que estaba en su mano. Ella ayudó llevando mensajes a determinadas personas.
El 17 de septiembre de 1944 se llevó a cabo la operación Market-Garden con la intención de apoderarse de los puentes más importantes para que los aliados puedan cruzar los ríos hacia Alemania. La operación fue un fracaso y el pueblo quedó devastado. Así, Audrey y su madre se encontraron en la mayor ofensiva combinada entre aire y tierra de toda la guerra. Arnhem era una pequeña ciudad rural que en ese año se convirtió en el mayor desastre aliado de toda la guerra. Audrey no sólo vivía allí sino que lo presenció. El hogar quedó en ruinas e impusieron el toque de queda en toda la ciudad. La comida siempre escasa resultó imposible de encontrar. Los holandeses se refieren tristemente a esa época como el invierno del hambre. Recordando esos años tan difíciles, años más tarde la misma Audrey diría que notaba la semejanza entre ella y Anna Frank; “Éramos de la misma edad. Ambas teníamos diez años cuando comenzó la guerra y quince cuando terminó.”
La adolescencia de Audrey se vio ensombrecida por la lucha por la supervivencia. Pero la historia le tenía preparado un regalo, el mejor de su vida y la que muchos pudieron tener, el día después de cumplir 16 años los alemanes se rindieron ante los aliados y la guerra llegó a su fin. A los pocos días llegaron suministros provistos de las Naciones Unidas. Unas semanas después los hermanos de Audrey regresaron a casa. Su familia y el mundo entero disfrutaron del fin de la guerra anhelada durante mucho tiempo.
En 1948 ella y su madre se trasladaron a la bulliciosa Londres de la posguerra donde Audrey estudió ballet gracias a una beca. Pero a sus 19 años la esforzada estudiante de 1.70m quedó desolada al descubrir que era demasiado alta y demasiado mayor para llegar a ser una primera bailarina. Utilizando su preparación como bailarina Audrey decidió trabajar como corista y no tardó en encontrar empleos en varios espectáculos y clubes nocturnos. Poco tiempo más tarde se convirtió en la primera figura de un club de renombre, no tanto por su forma de bailar sino por su contagiosa actitud. Ella trasmitía franqueza y tranquilidad. Su rasgo más distintivo era el encanto. No tardó mucho para llamar la atención a fotógrafos de canto y directores de reparto lo que le valió para conseguir pequeños papeles en películas británicas como Oro en barras (Charles Crichton, 1951). En ese año a Audrey la invitaron a viajar a Francia para protagonizar una película encantadora, aunque muy poco trascendente titulada Americanos en Montecarlo (Jean Boyer, 1951).

Sabrina (Billy Wilder, 1954)
La novelista y guionista francesa Sidonie-Gabrielle Colette, más conocida como Colette, que acababa de escribir una obra de teatro vio a Audrey en el fondo esperando para rodar una escena y quedó impactado por su luz y simplicidad de la joven actriz. Allí mismo se dio cuenta que era la persona que estaba buscando para su flamante musical Gigi. La obra iba a estrenarse en Nueva York y el personaje de la joven cortesana francesa creada por Colette exigía una mezcla especial de inocencia y atractivo sexual, así que nada mejor que Audrey para interpretar su creación. Sin embargo la inexperta actriz no estaba tan segura y hubo que convencerla para que hiciera el papel, pues ella se definía aún como bailarina y no tanto como actriz.
A sus 22 años Audrey Hepburn cruzó el Atlántico en el Queen Mary con destino a Estados Unidos. La ex bailarina que había superado los peligros de la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de dar el gran salto a Broadway.
En octubre de 1951 se respiraba entusiasmo en la ciudad de la gran manzana. Mientras Muerte de un Viajante era un éxito en Broadway y el equipo de San Francisco Giants estaba a punto de ganar la liga de béisbol, una desconocida actriz iba a debutar en una comedia francesa en el teatro Fulton. Después de seis semanas de rigurosos ensayos, Gigi se estrenó en la fecha prevista y cosechó muy buenas críticas. El debut de Audrey fue un éxito y Hollywood empezó a fijarse en ella.
La singular combinación de belleza y encanto recio que poseía la bella actriz atrajo al veterano director de cine William Wyler que dio a Audrey el papel de su vida interpretando a una princesa huida junto a Gregory Peck en Roman Holiday (1953). La Europa de la posguerra estaba ávida por una historia así y la actriz estuvo perfecta. Con guion de Dalton Trumbo, aunque en ese momento censurado por el gobierno estadounidense, la película representó en la actriz todo el sentido emocional. Aprovechando el éxito de su nueva estrella, la productora Paramount incluyó a la actriz en su nueva película, Sabrina (Billy Wilder, 1954) la historia de un romance de mayo a diciembre y coprotagonizada por Humphrey Bogart y William Holden.
La influencia de Audrey era tal que cambió la corriente de la moda y le dio al cine un nuevo look. Un estilo de femineidad diferente a lo que ofrecía Hollywood. No usaba dientes falsos, no se depilaba tanto las cejas, era de pecho plano y caderas delgadas. Una imagen refrescante en un mundo donde resaltaban las rubias voluptuosas.
Pero mientras Hollywood recibía a su nuevo descubrimiento la actriz se vio de nuevo actuando en Broadway. Había aceptado el papel femenino de Ondine del escritor francés Jean Giraudoux y dirigida y coprotagonizada por Mel Ferrer.
Pero Audrey no quería encasillarse, Historia de una monja, la película estrenada en 1959 (Fred Zinnemann), la muestra a Hepburn bajo un prisma totalmente distinto. Habían desaparecido el exquisito vestuario y los exteriores elegantes, ahora la actriz dependía exclusivamente de su talento y transmitir un intenso conflicto interno. La película fue un éxito y aquí la actriz tomó más confianza en sí misma y aceptó proyectos más ambiciosos. Su siguiente película fue Mansiones Verdes (Mel Ferrer, 1959) y Los que no perdonan (John Huston, 1960). En su vida personal, luego de tres abortos, finalmente cumplió el sueño de ser madre el 17 de enero de 1960 con su hijo llamado Sean. Ella antes de su maternidad no se consideraba una mujer completa. Tras alcanzar ese punto en su vida personal Audrey Hepburn pasó a interpretar el papel más decisivo en su carrera. Interpretando a una mujer de compañía harta de todo en Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961). Audrey aquí demostró de una vez por todas su versatilidad como actriz y su convocatoria en tickets como estrella indiscutida de cine. Es una historia poco convencional y un papel muy diferente a todos los que había interpretado anteriormente. En palabras del director de la película: “Nunca me dio la impresión de estar nerviosa al respecto. Audrey poesía una gran fortaleza interior pese a ciertas inseguridades manifiestas.” El film fue coprotagonizado por George Peppard, la película descubría la ardiente sensualidad y el devastador encanto de Audrey.

Historia de una monja (Fred Zinnemann, 1959)
A todos les resultaba evidente que Audrey Hepburn acertaba siempre. Siguió rodeándose de directores, guionistas y coprotagonistas de primera, como cuando trabajó en la película La Calumnia (William Wyler, 1961). Pero después de rodar Charade (Stanley Donen, 1963) junto a Gary Grant y Encuentro en París (Richard Quine, 1964) junto a William Holden, Audrey sintió la necesidad de un merecido descanso en su hogar de Suiza con su familia. En ese momento su familia era su prioridad.
El siguiente proyecto fue My Fair Lady (George Cukor, 1964), basada en un popular musical de Broadway de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe que, a su vez, se había basado en la obra de teatro Pigmalión de George Bernard Shaw, que ya se había adaptado al cine en la película británica de 1938 del mismo nombre. Es la historia de una chica que pasa de mendiga a la riqueza y que parece perfecta para las cualidades cinematográficas de Hepburn. Aunque perfecta en todos los aspectos menos en uno. Consciente de su falta de voz para cantar Audrey decidió afrontar los desafíos del papel, pero aunque contrató un profesor de canto y ensayó esas difíciles canciones los ejecutivos del estudio tomaron la humillante decisión de sustituir la voz de Audrey en las partes musicales por la de una cantante profesional, Marni Nixon.
Sola en la oscuridad (Terence Young, 1967), el thriller en el que interpreta a una mujer ciega es quizás uno de los mejores trabajos de Audrey Hepburn. Perfeccionista como es, estudió durante meses con ciegos, aprendió sus gestos y movimientos. A lo largo del rodaje adelgazó muchísimo, no sólo por el esfuerzo físico, sino también por su cada vez más difícil relación con su marido y también productor de la película que sentía envidia de ella. Esta producción en la actriz le produce una fuerte catarsis y a partir de ese momento se dio cuenta que podía interpretar lo que sea.
Con su segundo matrimonio en proceso de desintegración Audrey contempló la idea de volver a trabajar tras ocho años de ausencia. Coprotagonizada por Sean Connery Robin and Marian (Richard Lester, 1976) cuenta la historia de un Robin Hood de mediana edad y sus esfuerzos por enfrentar los desafíos del paso del tiempo. La película supuso una victoria personal para Audrey y su éxito logró a colocarla nuevamente como una estrella.
Volvió a ser madre y al poco tiempo se vio con un nuevo divorcio entre las manos con el psiquiatra italiano Andrea Dotti. A comienzos de 1977 Audrey Hepburn se empezaba a resignar al hecho de que quizás no encontrase una relación duradera. Pero el tiempo como siempre pasa y las heridas también. El amor la volvió a encontrar a mediados de 1979. Unidos por la sensación de pérdida y su compartido origen holandés, la actriz y el actor Robert Wolders se enamoraron. Rodeada de amigos, su familia y un hombre nuevo en su vida Audrey había encontrado la tranquilidad. Pero la tardía serenidad de la estrella marcaría el final de su buena suerte. A la vuelta de la esquina le esperaba el papel más importante de su carrera.
En 1989 recluida en su hogar y tras varios años de ausencia de los estudios, el director de ET Extraterrestre (1982) la convenció para que regresase a la pantalla grande en la fantasía sentimental, Always (Steven Spielberg, 1989), lo que sería su última película. Pero en realidad, a Hepburn ya no le interesaba su carrera cinematográfica. Ahora el papel que más le gustaba representar a la actriz estaba alejado de las cámaras, guiones y escenografías. El lugar que más deseaba era el de embajadora de buena voluntad de UNICEF, el fondo internacional de las Naciones Unidas para el socorro de la infancia. Era una actividad que no podía rechazar. Al principio lo hacía de forma limitada pero después lo terminó haciendo por tiempo completo al ver las necesidades que había en el mundo que casi se convirtió en una obsesión para la actriz. Por primera vez en su vida Audrey Hepburn accedió a sacrificar su apreciada intimidad y utilizar su fama para llamar la atención sobre las actividades de UNICEF. Ella era una niña de la guerra que pasó hambre y fue rescatada por una organización de las Naciones Unidas. No sólo lo recordaba sino que se sentía en la obligación de devolver el favor.
En 1992 Audrey fue a Somalia en representación de UNICEF. Allí presenció la devastación masiva causada por la guerra civil y el hambre. Antes había visitado países de Centroamérica, Etiopía, Bangladesh, Turquía y Vietnam. En relación a esos viajes la actriz dijo: “No creo en la culpa colectiva pero sí en la responsabilidad colectiva.”

La princesa que queria vivir (William Wyler, 1953)
Ante varios comités del Congreso y en numerosos actos públicos los sinceros alegatos de Audrey Hepburn en favor de los niños hambrientos contribuyeron a despertar las conciencias del mundo. Pero mientras que la actriz se dedicaba a ayudar a los más desprotegidos su propia salud empezó a fallar. En su regreso de África sintió un agudo dolor estomacal y fue posteriormente ingresada en una clínica de Los Ángeles. Un cáncer fulminante le arrebató la vida apenas tres meses después. Tenía 63 años.
Audrey trabajó junto a Robert Warner en la película Love Among Thieves (Joger Joven). En relación a su trabajo con Hepburn el actor dijo: “En cuanto ves a alguien actuar lo ves. Yo nunca vi eso en ella. Jamás me pareció que actuara. De hecho creo que se limitaba a ser ella misma. Asimilaba todo el material y después aportaba rasgos de su carácter, sobre todo su sinceridad, sus ganas de aportar verdad a su trabajo. Y siempre intentaba dar con aquello que dotara de credibilidad a sus personajes. Ella aportaba una frescura única en cada película. Eso es tener talento para mí.”
Su hijo mayor Sean dijo: “No es fácil ser actor porque tenés que mostrar mucho de vos como persona. Pero bajo ese esfuerzo yace una necesidad. Creo que si hablas con actores o actrices te dirán que esa necesidad de sentirse reconocidos, aceptados y queridos tiene su origen en algún tipo de carencia.”
Etiquetas: Audrey Hepburn, Broadway, Hollywood, Pablo Milani, Segunda Guerra Mundial